La vivienda no está para bromas
Preguntado el ministro de Fomento sobre el desmesurado incremento del precio de las viviendas nuevas y usadas durante el último año, respondió que se debía al proceso de convergencia de las rentas de los españoles con las de los europeos, justificando la evolución como algo natural, ya que, según él, no podemos aspirar a converger en renta y a disponer al mismo tiempo de las viviendas más baratas de Europa.
Respuesta que le ha valido, como era de esperar, todo tipo de críticas, de la oposición y de ciudadanos en general. Especialmente de los más jóvenes, que se las ven y se las desean para hacerse con una vivienda. Las críticas y la indignación causadas por las palabras de Álvarez-Cascos tienen más fundamento que su explicación a uno de los problemas más graves de nuestra sociedad.
Para empezar, no es cierto que hayan ido parejos los precios de la vivienda y la renta media de las familias españolas. Desde 1985, año de la entrada en el entonces Mercado Común Europeo y hasta el año 2000, la renta apenas se ha multiplicado por cuatro mientras que el patrimonio neto de las familias lo ha hecho por siete, debido fundamentalmente a que en España se ha producido la revalorización de los precios inmobiliarios más elevada de todos los países desarrollados.
Esto ha generado un espejismo en la riqueza de los españoles, ya que no está avalada ni por la mejora real de la renta de las familias ni por un avance equilibrado en las fuentes generadoras de riqueza productiva en nuestro país. Desfase que se ha ido agrandando desde la llegada del PP al poder en 1996, con un alza en el precio de la vivienda nueva del 60% por término medio (en ciudades como Madrid el aumento ha sido más del doble), aproximadamente cinco veces más que la de los salarios y, si tanto la vivienda nueva como la usada han crecido el 14,2% y el 18,3% respectivamente durante el último año, resulta evidente la divergencia con las retribuciones del trabajo que están perdiendo poder adquisitivo en el mismo periodo.
Por toda solución a tanta gente angustiada por el acceso a la vivienda, ofrece el ministro el 'potentísimo' Plan de Vivienda de su Gobierno.
Pero las viviendas protegidas terminadas han caído el 25% con este Gobierno y actualmente no representan ni el 10% de las construidas. Porque la política de vivienda del Gobierno Aznar también se orienta en dirección opuesta a la de la mayoría de los Gobiernos europeos. Aquí se persiste en el error de arbitrar las ayudas a través del IRPF, que son tenidas muy en cuenta por los promotores inmobiliarios a la hora de fijar el precio de venta de la vivienda, encareciéndola paulatinamente hasta haber multiplicado por tres la subida de los costes de la construcción desde 1997.
Tampoco se ha creado un parque de viviendas en alquiler como el fomentado por los poderes públicos en los países de nuestro entorno, ni se contemplan beneficios fiscales alentadores para las familias que opten por alquilar en lugar de endeudarse a largo plazo para comprar un piso.
En definitiva, sería más apropiado adjetivar de raquítica que de potente la política de vivienda del Gobierno del PP.
Además es temeraria. A principios de este año ya advirtieron los profesores Carpintero y Naredo de los riesgos que podían estar engendrándose con la burbuja inmobiliaria y de sus devastadores efectos sobre la economía española si llegara a pincharse.
Tenemos ya el mayor número de viviendas desocupadas de toda Europa, mientras se sigue construyendo aceleradamente para una población que ha desacelerado notablemente su crecimiento demográfico, se deslocaliza la oferta desplazándola hacia zonas de veraneo o de lujo al tiempo que la demanda de quienes necesitan la vivienda para residencia habitual y no para especular se concentra en las grandes ciudades.
Una situación tan gravosa para la mayoría de las familias trabajadoras y tan inquietante para la sociedad en general que merecería una reflexión más seria por parte del ministro y una rectificación de su política antes de que sus sarcásticas bromas nos salgan muy caras a todos mañana.