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Revista de Prensa

El gatillo de la infelicidad

El gatillo de la

infelicidad

Intentar adivinar qué compañías van a tener una crisis crediticia se parece a entrar a oscuras en una habitación e intentar adivinar qué es lo que hay en el interior. Da miedo. El servicio de inversores de la agencia de calificación Moody's ha provocado ese miedo al revelar que muy pocas compañías comunican a la Securities and Exchange Commission (SEC) el nivel del 'gatillo de la calificación'. Se refiere esta expresión al derecho que tienen las entidades de crédito a apretar los términos del contrato cuando la calificación del deudor cae por debajo de determinado nivel. Las consecuencias van desde un aumento en el coste de la deuda o a impagos previos a la bancarrota. La respuesta más sencilla es decir que la SEC y otros reguladores existentes en los mercados internacionales que éstos deberían obligar a comunicar todo tipo de datos adicionales. (....). Pero no es una tarea sencilla. Lo que está en juego es la confidencialidad. (...) También hay dificultades de tipo práctico. La agencia Moody's ha enumerado hasta 18 tipos de acuerdos financieros que pueden conllevar la situación de 'gatillo de la calificación'. (...) Aun así debe hacerse un esfuerzo para mejorar la información procedente de las empresas y dirigida a los organismos reguladores, de modo que los riesgos puedan ser mejor evaluados, no sólo por quienes compren deuda, sino por quienes posean cualquier otro tipo de títulos, sean los que sean. (...) Pero la mejora en la información no bastará a menos que los inversores también hagan su tarea, una obligación necesaria.

La burbuja bursátil se infló, a pesar de la existencia de señales evidentes de que en muchos informes anuales los resultados financieros estaban literalmente 'estirados'. ¿Cuál es el nivel sostenible para una determinada empresa o cómo podría deteriorarse ésta? Estos interrogantes configuran una batería de preguntas sencillas que cabe hacerse por parte de cada uno. Porque para cuando el gatillo se apriete puede ser demasiado tarde para tomar cartas en el asunto.

Financial Times. Londres

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