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Tribuna
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Luces y sombras en Alemania

Con la sonada destitución de políticos y capitanes de la gran empresa se cierra en Alemania el Gobierno de la coalición verdirroja, afrontando en breve un difícil examen electoral.

En pocas semanas, las altas esferas alemanas han perdido de forma inesperada algunos de sus más consagrados miembros, desde el ministro de Defensa Scharping, destituido por un supuesto caso de corrupción, hasta los presidentes de dos auténticos símbolos empresariales del país, Deutsche Telekom y Bertelsmann.

Ello, unido a la vorágine de quiebras de empresas ilustres, contribuye a crear una cierta sensación de descalabro en las estructuras económicas y políticas del país, sólo comparable en la actualidad a la que está viviendo EE UU.

En tan difíciles circunstancias, el gabinete de la coalición Verdes-SPD, liderado por el canciller Schröder, deberá afrontar las elecciones generales del próximo 22 de septiembre. En una serie de recientes reuniones internas, el Partido Socialdemócrata ha planificado ya su intensa precampaña electoral. El SPD deberá soportar estoicamente los calores veraniegos para tratar de recuperar la popularidad perdida, ya que según las últimas encuestas se encuentra unos cinco puntos por detrás de su gran rival, el CDU, de Edmund Stoiber.

El panorama empresarial se ha visto sacudido por ruidosas quiebras, que han cuestionado también el modelo de relaciones empresa-Estado e incluso tradicionales esquemas de desarrollo regional.

Los primeros pasos de Schröder apuntaron hacia medidas populares pero poco eficaces, como la célebre reforma fiscal. La progresiva reducción de la tributación personal no ha redundado en un mayor consumo privado, mientras que la menor fiscalidad empresarial tampoco ha potenciado de forma significativa la inversión.

Uno de los aspectos más polémicos de esta reforma, la exención de las plusvalías en la venta de participaciones empresariales, debía a priori potenciar la reestructuración del tejido empresarial alemán.

Sin embargo, la medida se ha mostrado muy poco atractiva en tiempos de atonía bursátil, viéndose superada por una serie de crisis empresariales inesperadas que han llevado a la quiebra a auténticos símbolos del país. Tal ha sido el caso de Kirch, pero también de Babcock y previamente de Philip Holzmann.

No obstante, las crisis más amplias al otro lado del Atlántico han evitado que los medios anglosajones se ensañen con el peculiar modelo alemán de gobierno corporativo.

Al margen de las dudas sobre el sistema de gobierno, compartidas actualmente por todo el mundo, las quiebras alemanas han puesto de relieve el complejo entramado de relaciones entre empresas y Gobierno, sobre todo Gobiernos regionales.

Ya durante su mandato en el land de Baja Sajonia, Schröder contribuyó decisivamente a la primera salvación de la constructora Holzmann, ahora en quiebra. De igual forma, los bancos de Baviera, y en especial el Bayerische Landesbank, de capital público, no figuran casualmente entre los principales acreedores del grupo Kirch. Entretanto, en la flamante nueva capital del país, resuenan aún los ecos de la dolorosa crisis del banco local Bankgesellschaft Berlin, que se saldó con cambio en la alcaldía y asistencia financiera para las precarias finanzas municipales.

El futuro Gobierno alemán deberá restablecer la confianza en las sólidas bases económicas del país y redefinir su papel en el ámbito internacional, especialmente en el seno de la UE.

La relación entre poder local, bancos públicos regionales (Landesbanken) y empresas ha constituido uno de los pilares de desarrollo en los poderosos länder alemanes. Aunque este modelo encuentra también paralelismos en tantos otros países y regiones, resultando obvios tanto sus beneficios como sus riesgos, su aplicación parece tener los días contados en Alemania.

Las resoluciones de la UE obligarán a retirar los avales públicos a las instituciones bancarias locales, desagregando claramente y sometiendo a escrutinio sus actividades estrictas de 'desarrollo regional'.

Precisamente en el ámbito de la UE se dirimirá otro de los grandes frentes del futuro Gobierno alemán. Ante el europeísmo de Kohl y Mitterrand, el tándem Schröder-Chirac no ha podido superar sus amplias diferencias políticas y personales. Incluso el premier francés ha llegado a bendecir a Stoiber como futuro canciller del país vecino pocos días antes de la reciente cumbre franco-alemana.

En cualquier caso, la gestión verdirroja en Bruselas se salda de forma modesta, siendo algunos de sus legados tanto el bloqueo a la directiva sobre opas como la defensa numantina de los intereses de la industria alemana ante los intentos de la Comisión por abrir el mercado automovilístico.

Este año podría incluso concluir de forma peor si Alemania no logra cumplir con los requisitos de su tan defendido Pacto de Estabilidad, dado que su déficit público cabalga ya cercano al temido 3% del PIB.

El Gobierno resultante de las elecciones de septiembre deberá luchar por restablecer la confianza en una economía con sólidas bases y gran potencial de crecimiento e innovación, así como en una diplomacia capaz de liderar de forma activa y positiva la reforma de la UE con vistas a la imparable ampliación.

Las rotundas declaraciones del candidato Edmund Stoiber, manifestando su oposición a un futuro ingreso de Turquía en la UE, no contribuyen precisamente a mejorar la futura imagen de Alemania como miembro activo de la Unión.

Asimismo, tampoco favorecen la convivencia en una de las sociedades más abiertas y plurales de la Europa contemporánea, que cuenta con uno de los mayores porcentajes de residentes extranjeros y es ejemplo de integración laboral y social.

Más allá de las recientes quiebras y dimisiones, el futuro canciller deberá explotar con ilusión el proceso de cambio social para continuar la reforma de la economía alemana y liderar con firmeza la de la propia UE.

Jacinto Soler Matutes es doctor en Economía y socio del bufete hispano-alemán Soler-Padró, v. Hohenlohe, Hopewell

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