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Viajes

El secreto mejor guardado

La costa ligur es salvaje y deslumbrante, un escondrijo perfecto para famosos que huyen de la fama. Portofino es la guarida de gentes del cine, la moda o la política

El mero nombre es ya etiqueta, imagen de marca. Un decorado triunfal de casitas de colores, arropadas por un monte salvaje, mojando los pies en una dársena hialina, con unas pocas barcas de pescadores y unos pocos yates de los que ciegan cuando los miras. Una imagen de almanaque que siguen prodigando genios callejeros de la pintura y que ha pasado de labio a labio desde antiguo. Al contrario de otras riviere famosas y cercanas, ruidosas y extrovertidas, como San Remo, Capri, Sorrento o Taormina, este enclave de Portofino se oculta tras su nombre-etiqueta y su imagen de marca.

Desde luego, es uno de los escondrijos más resguardados en una costa de por sí bastante arisca. El arco del litoral ligur es un nudo de montañas que se precipitan en un mar con malas pulgas, con playas avaras, pocas veces de arena. El fiel de ese arco es el Monte de Portofino, que se hinca en el mar con paredones lisos y negruzcos, altos como tapias de un presidio de alta seguridad. Por supuesto, es parque natural, protegido desde 1935. En esa cuña imposible, cuya última uña es Punta del Capo, con un faro funambulista, se abre de pronto una rendija acuática que se va ensanchando hasta formar una especie de estómago o burbuja. Y ahí está Portofino. Apenas el borde de esa especie de laguna interior o patio de corsarios. Una hilera de fachadas enlucidas como un fresco medieval, en tonos púrpuras, granates cardenalicios, naranjas y amarillos chillones, ocres conciliadores. Y unos amagos de calle que en cuanto empiezan a trepar, desde los muelles, por el embudo vegetal, se asfixian, desaparecen.

Así que hay que estar ojo avizor en torno al puerto. Que en realidad son dos, el viejo puerto de pescadores, que es como la plaza del pueblo, con algunas barcas para ambientar, y un mínimo espigón para los correos de curiosos y visitantes, barcos siempre muy pequeños; y el refugio de yates y embarcaciones deportivas, en la bocana presidida por el castillo y la iglesia de San Jorge. Desde el piazzale dominado por la fortaleza medieval de San Giorgio, se tiene la mejor vista del puerto. Allá abajo, entre las arcadas macizas y los toldos de lona, todo transcurre fugazmente. Portofino es un punto de anclaje, casi una referencia, no un pedestal para exhibirse.

Por eso acuden aquí las verdaderas famas y fortunas, según cuentan. Llegan con sus invitados, en sus yates, y según esté el patio de concurrido, puede que tomen el aperitivo en alguna terraza. O se dejen ver en una trattoria discreta. La privacidad es aquí una virtud casi patológica, muy apreciada por el clan de los Agnelli o los Berlusconi. Los más asiduos y proclives a dejarse sorprender son, claro, gente del espectáculo o de la moda, como Armani o Valentino. La gente de dinero puro y duro puede llevar años ocupando una villa sin que lo sepa ni la sirvienta; se supo, por ejemplo, que el joyero Falkp tenía aquí una mansión porque ésta salió a relucir como manzana de la discordia en un proceso de divorcio.

El Monte de Portofino es parque natural protegido, sólo apto para caminatas ecologistas. Pero se pueden hacer excursiones marinas de postín. Hacia oriente, hay preciosas calas, hasta llegar a los núcleos elegantes de Sta. Margherita Ligure y Rapallo. Hacia poniente, la costa es escarpada, y no hay carreteras por el interior; sólo se puede llegar en yate a muchos enclaves tan secretos como hermosos. Uno de los más concurridos es San Fruttuoso de Capodimonte, sólo accesible por mar; es una abadía del siglo X, con claustro románico y un palazzo del XIII, además de sepulcros de la familia Doria. Más adelante está Camogli, genuina estampa de pueblo ligur, abrigado entre farallones rocosos azotados por la espuma. Camogli conserva un casco medieval, en torno al puerto pesquero y la torre del castillo Dragone. Más cerca ya de Génova, Sori tiene para nosotros una particularidad: es la patria chica de los antepasados de Picasso, y de su apellido.

Localización

 

Cómo ir. El aeropuerto más cercano, Génova, queda a casi una hora de Portofino. Por carretera, hay que tomar la 'autostrada del sole' (A-10, de peaje, cara), que enlaza con las francesas 'La Provençale' y 'La Languedocienne', de peaje.

 

 

 

 

 

 

Comer. En Portofino, Puni, incluido en la exigente guía de la Accademia Italiana della Cucina; una de sus especialidades son las 'parpartelle' Portofino, con pesto (la salsa propia de la Liguria), Piazza Martiri dell'Olivetta, 5, 0185 269037, unos 60 euros. Muy cerca está Delfino, especializado en pescados (Piazza Martiri dell'Olivetta, 40, 0185 269081). A poniente, en torno a Camogli y Recco, hay restaurantes sublimes, como Rosa, con delicadezas como sus anchoas rellenas (Largo F. Casabona, 11, 0185 773411, no menos de 40 euros; o en Recco, Manuelina (Via Roma 278, 0185 721128, 30 euros).

 

 

 

 

 

 

Dormir. Hotel Splendido de Portofino, antiguo convento dominando la bahía, muebles de estilo, mármoles de Carrara, frescos románticos; la doble: unos 500 euros (Viale Baratta, 16, 0185 269551). Más 'asequibles', el Nazionale, con 12 habitaciones (Via Roma, 8, 0185 269575, 350 euros), y el Piccolo Hotel, con embarcadero y playa privada, (Via Duca degli Abruzzi, 31, 0185 269015, 250 euros).

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