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Viajes

El último rey de los diolas

Casamance (Senegal) ofrece la posibilidad de perderse entre bosques exuberantes y admirar una arquitectura de barro condenada a desaparecer

Infierno o paraíso? Eso depende de hasta qué punto se conserve intacta la inocencia: me refiero a la pureza de aventurero de raza, el viajero que sabe ver más con el corazón que con los ojos. Desde luego que a Casamance puede ir uno a cuerpo gentil, en plan explorador; también hay periplos organizados, incluso resorts de verdadero lujo -que allí, en el meollo del África tropical, resulta mucho más lujo-. Para llegar a Casamance, aunque está en Senegal, hay que atravesar Gambia. Esta particularidad geográfica, el aislamiento y su fuerte sentido de identidad nos ponen sobre aviso acerca de una cuestión tácita, que ni se menta: los afanes de independencia. Hay dos Casamances, la Baja y la Alta; la primera, pegada a la costa, entre Gambia y Guinea Bissau, es la que se puede visitar; la Alta Casamance, la de las regiones de Kolda, Sedhion y el país bassari, es territorio apache, bajo amenaza de la guerrilla independentista.

Dicho lo cual, cualquiera estaría dispuesto a confundir la Baja Casamance con el paraíso. Vegetación exuberante, bosques enmarañados y perennemente verdes, cocoteros alzando sus copas sobre arrozales y plantaciones, amancayos y baobabs corpulentos como torres; Casamance es la despensa del país entero. A pesar de que el mar penetra con su salitre dañino muchos kilómetros tierra adentro, no sólo por el cauce inmenso del río Casamance, sino también por sus caños y canales, que empapan gándaras y marismas, por las cuales se mueven campesinos y buhoneros en coloridas piraguas. El color es como una piel en esta región privilegiada donde la gente africana se puede permitir el ser hospitalaria.

Pueblo orgulloso

Son diolas, en su gran mayoría, orgullosos de su lengua, de su arquitectura, de sus hábitos y costumbres que procuran defender frente a la mayoría uolof del país o la contaminación occidental. Su arquitectura es fabulosa, pero condenada a desaparecer, seguramente; está hecha de tierra, que luego es teñida con vivos colores y ostenta una coquetería de columnas rebajadas y cenefas; de estar en Europa, hace tiempo que habría sido declarada patrimonio de la humanidad; pero está en África, es de barro friable y dentro de muy poco sólo podrá verse en las fotos. También los reyes desaparecen. Antes había muchos, reyezuelos que mandaban en pequeños municipios. Puede que al viajero le propongan una audiencia con alguno de ellos; la única condición para ser recibidos es llevar algún obsequio para el poblado y para el propio rey: velas, cerillas, bolígrafos y caramelos para los críos. El rey, vestido de púrpura, recibe en un claro del bosque, ante su palacio trenzado preciosamente con hojas de palma, sentado en un taburete, rodeado en corro por los atónitos viajeros.

Para visitar el país diola una buena opción es instalarse en la isla de Karabane, formada por el río Casamance y uno de sus brazos mayores, en la desembocadura misma al océano. Fue enclave colonial de portugueses y franceses (de los primeros quedan ruinas de una prisión de esclavos, de los segundos, una iglesia bretona), y ahora es una pequeña colonia de pescadores; es deslumbrante asistir al regreso de la pesca, o al momento en que ancla, frente a la isla, el único barco que llega desde la capital, dos o tres veces por semana, y los pescadores cargan en piraguas el pescado salado o seco para llevarlo hasta el buque. La antigua residencia del gobernador es un hotel aceptable, con playas de arena fina, agua caldosa y palmeras tropicales, todo infinitamente vacío. Las excursiones en piragua por el río tienen por objeto cosechar ostras de manglar, y merendarlas asadas en fogatas, o recorrer islitas colonizadas por pescadores.

Visitar la Isla de los Fetiches es obligado. Si se llevan los regalos pertinentes para el brujo (las velas son algo precioso), puede que el poblado entero improvise una danza de bienvenida a ritmo de yembé. En los 'árboles de los fetiches' (los diolas son animistas, ni rastro de islam, los cerdos corretean por entre las chozas), se amontonan frutos, huesos y cráneos de animales, restos de sangre; es difícil no sentir un escalofrío. Río arriba se encuentra Zinguichor, la capital de Casamance. Una ciudad a la que hay que saber buscarle las cosquillas, sólo entonces acaba convenciendo. Son inolvidables los atardeceres y las noches en los muelles del río (allí están los buenos hoteles y restaurantes) y no deja indiferente el bullicio informe del puerto, donde los pescadores construyen con azuelas y hachas barcos de mediana envergadura.

En el extremo sur de Casamance, Cap Skiring se ha convertido en un oasis de lujo. Hay varios hoteles espléndidos, que remedan la arquitectura tradicional, la playa es limpia y fina, y en el pueblo se puede comer langosta fresca o pescado a precios muy razonables. Para no olvidar sin embargo en qué coordenadas se está, conviene hacer una excursión al poblado cercano de Kabrouse, donde lo menos inquietante son los árboles plagados de fetiches: presumen los vecinos de ser cazadores de hombres y antropófagos -aunque esto, seguramente, es sólo un ardid para atraer a los turistas morbosos-. En cualquier caso, es mejor quedarse por allí. Y no aventurarse más en la jungla que penetra hacia Guinea-Bissau: puede que por aquellas espesuras ya no sean tan metafóricos con los intrusos.

Localización

 

Cómo ir. La mayorista Nouvelles Frontières propone un circuito por todo Senegal en 4x4, de 16 días/14 noches, en hoteles y tiendas de campaña y régimen de pensión completa a partir de 1.400 euros. Travelplan ofrece el circuito 'La senda de los Diola' de 8 días/7 noches a partir de 982 euros; 'La Senda de los Diola' + estancia en Saly, 15 días/ 14 noches, a partir de 1.181 euros.

 

 

 

 

 

 

Dormir. En Ziguichor hay un par de buenos hoteles, junto al río, que se utilizan generalmente de paso; los mejores 'resorts' están en Cap Skiring, donde destacan sobre todo el francés Club Med y el más moderno Royal Palm, con arquitectura inspirada en las formas tradicionales de Casamance y amplísimos y cuidados jardines hasta la playa. En la isla de Karabane, el Hotel Karabane no es tan lujoso, pero es simpático y posee cierto aire de aventura.

 

 

 

 

 

 

Comer. La comida en Casamance es sabrosa y generalmente segura, desde el punto de vista sanitario; el plato nacional es el yassa de pescado (marinado con arroz) y también el pollo; el thiou con gambas y la tiéboudienne (pescado y arroz) son muy populares. En Ziguichor, hay bastantes restaurantes familiares donde se puede probar cocina argelina o marroquí, por ejemplo. En Cap Skiring, en el poblado, se puede comer langosta y pescado a muy buen precio.

 

 

 

 

 

 

Compras. Muchas de las artesanías típicas se hacen ya pensando en el turista (tallas de madera y máscaras, por ejemplo), pero hay cosas auténticas que valen la pena, por ejemplo, las telas estampadas y los batiks fabricados a mano. En el mercado de Ziguinchor te pueden coser unos pantalones o una camisa en telas de vivos colores en el momento.

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