El orgullo de sentir los colores
Alberto Andreu explica la importancia de creer y de pertenecer a una compañía, siempre y cuando ésta tenga definida su estrategia y sepa lo que quiere de los profesionales que trabajan en ella
Cómo quieres que vaya a buscar nuevos clientes si ni yo me creo la empresa donde trabajo?'. 'Cuando digo el nombre de mi compañía, siempre tengo que dar explicaciones, siempre escucho risitas, y ya empiezo a estar harto'. 'Muchas veces siento vergüenza ajena con las cosas que pasan en esta casa, sobre todo cuando mi hijo lee en los periódicos lo que dicen de la empresa de su padre'.
Frases duras, pero no piense que no me ha costado escribirlas. La verdad, mucho más me costó escucharlas cuando, hace años, en mi etapa de consultor, fui contratado por un cliente para que investigara sobre 'lo que está pasando en esta casa'.
'Parece que la gente no se da cuenta de los problemas' -decía-, 'que les da igual lo que nos pase, que no tienen ganas de tirar del carro; precisamente ahora, que es cuando más lo necesitamos'. Debo decir que ese cliente estaba sufriendo en sus carnes un duro proceso de ajuste como consecuencia de una importante crisis financiera.
Pues ya ve de lo que va la tribuna de hoy: de descubrir que sin eso que algunos llaman orgullo de pertenencia, 'sentir los colores' o 'llevar la camiseta', no se va a ningún sitio.
Bueno, perdón. En realidad, va de otra cosa. Va de que una compañía incapaz de tener 'alarma, corazón y vida' (que diría el boleto), difícilmente será capaz de generar ilusión y de hacer que su gente reaccione ante las adversidades como Fuenteovejuna: todos a una.
Así pues, si va de solidaridad, de empuje, del sentir los colores ¿Cuáles son los motivos por los que una persona, aunque sea consciente de que su empresa se la juega, decida inhibirse y, como vulgarmente se dice, pasar de todo? La primera causa podríamos encontrarla en la ausencia de una visión de compañía, es decir, en la falta de rumbo empresarial.
A este tema, no siempre se le da la importancia que realmente tiene. Mucha gente cree que 'eso de la visión son zarandajas que a mí no me afectan, ni poco, ni mucho, ni nada'; o que 'eso está lejos de mi día a día'; o que 'estas cosas son las tonterías del jefe'.
Pues bien. Quienes piensan así se equivocan. Y no saben cuánto. Y si no me cree, conteste a la pregunta: ¿Cuanta gente está hoy en el paro -o teme estarlo- por las locuras, sueños o delirios de grandeza de sus presidentes?. O ¿cuánta gente se pregunta cada día cuál será el futuro de su empresa, y de él, si seguimos haciendo tonterías en esta casa? Pues no se engañe. A eso conduce indefectiblemente la falta de visión: a la desaparición.
La segunda causa de pérdida de orgullo es una mala comunicación. Es curioso, pero, por activa o por pasiva, las compañías siguen teniendo una signatura pendiente, sobre todo, en la comunicación interna. Nunca olvidaré esta anécdota. El presidente de una gran multinacional española se excedió un día cuando fueron a contarle los planes para mejorar la comunicación interna.
'Me está usted diciendo -les espetó- 'que a mis empleados, además de pagarles, les tengo que contar lo que hago?'. Bonita anécdota, casi tanto como aquella otra de un inefable consejero delegado que prefería no publicar el organigrama de la empresa y que la gente se enterase de los cambios por el listín telefónico. Pues ya sabe usted amigo mío: el que siembra vientos recoge tempestades.
No se sorprenda si su gente se quitó hace tiempo la camiseta de su organización y decidió salir por ahí a tomar el sol. La falta de comunicación interna lleva a eso, al desapego, a la sensación de que esto no va conmigo, a la idea de que si no me dicen es porque no importo, a la certeza de que si no importo prefiero defenderme y pensar que ellos no me importan a mí.
Y, para terminar, creo que hay otra buena causa de 'desafección organizativa': las continuas pequeñas mentiras sobre tu desarrollo profesional, es decir, la permanente llamada a la espera, al ya llegará el momento, al no fuerces las cosas, al ten paciencia O dicho de otra forma: los hechos, la realidad.
La cruda realidad que se obceca en desmentir punto por punto esas cosas tan bonitas que, muchas veces, nos encargamos de decir y vender a los cuatro vientos. Vamos, que los hechos pueden más que las palabras. Y es que muchas veces no nos damos cuenta que es mejor, que siempre es más 'rentable' poner por delante las cosas como son y no intentar engañar a nadie.
Nunca olvidaré el recibimiento que me hicieron algunos compañeros (hoy amigos) en una de las empresas en las que tuve la ocasión de trabajar. '¿Qué?'-me dijo- '¿Ya te han vendido la moto de empresa ilusionante, innovadora, creativa, en la que el talento se respeta y la iniciativa individual se fomenta?'
'Pues, no te creas nada. Llevo aquí siete años y ya me harté de pasar proyectos. Nunca me llegaron a aceptar ninguno'. Supongo que aquella declaración de un compañero desactivo por completo al menos me hizo dudar sobre aquellas palabras que el director general nos había dirigido a los que, como yo, empezábamos a trabajar con toda la ilusión del mundo.
Pues bien, ahí le van algunos motivos por lo que su gente no quiere a su empresa y decidió no sudar la camiseta. No es un tema fácil pero... quizá todo empiece por definir a dónde van, de una forma clara, sencilla y comprensible; quizá, también, además de hacer bien las cosas, tenga que contarlas; y, después de todo, quizá se dé cuenta de que no hay que vender humo ni pájaros en el aire.
A lo mejor empieza a ver y a notar cambios perceptibles. Y sobre todo no olvide y tenga presente una cosa. 'Nada se puede conseguir a menos que uno se divierta un poco'. Pues ya sabe: genere ilusión en su compañía y a disfrutar, que de eso va la vida.