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Perfil de éxito
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Lence, una saga con mucha miga

Varias generaciones mantienen el éxito de la emblemática enseña Viena Capellanes. Manuel Lence Fernández, su verdadero artífice, prototipo de emprendedor y un innovador nato, transmitió a sus sucesores el tesón y la pasión por lo bien hecho

Pocas compañías tienen tantas anécdotas que contar como Viena Capellanes. Hasta el nombre tiene su historia. Fue precisamente desde la capital austriaca de donde vino a España la fórmula de las famosas vienas.

La primera tahona se instaló en la calle Capellanes, llamada así por el Convento de los Capellanes del Palacio Real. Ambas circunstancias propiciaron el nombre que escogió para su empresa Matías Lacasa, industrial aragonés que fabricó en exclusiva el pan de Viena en España durante 10 años.

Enseguida se hizo famoso por su pan, más fino y bien distinto a los panes de la época (libretas de blanco y hogazas de moreno o candeal). Cuando murió Lacasa, su viuda, Juana Nessi, pensó que sus sobrinos nietos, los hermanos Baroja, Pío y Ricardo, podrían llevar el negocio, puesto que el matrimonio no había tenido hijos. Entra en escena el principal protagonista de esta historia, Manuel Lence Fernández, entonces su encargado, inicialmente chico de los recados y que un poco más adelante compró la empresa a los hermanos Baroja, que finalmente pudieron dedicar todas sus energías a la pintura y la literatura.

Desde hace más de 100 años los Lence siguen las mismas pautas de calidad y servicio que heredaron de su antepasado

La familia Lence crece con la incorporación al negocio familiar del resto de los hermanos, también llegados de Galicia y, poco a poco, la insignia de Viena Capellanes va instalándose en los puntos estratégicos de la villa.

Con la capital y el negocio creciendo, este innovador nato decide añadir valor a sus productos y monta un servicio de entregas a domicilio. Todo un pionero del modelo de negocio que ahora conocemos como teleentrega.

Mientras los coches de caballos recorrían la ciudad, los Lence entregaban sus productos recién elaborados en un vehículo original donde los haya, un vehículo motorizado semejante al autogiro de De la Cierva. La familia Lence aún conserva alguna de estas piezas de museo, que milagrosamente se salvaron de la guerra. Estos carricoches llamaban la atención con sus llamativas hélices y despertaban la curiosidad y el apetito de los transeúntes.

El impacto comercial de aquel invento fue la envidia de las empresas de la época.

La firma repostera resultó una de las primeras compañías en ser reconocida con la distinción de Proveedores de la Casa Real. Recibieron la autorización de la Casa Real para fabricar chocolate con la marca Chocolates Reina Victoria. Sin embargo, de nuevo la historia con mayúsculas interviene en la historia de Viena Capellanes, ya que con la llegada de la Segunda República en el año 1931, la marca se vio forzada a despojarse de sus atributos reales, comercializando el producto como Chocolates Victoria a secas desde entonces.

Y sin dejar la calidad de siempre, los hermanos decidieron aumentar su oferta y diversificar el negocio con nuevos productos (repostería, salón de té, fiambres, etcétera.). Corrían los años treinta cuando Lence inventó la franquicia ideando un modelo de relación comercial novedosa mediante el cual Viena Capellanes aportaba imagen comercial y la producción a unos cuantos asociados, elegidos entre lo más selecto del comercio madrileño.

Incluso el archivo familiar de los Lence delata su pasión por lo bien hecho. Con esmerado mimo conservan, por ejemplo, material gráfico de la época, los moldes de sus chocolates con la palabra 'Reina' machacada 'por imperativo legal' e incluso aquellos contratos tipo, documentos mercantiles que sustentaron su visionaria red comercial y que los acredita como pioneros y precursores de la franquicia. Más de un siglo después, el estilo que Manuel Lence Fernández acuñó para su imperio familiar continúa vigente: 'Calidad, identidad propia, reinversión de beneficios y mucha, mucha dedicación'. Quien así habla es uno de sus biznietos, que forma parte del cuadro de mando del grupo en la actualidad, inmerso de lleno en los nuevos proyectos.

En estos 130 años de vida empresarial y familiar, los Lence han soportado vientos de todo tipo y resultados como las vacas, de todos los calibres: flacas, gordas y terciadas.

Lo que no ha cambiado es la fidelidad de la clientela, constante por generaciones. 'Percibimos su reconocimiento', aseguran con satisfacción los Lence de segunda y tercera generación, dedicados plenamente a la tarea de conjugar la tecnología y el marketing con la tradición, la calidad artesanal y el esmero de siempre.

Puente de mando

 

El pionero D. Manuel Lence Fernández emigró a Madrid desde su Galicia natal. Una gran capacidad de trabajo, tenacidad y habilidad para llevar con éxito el sacrificado oficio de la panadería hicieron destacar a este aprendiz de tahona que consiguió, con su responsabilidad y buen desempeño, llegar a encargado con sólo 18 años. Merced al desinterés de los Baroja, y tras unos años de duro trabajo, el joven encargado terminó por comprar la empresa a sus propietarios.

 

 

 

Expansión Con ayuda de algunos hermanos también emigrantes, comenzó el despegue y la consolidación del negocio.

 

 

 

A comienzos del siglo XX, inician la diversificación, aumentando la oferta y ampliando la gama de productos y los puntos de venta.

 

 

 

En los años 30, unos 16 establecimientos lucían la imperial enseña tan característica de Viena Capellanes.

 

 

 

Innovación Fueron los primeros industriales madrileños en disponer de vehículos motorizados para efectuar sus entregas a domicilio. En lugar de los coches de los carretones de caballos de la época, inventaron un vehículo con hélices, similar al autogiro de De la Cierva. Hoy, aquel artilugio forma parte de la historia de la automoción y ha participado en varias exposiciones.

 

 

 

Diferencia Defienden a capa y espada su nicho de mercado marcando la diferencia frente a la competencia: no usan pastas. En sus emparedados y otros productos el cliente sabe lo que come. Los ingredientes se ven. También el estuchado es marca de la casa. Las máquinas para automatizar ese proceso no existían.

 

 

 

Hubo que inventar y ellos lo hicieron.

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