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Tribuna
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Banderas sin viento y estadísticas a oscuras

Certera leyenda aquella de 'una buena bandera lo tapa todo' que figuraba al pie de una viñeta de El Roto publicada hace años en las páginas del diario El País. Buen resumen periodístico de tanta historia falsificada y lúcida anticipación de otros intentos de enmascaramiento como los ahora programados para estrenar un remedo patriótico de los primeros viernes de mes de nuestra devota juventud.

El copyright de la idea de esa macrobandera plantada en la madrileña Plaza de Colón, a la que en adelante se rendirán honores mensuales durante una ceremonia de nuevo diseño litúrgico que quiere contar con la presencia de escolares -siempre el abuso de los más pequeños, incapaces de oponer resistencia crítica a cualquier manipulación-, es propiedad del presidente del Gobierno y del PP, José María Aznar, según reconocieron el pasado miércoles al unísono el ministro de Defensa, Federico Trillo, y el alcalde de la localidad, José María Álvarez del Manzano, solícito en pagar los gastos a que dé lugar.

Lástima que un proyecto de tanta altura como el de la plaza de Colón se haya diseñado sin un trabajo previo de I+D. ¿Cómo es que antes de plantar ese mástil desmesurado y de fijar las dimensiones de la bandera en casi 300 metros cuadrados no se han averiguado la orientación y la fuerza de los vientos? ¿Es que faltan útiles tan elementales como la veleta y el anemómetro? Porque el resultado de estas carencias salta a la vista: una bandera en estado de flacidez que en lugar de ondear desplegada se mantendrá caída como si estuviera en el despacho de un burócrata al uso, salvo en casos improbables de ráfagas huracanadas.

Otro día valdrá la pena comentar las palabras que acompañaron al acto de izar bandera por parte del alcalde a las que se adhirió el ministro. Porque una cosa es que según el artículo 18 de las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas sea la institución militar la encargada de la custodia, honores y defensa de la bandera, como símbolo de la patria y de su unidad, y otra muy distinta es que se trate de militarizarla o de jurar su nombre en vano.

Avanzamos por la senda de la mayoría absoluta del PP, una senda que se proclama sin complejos, y que está siendo envasada para su venta conforme a las normas ecológicas más exigentes, es decir, sin aditivos ni colorantes, ni edulcorantes, ni desodorantes. Un PP que recupera las mejores esencias, que no desdeña encaminarse por rutas imperiales, que alcanza las cotas del déficit cero, para admiración de una UE incapaz de seguir el ritmo endiablado del tridente Aznar-Rato-Montoro, que atiende sin cobardías indignas los requerimientos de solidaridad del necesitado amigo Bush, que sabe contener las aventuras expansionistas de Mohamed VI en el preciado islote de Perejil. Un PP al que deberá reconocérsele de una vez su denodado esfuerzo de transparencia, sin trampa ni cartón, sin afeites ni maquillajes carnavalescos o desorientadores.

Nada de simulaciones, parece ser la consigna de los maitines monclovitas, manifestémonos tal cual somos y el electorado quedará arrebatado por el entusiasmo espontáneo más allá de lo que puedan reflejar las pantallas de televisión, que siempre andan con cicaterías y regateos, mirando de reojo para evitar desmerecer ante la oposición social-comunista siempre al acecho. De ahí la invariable tendencia que muestra TVE a minimizar ya sea la agenda del presidente Aznar o la canonización de monseñor Escrivá, como si la subida de un español al santoral fuera cosa de todos los días.

Nada que reprochar a quienes sostengan que España es una democracia consolidada hacia dentro y hacia fuera, que ha superado de manera ejemplar las lacras del régimen franquista que nos mantuvieron en la represión, en la minoría de edad cívica y en la invalidez internacional. Pero cuidado con los ejercicios de simplificación y con la pérdida del espíritu de concordia, diálogo y consenso sobre cuyas bases hemos edificado un modelo ejemplar.

Y ahora, yendo del corazón a los asuntos, vengamos al oscurantismo estadístico al que se aferra nuestro Gobierno escondiéndose de sus responsabilidades. Es inaceptable que los datos registrados en ministerios como Fomento, Hacienda o Trabajo sean ocultados a la ciudadanía o manejados con discrecionalidad insufrible en beneficio propio.

Sin tardanza deberían fijarse unos calendarios obligatorios para hacerlos públicos en igualdad de condiciones para todos, porque urge terminar con la vergüenza de que pasen años sin que se publiquen las memorias de la Administración tributaria, se demore el conocimiento de la balanza comercial, de la recaudación de impuestos, del precio de la vivienda, del paro o de la afiliación a la Seguridad Social. Advierto por última vez al Gobierno de que se prepare si continúa burlando la información que nos debe.

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