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Columna
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Ideas frente al terror

Maldita sea la hora en la que un grupo de fanáticos decidiera pasar a la historia de los crímenes y el horror perpetrando el mayor y más sangriento atentado que vieran los siglos. Malditas sean las ideas de odio irracional que precisan de sangre inocente para su justificación y desarrollo; malditos sean sus propagadores, allá donde se encuentren. El derrumbe de las Torres Gemelas supuso una conmoción de la que aún no nos hemos recuperado y el inicio de una nueva etapa de las relaciones globales, ahora en sus primeros pasos, que nos sumerge en toda suerte de pesimismos y malos augurios.

En un excelente artículo publicado en El Mundo del 8 de septiembre, Stella Rimington, la que fuera la primera mujer en dirigir el Servicio de Inteligencia Británico, el famoso Mi15, mantiene que el terrorismo global no comenzó el 11-S, sino que había ido creciendo durante décadas, en las que fueron destruidas varias embajadas de EE UU en países africanos e, incluso, atacado uno de sus buques de guerra. Rimington dice que la más eficaz de las luchas antiterroristas es la que combate sus causas, en lo cual coincidimos plenamente, pero que, además, tendremos que combatirlo reforzando los medios humanos y técnicos de los servicios de inteligencia, pese a lo cual no hay que llevarse a engaño, ya que el fruto de estas tareas, como la de los imprescindibles topos, es lento y arriesgado, lo cual parece bastante sensato.

Hasta ahí podríamos considerar su propuesta como una más de las consabidas recetas al uso. Sin embargo, en su artículo mantiene lo siguiente: 'La manera más eficaz de desbaratar los planes de los terroristas es negarles la publicidad que tanto anhelan. Esto no se puede hacer. Pero en sus reacciones públicas, los políticos deberían usar palabras de desprecio en lugar de la retórica de la venganza. Toda retórica sirve a los fines de los terroristas, pero hablar de venganza engendra aún más odio en un círculo sin fin. Cuando un atentado terrorista tenga éxito, debemos esforzarnos por evitar que nuestra reacción brinde a los terroristas todavía más satisfacción que la que sienten por la muerte y la destrucción que causan'.

Desde la fatídica fecha del 11-S tenemos la contradictoria sensación de que mucho ha pasado, sin que parezca que haya ocurrido apenas nada

Desde aquella fatídica fecha tenemos la contradictoria sensación de que mucho ha pasado, sin que apenas parezca que nada ha ocurrido. EE UU recibió apoyo y solidaridad internacional sin precedentes de un mundo horrorizado por la magnitud de los atentados, lo que le permitió intervenir militarmente en Afganistán a la cabeza de una coalición internacional, derrocando el régimen de los talibanes, e instaurando un Gobierno supuestamente afín, a pesar de lo cual tenemos la sensación de que el país sigue en una guerra de guerrillas intestina entre señores de la guerra, etnias y tribus, difíciles de comprender para los profanos en la región. Tanto el mulá Omar, como Bin Ladem no han sido atrapados; a día de hoy se desconoce su paradero, en el caso de que sigan con vida.

En estos días el presidente Bush está dudando si atacar Irak. Las reticencias internas, así como las de sus aliados europeos, parece que le están haciendo ampliar sus consultas hasta conseguir apoyo más amplio. Hasta ahora, tan sólo el primer ministro Blair ha suscrito sus tesis, pero es previsible que, ante la insistencia de EE UU, el apoyo se vaya ampliando. No nos parecen suficientemente claras las causas de este ataque; más bien responden a la necesidad de aparentar que algo hacemos contra el terrorismo y el eje del mal que lo apoya. Será un ataque en clave de venganza, que generará -como nos dice Rimington- más venganza futura.

Suponemos que los servicios de inteligencia habrán resultado reforzados tras la fecha fatídica, lo cual nos parece acertado, al igual que se han incrementado los presupuestos militares. Sin embargo, poco o nada se ha hecho por combatir las causas del terrorismo, que podríamos centrar en los fanatismos religiosos, el odio acumulado durante generaciones hacia los poderosos occidentales, la creciente diferencia de renta y consiguiente extensión de la pobreza y la certeza que tienen amplias zonas del mundo de que su cultura es despreciada, como bárbara y primitiva, por el próspero Occidente. Una mezcla explosiva donde medran los fanáticos y exaltados, integristas a la cabeza, para establecer una poderosa red de odio sumergido, sumamente peligrosa de cara al futuro.

La guerra al terrorismo no la ganaremos exclusivamente con espías y armamento. Se gana desprestigiando a los terroristas ante las capas sociales que les apoyan. Las ideas y el ejemplo son armas más poderosas a largo plazo que el misil más sofisticado, aunque mucho más difíciles de producir y propagar. Occidente fue durante siglos un incansable generador de ideas y proyectos, que sirvieron para transformar política, social y económicamente al mundo, con nuestras luces y nuestras sombras. Hoy parece que nos limitamos a producir armas, espías y alambradas.

Cuando se renuncia a librar la batalla en el campo del diálogo, las ideas y el convencimiento, estamos comenzando a perder una guerra que nos ocupará varias décadas. Esperemos que sepamos salir pronto de la espiral de la venganza a la que, algunos, parecen querer abocarnos.

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