Ferreteros en la nueva economía
La fiebre del oro, que al igual que la de Internet nació en la costa oeste de Estados Unidos, hizo millonarios a los ferreteros, que no a los buscadores. De momento, la de Internet sólo pareció engordar las cuentas de los más espabilados y de los bancos de inversión. Pero algo bueno quedará, sin duda, del impulso de la nueva economía.
Al fin y al cabo, las burbujas son consecuencia de la asignación equivocada del excedente de ahorro en las economías que crecen. Dentro de lo malo, es mejor dedicar el ahorro a la Red (aunque sea en páginas de comercio electrónico de comida para animales) que a la vivienda, caso de España, los tulipanes o cualquier otro activo menos productivo.
El boom de los ferrocarriles en la Inglaterra de los años cuarenta del siglo XIX también provocó ruinas de inversores y quiebras de bancos. Pero dejó el país con una red ferroviaria siete veces más larga que la de Francia o Alemania, naciones más extensas. De las decenas de empresas ferroviarias cotizadas quedó un puñado, pero toda la economía se benefició de su trabajo.
Con Internet sucederá algo parecido. Las comunicaciones permiten aumentar la productividad. La información se transmite mejor y más rápido, la rotación de existencias es mayor y la capacidad de comparar precios para un mismo artículo es más elevada. Asimismo, las redes de banda ancha construidas por las numerosas empresas que han operado en este sector servirán para sostener el futuro desarrollo de este tipo de comunicaciones. Aunque los visionarios constructores hayan pedido la bancarrota.
Los ferreteros de Internet serán las empresas de la vieja economía, ahora más eficientes y más ágiles, así como las Cisco, Intel y demás. Hay que evitar, eso sí, que el estallido del Nasdaq se convierta en una crisis duradera al estilo japonés. Si es así, el daño habrá sido menor.