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Tribuna
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Equiparación salarial de la mujer

Es un hecho conocido que la naturaleza de las cosas casi nunca prevalece sobre las normas que dictamos las personas, pues la frecuente falta de sentido común explica la mayor parte de incongruencias de la humanidad.

Un ejemplo evidente de esta teoría minimalista, como se diría en lenguaje moderno, sería las seculares agresiones al principio de igualdad de retribución salarial entre los hombres y las mujeres.

Muy a pesar de las teorías hermosas que adornan la mayoría de foros dedicados a tratar sobre recursos humanos, inundándonos sobre el placer de la comunicación en el trabajo y los valores diferenciales del capital intelectual, lo cierto es que, según la interpretación más pragmática del artículo 28 del Estatuto de los Trabajadores, se siguen manteniendo legalmente los abusos salariales entre hombres y mujeres ante una misma ocupación laboral.

Hemos estado soportado la vergüenza de comprobar que el trabajo de una mujer valía más o menos el 76% del de que desempeñaba un hombre, aunque nuestro colectivo lleva decenios utilizando los pantalones y milenios tomando decisiones, para mantener el ámbito de la familia, y a menudo garantizando la existencia de todo este tinglado que permite que exista economía de consumo.

Por fin y casi a soslayo, aprovechando el verano, se ha modificado el artículo 28 del Estatuto de los Trabajadores y, sobre el papel, se garantiza el principio de igualdad salarial entre hombres y mujeres, esto más o menos es lo que proclama y se publica en el Boletín Oficial del Estado del 6 de julio, ahora sólo faltará que las empresas cumplan la ley.

Los problemas casi nunca se originan en los preceptos legales, quizás en los morales, pero la imposición de la ley difícilmente limita las decisiones del ser humano, también hace falta asumir lo que se impone y, además, quererlo cumplir y, para ello, debe existir la convicción del empresario a fin de que se avenga a reconocer lo que es normal en cualquier acto de su existencia.

Cuando compramos una botella de leche, el pan, un vestido o un vídeo, pagamos exactamente lo mismo con independencia del sexo de los trabajadores que lo hayan producido, esta misma realidad tenemos que aplicarla simplemente en nuestras propias empresas.

A estas alturas, no sé si la noticia me produce alegría o simplemente me produce indiferencia porque le aseguro, amable lector/a, que a todas las mujeres que llevamos toda la vida trabajando para vivir, desde cualquier ámbito o desde cualquier condición, ya sea dentro de la casa o fuera de ella o en ambos lados, nos produce un irritable cansancio tener que demostrar que merecemos lo que nos pagan y sólo aspiramos a la normalidad.

No obstante, estas noticias, por su repercusión social, deben contribuir a superar diferencias, especialmente para aquellos colectivos menos favorecidos, pero sin perder de vista que aún existen barreras en el tejido empresarial, sobre todo en el reconocimiento de las promociones a puestos de responsabilidad sin perder la esperanza en la universalización de la tecnología que acabará por igualarnos a todos.

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