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æpermil;tica
Tribuna
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Nueva visión del éxito

Cuando nos hacemos estas preguntas de lo que se trata, evidentemente, no es de volver a hacer sermones para empresarios. Ni de seguir propagando esos libritos sobre, pongamos por caso, zen y liderazgo, la empresa y el arte de la guerra o sabiduría para directivos. Tampoco se trata de utilizar la vida profesional para otras finalidades, como la indoctrinación o la captación religiosas. Ni de reiterar por enésima vez los principios morales que se desprenden de las tradiciones religiosas en relación con la actividad económica.

En la nueva exploración de las relaciones entre espiritualidad y management se plantean al menos dos tipos de cuestiones: las que se refieren al modelo de liderazgo y de dirección, y las que se refieren a la calidad en la vida organizativa.

Cuando se trata del liderazgo, la cuestión es si podemos asumir el riesgo de que nuestros líderes empresariales, políticos y sociales sean personalidades atomizadas, escindidas o unidimensionales. Porque una sociedad que depende de lo que hacen sus organizaciones no puede permitirse el lujo de que sus responsables sean humanamente inconsistentes. Si se habla en este contexto de nueva espiritualidad es porque se constata la necesidad de un cambio de orientación, también en el ámbito organizativo. No necesitamos más actitudes de dependencia o sumisión, aunque se manifiesten en términos de poder o de dinero. Se apela a la espiritualidad no tan sólo porque genera arraigo y libertad, sino también integridad, imaginación y creatividad.

Cuando se trata de la calidad de la vida organizativa, la cuestión es que no la podemos reducir a tecnologías, procesos o sistemas. La calidad incluye también las relaciones en el seno de la organización y el mismo proyecto organizativo. Más allá de la mera gestión por valores, se trata de crear, desarrollar y compartir un perspectiva común que permita no tan sólo tomar decisiones, sino discernir la diversidad de situaciones. Si se habla en este contexto de nueva espiritualidad es porque la capacidad de silencio, desapego y compromiso son un ingrediente esencial para crear sentido y propósito. La espiritualidad no crea sus propios valores específicos, pero puede modelar los procesos de desarrollo de los valores organizativos. Se trata, pues, de orientar y construir procesos, no de aplicar doctrinas. Procesos que, por ejemplo, nos permitan una visión del éxito que no nos convierta en sus esclavos, o que nos orienten plenamente a la acción sin quedar atrapados por ella.

Aquí la espiritualidad ya no se aborda desde la contraposición esquizofrénica entre público y privado. Y se asume que hoy en día no sólo existen expresiones religiosas de la espiritualidad (aunque para muchas personas ésta no resulta comprensible ni creíble al margen de ellas) sino que cabe también la posibilidad de cultivar una espiritualidad laica, no vinculada a un sistema de creencias.

Acepto que hablar de espiritualidad en el management puede despertar más de una sonrisa. Pero, en fin, ya ocurrió algo muy parecido hace 15 años cuando se hablaba de ética y responsabilidad social de la empresa y hoy las coordenadas han cambiado significativamente.

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