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Tribuna
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Por los pelos

José María Zufiaur sostiene que el modelo europeo de economía social depende de que la coalición gobernante en Alemania, tras las elecciones del domingo, profundice en lo social-liberal o recupere un programa socialdemócrata

La habilidad política de Schröder y el carisma de su socio de Gobierno y líder de los verdes, Joschka Fischer, han logrado salvar los muebles, en última instancia, de la coalición rojiverde en Alemania. Lo que hace un par de meses parecía una derrota cantada de los socialdemócratas alemanes se ha convertido en un empate en porcentaje de votos y en una victoria por los pelos en número de escaños, debido a dos acontecimientos imprevistos: las inundaciones del pasado mes de agosto, que afectaron sobre todo al este del país, y las reiteradas amenazas por parte de Estados Unidos de atacar Irak.

La habilidad de Gerhard Schröder para encabezar un esfuerzo de solidaridad con la parte de Alemania más atrasada -a pesar de que, tras la unificación, las transferencias netas de los alemanes del oeste hacia los del este representan cada año el 4% del PIB del oeste, el paro supera el 17% en la antigua Alemania comunista y su población ha disminuido en más de 400.000 habitantes desde 1996- mediante la congelación durante un año de la reforma fiscal emprendida en 2001; y también su capacidad para liderar el rechazo de la opinión pública a una manera norteamericana de proceder en asuntos como el de la intervención militar en Irak (y también en otros temas, como el trato dado a los prisioneros musulmanes en Guantánamo, la aplicación sistemática de la pena de muerte, la falta de sensibilidad en las cuestiones que afectan a la preservación del medio ambiente), que chocan radicalmente con la sensibilidad de la sociedad alemana, han logrado romper una tendencia que parecía imparable.

El resultado electoral del pasado domingo, unido al triunfo de los socialdemócratas suecos de hace un par de semanas, frena la que parecía imparable hegemonía de la derecha en la UE, tras las sucesivas derrotas de la izquierda en Italia, Dinamarca, Francia, Holanda y Portugal. Lo que, sin duda, puede tener consecuencias importantes para la construcción europea -la posición de Joschka Fischer, gran triunfador de las elecciones y pieza esencial para la conformación de una nueva mayoría gubernamental, a favor de una Europa federal tiene pocas coincidencias, por ejemplo, con el modelo que defienden Aznar, Berlusconi y Blair- y para las relaciones de Europa con EE UU dentro de la Alianza Atlántica.

También en Alemania está por dilucidar si el futuro de la socialdemocracia se construye con los trabajadores o al margen de ellos

En un contexto en el que la locomotora alemana parece haber sufrido un serio frenazo -en los últimos cuatro años, el crecimiento económico alemán ha sido el farolillo rojo dentro de la UE; pese a todo, Alemania sigue siendo, con diferencia, la mayor economía europea, una economía que representaba el año pasado el 30,3% del PIB de la zona euro- la incógnita consiste en saber hacia dónde orientará su política económica y social el nuevo Gobierno.

Las reformas y medidas socioliberales adoptadas por Schröder, sobre todo tras la salida, en la primavera de 1999, del Gobierno y también de la dirección del Partido Socialdemócrata de Oskar Lafontaine, como la profunda reducción de impuestos (se preveía, antes de la moratoria de un año establecida con ocasión de las inundaciones que los ingresos públicos sufrirían una reducción de 56.000 millones de euros hasta 2005); la reducción del gasto público (dos puntos menos sobre el PIB de lo que se gastaba en los últimos años de la era Kohl); la reforma del sistema de pensiones, para introducir mayores dosis de capitalización; el anuncio de una controvertida reforma del sistema de desempleo, orientada a endurecer el acceso a las prestaciones, etcétera, no han servido para mejorar sustancialmente los niveles de paro heredados de los 16 años de hegemonía demócrata-cristiana.

El blairismo sin Blair -el Neue Mitte, o nuevo centro- practicado por Schröder no le ha servido para alcanzar una política de mayor crecimiento ni para cumplir su promesa de situar el desempleo por debajo de los 3,5 millones de parados (hoy Alemania supera los cuatro millones), lo que ha llevado, como en otros países europeos, al retraimiento de una parte del electorado tradicional de la izquierda y a un sustancial retroceso del porcentaje electoral socialdemócrata.

De que la nueva coalición -con toda probabilidad una repetición de la anterior- se oriente hacia la profundización en la política social-liberal o bien recupere un programa socialdemócrata, como ha defendido Schröder en la campaña electoral, dependerá la supervivencia del modelo europeo de economía social de mercado, que, en gran medida, es el que se deriva, precisamente, del llamado 'capitalismo renano'.

Esa nueva orientación dependerá en gran parte de la capacidad del nuevo Gobierno para establecer un nuevo consenso con los poderosos sindicatos alemanes, claramente reticentes ante la política de empleo llevada a cabo en el periodo anterior.

El presidente del sindicato metalúrgico IG Metall, Klaus Zwickel, sentenció en mayo que 'los sacrificios salariales sólo han servido para aumentar los beneficios empresariales y no para generar empleo', al tiempo que demandaba unos aumentos salariales del 6,5% (salvo en 1999, año en el que los salarios ganaron un 0,9%, los trabajadores alemanes han perdido todos los años, desde 1996, poder adquisitivo).

También en Alemania está por dilucidar si el futuro de la socialdemocracia se construye con los trabajadores o al margen de ellos.

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