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La opinión del experto
Tribuna
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La empresa inacabada

Antonio Cancelo anima a empresarios y ejecutivos sobre la necesidad de volver a recuperar la ilusión y la confianza que se vive cuando se comienza una aventura empresarial

Toda empresa surge a raíz de la idea de una o varias personas que entienden que existe un hueco en el mercado en el que pueden situar con éxito aquello que han decidido hacer. Saben producir o comercializar algo o esperan contratar a quienes sepan hacerlo, pero, por encima de todo, poseen lo que resulta absolutamente imprescindible, porque no es contratable, cual es la seguridad, la creencia, la confianza, de que el proyecto resultará viable y de que merece la pena.

Por ello, por esa creencia, están dispuestos a arriesgar prestigio, seguridad, recursos económicos, etcétera, esperando a cambio el triunfo del proyecto.

Aunque partan de una idea previa, no buscan en cualquier dirección, necesitan contrastarla, para lo que se ha generalizado la realización de estudios de viabilidad, facilitados hoy día por los mecanismos de apoyo que han creado las diferentes Administraciones.

Toda empresa tiene que tener su porqué, su razón de existir, su alma, todo aquello que los pioneros sienten y que constituye la razón del éxito

Más allá de los instrumentos técnicos, los que inician un proyecto y quienes se incorporan en las primeras etapas están impregnados de ilusión, de convencimiento, de ganas de luchar, del entusiasmo que genera lo nuevo, lo propio, lo por hacer, aquello en lo que se cree, y para su logro no se regatean esfuerzos.

Se plasme o no por escrito, existen unos valores superadores de muchas carencias, también de muchas inexperiencias, de la falta de madurez propia de lo que nace, y se genera un estadio emocional de identificación que puede con todas las limitaciones.

Las compensaciones se dejan para mañana puesto que lo que hoy importa es situar adecuadamente el proyecto.

He tenido la oportunidad de experimentar personalmente estas situaciones al haber participado en el desarrollo de bastantes proyectos y puedo asegurar que, en su mayoría, salieron adelante más por la pasión que por el conocimiento real, al menos durante los primeros años de vida. Todavía más, algunos de esos proyectos que encontraron el camino del éxito, sometidos antes de su lanzamiento a un riguroso y científico análisis de viabilidad no habrían visto hoy la luz.

Ya tenemos la empresa en marcha, ha conseguido un espacio en el mercado, se ha ganado un merecido prestigio y ha pasado el tiempo, y, con su paso, se ha llevado algunas convicciones, no pocas ilusiones, se produce una pérdida de tensión, lo que emocionaba ya no lo hace, los que se incorporan sólo buscan un puesto de trabajo, la costumbre provoca rutina, se empieza a recordar el pasado con nostalgia y permanece como único recurso la profesionalidad ganada.

Lo acontecido resulta lógico si no ha habido preocupación por gestionar los valores que hicieron posible la superación de los obstáculos de partida. Al igual que ocurre con los productos o servicios, cuyo éxito en el mercado sólo se garantiza mediante la innovación permanente, también lo que no es sino un producto global, el proyecto de empresa, tiene que actualizarse para mantener su vigencia.

Reformular el proyecto empresarial es una necesidad imperiosa, puesto que para mantener el éxito continuado ni basta con la profesionalidad, con el saber hacer, ni con la ilusión, el entusiasmo, el convencimiento de que lo que se hace merece la pena. Son necesarios, por tanto, los dos grupos de factores.

Sin embargo, así como al primero de los grupos se le dedica atención constante y se utilizan abundantes recursos para su puesta al día, al segundo, en cambio, se le presta una atención escasa, si es que se le presta, perdiendo de este manera lo que supuso el impulso básico de la puesta en marcha.

El proyecto de empresa tiene que mantenerse vigoroso a lo largo de toda su existencia, y es una responsabilidad que compete de manera inexcusable e indelegable a la alta dirección.

Poner al día su contenido exige revisar periódicamente, sometiéndolo a debate tanto el fondo como la forma.

Actualizar el lenguaje en términos inteligibles para cada época permite en ocasiones revalorizar conceptos que, aunque sigan siendo válidos, en su expresión primitiva impiden conectar con las preocupaciones y la cultura imperante.

La constitución de la empresa en términos jurídicos es un acto único; en términos empresariales resulta sin embargo un proyecto inacabado, abierto, en adaptación constante, pero no únicamente en sus productos, organización, tecnología, etcétera, sino también, y principalmente, en aquellos elementos conceptuales capaces de movilizar las voluntades de sus personas, haciéndoles partícipes de su desarrollo, ilusionándoles en algo a cuyo logro les parece importante contribuir.

Toda empresa tiene que tener su porqué, su razón de existir, su alma, y eso que los pioneros sienten y que constituye una de las razones fundamentales explicativas del éxito debe perpetuarse, transmitiéndolo a las nuevas incorporaciones, aun a sabiendas que de ninguna manera es lo mismo iniciar que continuar, pero conscientes, a pesar de todo, de que si se producen las adecuaciones precisas y existe por todas las partes voluntad necesaria, se puede recuperar el entusiasmo disminuido de los que recuerdan el pasado e incorporar al estado de ánimo constituyente a los recién llegados.

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