La importancia del perfil de riesgo
Al asesor financiero, como al médico, hay que contarle todo. De lo contrario, recuerda Antonio Morales, el diagnóstico puede ser equivocado; el tratamiento, diferente, y el resultado, trágico
El inversor particular se siente discriminado frente al institucional, y en algunos casos, esta afirmación es cierta. De hecho, se estudian y plantean medidas para tratar de proteger a estos inversores en determinadas situaciones, como la opas por ejemplo. Sin embargo, también existe la creencia de que ese mismo inversor particular se encuentra indefenso, o al menos en inferioridad de condiciones, a la hora de decidir sus inversiones.
Para un ahorrador común, y como hemos repetido hasta la saciedad y continuaremos repitiendo siempre que sea necesario, el secreto es conocer cuál es su verdadero perfil de riesgo, y con esta base, realizar la adecuada distribución de activos. Si estos dos auténticos pilares se ajustan a la realidad, hay otros factores que no tienen tanta importancia, como por ejemplo, el market timing y que, sin embargo, suelen tender a ser una de nuestras principales preocupaciones y donde podemos pensar que nos encontramos otra vez en inferioridad de condiciones.
Si nuestro perfil de riesgo es absolutamente conservador, a nuestra distribución de activos adecuada no le habría supuesto apenas diferencia negativa el haber realizado la inversión en cualquier momento de los volátiles últimos tres meses y medio, porque, probablemente, el tipo de activo en el que hubiéramos invertido habrá obtenido rentabilidad positiva en ese periodo. Si por el contrario, nuestro perfil es agresivo, nuestra capacidad para asumir riesgo se entiende mayor, con lo que el comportamiento de los mercados nos habrá podido afectar negativamente, pero nuestra situación personal nos debería permitir soportarlo.
Para que todo suceda así es fundamental la comunicación entre el inversor y su asesor. Esa comunicación es la que a veces falla, y este fallo no siempre se produce, aunque instintivamente tendamos a culparle, en el lado del asesor.
Por motivos diversos, como la desconfianza, el miedo, o la vergüenza, a veces ocultamos a nuestro gestor de finanzas personales aspectos muy relevantes de nuestra situación personal o patrimonial. Esta falta de conocimiento por parte de quien va a realizar la recomendación puede desembocar en que el resultado nos sorprenda negativamente, nos haga dudar de la valía profesional de una persona cuyo principal deseo es el éxito de su recomendación, además de la tranquilidad y satisfacción de su cliente.
Al médico hay que contarle todo lo que nos pasa, y contestar con sinceridad a todas sus preguntas, aunque sean embarazosas y no seamos capaces de comprender la relación que pueda haber entre ellas y lo que pensamos que nos sucede. Si no lo hacemos, el resultado puede ser un diagnóstico equivocado, un tratamiento diferente del necesario y un resultado que, cuando no trágico, seguro que no será satisfactorio, y desde luego no habrá cumplido nuestras expectativas.
En el difícil mundo del asesoramiento financiero, uno de los principales problemas con el que nos encontramos es esa falta de confianza, y sin ella, el éxito de una recomendación en el largo plazo será más producto de la suerte, que de la voluntad o experiencia. Esa falta de confianza, en ocasiones, se debe al miedo a la falta de confidencialidad, y como para los médicos uno de los pilares de su profesión es el juramento hipocrático, para los asesores financieros es la confidencialidad de la información facilitada por el cliente.