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Tribuna
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El espejo contable

Los últimos meses han sido especialmente intensos desde el punto de vista contable, una disciplina muy antigua y que tal vez en los últimos años había sido despreciada o, al menos, ignorada. Ahora parece ser que no hay día en que de una u otra forma haya alguna noticia que tenga que ver con determinadas operaciones contables. La más reciente es la relativa a las pérdidas que ha reconocido Telefónica en el primer semestre del año 2002, como consecuencia de varios motivos, entre los cuales se encuentran las provisiones efectuadas sobre el valor de activos como las licencias de UMTS o la depreciación de activos por la crisis latinoamericana.

Este tipo de anotaciones son efectuadas a menudo por las empresas, lo que puede parecer más sorprendente es el importe total de las pérdidas, que han alcanzado los 5.574 millones de euros. Pero más allá de las cifras, merecería la pena detenerse en el significado de esta operación contable y el paralelismo que debe existir entre la contabilidad y la realidad; es más, la contabilidad debería ser siempre el espejo de la realidad empresarial.

Para ello deberíamos irnos al año 2000, momento en que Telefónica, junto a otras operadoras, deciden hacer un esfuerzo inversor ante las expectativas que abría la telefonía móvil de tercera generación o UMTS. Desde el punto de vista contable, las inversiones efectuadas en adquirir licencias y en el desarrollo de las mismas son consideradas como un activo que debe figurar en el balance.

Pero no hay que olvidar que la diferencia entre inversión y gasto no depende del importe y sí de la capacidad futura de generar recursos. En su momento, el UMTS parecía abrir un futuro esplendoroso con unas oportunidades de negocio que permitirían generar ingresos de manera recurrente en el futuro. Parecía lógico, por tanto, que el importe pagado por dichas licencias apareciese en el balance de las empresas.

Ahora bien, el valor de un activo no tiene por qué ser indefinido en el tiempo. Es más, lo más habitual es que los activos vayan perdiendo valor a lo largo de su vida (obsolescencia tecnológica o física, por ejemplo), reconociendo dicha pérdida como un gasto. Así, las cuentas de resultados de las empresas van reflejando la pérdida de valor de los activos como un gasto a través de lo que se conoce como amortización contable, que no es más que una mera anotación sin salida de tesorería.

Los problemas pueden aparecer cuando los activos no demuestran la capacidad de generar recursos o existen numerosas dudas sobre los mismos. En tal caso, desde el punto de vista contable se debe reconocer la situación minorando el valor del activo y reflejando el menor valor como un gasto en la cuenta de resultados. Técnicamente no es una amortización (es decir, pérdida de valor sistemática), pero tiene su impacto en la cuenta de resultados como en el caso que hemos visto en Telefónica.

De nuevo esta opción contable no ha supuesto una salida de tesorería. Entonces, ¿qué implicaciones tiene en la salud financiera de una empresa esta operación?

Es evidente que en el camino que transcurre entre la adquisición de las licencias y el reconocimiento contable de su menor valor, Telefónica ha comprometido unos recursos que parece tienen difícil recuperación. Pero esto no varía porque Telefónica lo haya reconocido contablemente. La realidad no varía por estos motivos y, por mucho que se pueda esforzar cualquier directivo, la contabilidad no modificará nunca la realidad.

No obstante, parece muy saludable que tras los acontecimientos ocurridos en los últimos meses, una empresa como Telefónica haya aproximado la información contable a la realidad. Tal vez así nos podamos dar cuenta de la importancia que tiene una información financiera de garantías para la toma de decisiones. La información de calidad es el principal activo con el que cuentan los mercados financieros, y ahora estamos en una época en la cual este activo, hablando contablemente, está provisionado o hay dudas sobre él.

Ojalá que decisiones como la adoptada por Telefónica puedan recuperar su valor y con él la confianza de los inversores en la información financiera.

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