Un burgo medieval de vanguardia
Tallin es el puerto más divertido del Báltico. A su ambiente festivo se une el dinamismo de una ciudad histórica que se quiere joven y vanguardista
Vienen pisando fuerte. Dentro de poco estarán en el seno de la Unión Europea. Y se presentan con rostro joven y dinámico: el 30% de los estonios utiliza ya Internet, uno de cada dos posee teléfono móvil, los jóvenes visten a la última y frecuentan cafés de exquisito diseño. Las autoridades apoyan con entusiasmo las inversiones extranjeras, el país muda de piel por minutos, con un índice de crecimiento del 6,7% (aunque el PIB por habitante es del 38% de la media europea y la inflación, del 5,9%). Es un destino, como ahora se dice, trendy. Los europeos lo están descubriendo, como ocurrió en su día con Praga, Budapest y los países del Este. Y no tan lejano: a 80 kilómetros de Helsinki (un paseo en barco), a 380 de Estocolmo o 300 de San Petersburgo; un destino accesible y goloso a incluir en los paquetes por la región del Báltico, que también los españoles están descubriendo con asombro.
Estonia es un país no tan pequeño (algo mayor que Holanda) que no llega al millón y medio de habitantes. Un país de lagos y de bosques (el 40% del territorio son bosques donde viven aún osos y lobos), con un litoral desmigajado, fajado de islas deshabitadas y ciudades de secreta belleza. Un país castigado por la historia, que hace apenas una década recobró su libertad. Desde tiempos medievales ha estado sometido: caballeros daneses y alemanes cristianizaron lo que era un oscuro reducto de paganismo. Tallin fue admitida en la Liga Hanseática y durante casi 700 años terratenientes tudescos retuvieron el poder y la riqueza. Luego el zar Pedro el Grande anexionó el territorio a su imperio, a comienzos del siglo XVIII. Aprovechando el río revuelto de la Revolución Rusa, Estonia consiguió en 1918 su primera independencia, que mantuvo por dos décadas. De nuevo sometida por el régimen soviético al inicio de la Segunda Guerra Mundial, permaneció dentro de la URSS hasta la disolución de ésta, en 1991.
La presencia rusa sigue siendo, lógicamente, muy fuerte: en Tallin, la capital, el 40% de sus vecinos (400.000 en total) son rusos, el ruso se habla corrientemente (pero los jóvenes estonios prefieren ahora aprender el inglés) y lo que es casi inevitable: persisten actitudes y maneras de la era soviética. Se palpa la pugna entre los viejos hábitos y el descaro con que Tallin, por ejemplo, se presenta como el barrio más alegre del Báltico. Algunos minicruceros desde Helsinki o Estocolmo tienen como único fin disfrutar la noche agitada de la capital estonia. Que es, por otro lado, una miniatura encantadora, milagrosamente intacta. La Unesci la ha declarado Patrimonio de la Humanidad, con toda razón: el 80% de las casas del casco antiguo fueron levantadas en la Edad Media.
Durante el periodo danés (siglos XIII y XIV) se erigió el castillo de Toompea, la ciudad alta, nítidamente separada de la ciudad baja, incluso con murallas. Las murallas de Tallin llegaron a abarcar un perímetro de cuatro kilómetros, con casi medio centenar de torres; la mitad de lienzos y torres se mantienen en pie. En Toompea está la iglesia medieval, callejas solitarias y casas vetustas recuperadas como oficinas y apartamentos de lujo o tiendas de recuerdos. También está el Parlamento y, enfrente, la catedral rusa de Alejandro Nevsky, típico cromo de 1900. Los jardines ocupan buena parte de la colina y hay espléndidos miradores sobre la ciudad baja.
Paseo por la historia
El corazón de ésta es la Raekoja o plaza del ayuntamiento, de aire muy germánico; el consistorio parece un templo gótico y tiene enfrente una farmacia que no ha dejado de funcionar desde 1422. Con el buen tiempo -no es tan raro: el cambio climático se nota, dicen que el invierno es ahora 40 días más corto- se llena de terrazas y animación, lo mismo que las calles que suben a Toompea. La calle Pikk (larga) está llena de edificios venerables, como la casa del Gremio Mayor; todavía existe en esa calle el que fuera primer café de la ciudad, lo abrió ¡un español! en 1703. Además de los museos e iglesias (San Nicolás y San Olav, sobre todo), Tallin brinda excursiones muy atrayentes, como al parque y palacio del zar Pedro el Grande (Kadriorg) o al conjunto de Rocca al Mare, donde se han reunido casas y cabañas de toda Estonia, con sus viejos cachivaches e incluso figurantes debidamente ataviados: una buena manera de tener una visión del país para quien no tenga tiempo de recorrerlo.
Localización
Cómo ir. Finnair (902 178 178 y 914 177 470) tiene cinco vuelos diarios desde Barcelona o Madrid en vuelo directo a Helsinki y una breve conexión a Tallin, a partir de 379 euros. Tui Centro de Viajes (902 212 120) promociona un paquete de Costa Cruceros de 7 días / 6 noches a bordo del Costa Romántica visitando varias ciudades del Báltico, entre ellas Tallin; el precio, incluido avión y traslados, es de 1.430 euros. Alojamiento. Radison SAS Hotel (669 0050, www.radisonsas.com), hotel de corte internacional, para ejecutivos, en la parte moderna de la ciudad, en un lujoso rascacielos con las mejores instalaciones para conferencias y encuentros. Viru (630 1311), céntricamente situado a las puertas de la ciudad vieja, este hotel de la era soviética ha sido absolutamente renovado y las habitaciones lucen un exquisito diseño, 109/128 euros la habitación doble. Comer. Karl Friedrich (372 627 2415), en la Raekoja o plaza del ayuntamiento, es el sitio elegante de la ciudad, con tres ambientes diferentes en cada piso. Olde Hansa (372 627 9020) y Peppersack (372 646 6800), situados uno frente al otro, en edificios antiguos de la calle Vana Turg (junto al ayuntamiento), son restaurantes medievales, algo turísticos, pero con un ambiente muy grato y colorista, y a veces se disfruta de música medieval en vivo. Maiasmokk (646 4070), en la parte alta del café abierto por un español en el siglo XVIII, en la calle larga (Pikk), con buena cocina estonia y con clientela local.