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Viajes

La 'riviera' suiza

Una Suiza diferente, alegre y colorista, comilona y juerguista, más católica que protestante, más amiga del vino que de la cerveza, más latina, en suma

Cuando se habla de riviera suiza no se está recurriendo a una metáfora o licencia literaria. La orilla helvética de ese mar de boutique que es el lago Léman ha sido lugar de veraneo desde el siglo XVIII, cuando se estaba inventando el veraneo. Aquí acudían tipos como Rousseau, Lord Byron, Dickens, Víctor Hugo, Chaikovski... por no hablar de la beautiful people más reciente, una auténtica plaga; el resultado es que te sientas a comer en una terraza y los gorriones te picotean el pan delante de tus narices. Tan felices y despreocupados como los gorriones, miles de bañistas se chapuzan en cualquier centímetro donde el lago sea accesible -hay que advertir que entre el verano y el invierno las cosas cambian como de la noche al día-. Veleros (más que yates), vapores y barcos de paletas, farolillos y banderolas anunciando un mercado, o un festival, o una procesión.

Desde Ginebra, puerta de la región y que es cosa aparte, se puede deletrear la orilla del lago en trenes que parecen de placer, si no fuera por su frecuencia y puntualidad, o en barco. El lago fue siempre un camino. Hace menos de 100 años, todavía lo surcaban 200 embarcaciones de vela latina, cargadas con toneles de vino, sacos de cereal, quesos de Gruyère, costales de sal, madera o piedras de sillería. Una de esas barcas, La Vaudoise, declarada monumento histórico, sigue efectuando travesías y comilonas a bordo, advirtiendo a cañonazos de su llegada a puerto. Nyon es uno de los puertos que merece un alto. Muy activa en cuestión de cultura. El castillo es un bastión pintoresco que perteneció a Pepe Botella después de haber sido rey de España. Hay tres museos que valen la pena: uno, sobre su origen romano; otro, de porcelanas de la antigua manufactura que dio rumbo a la ciudad, y otro sobre el lago Léman: quien quiera conocer sus enigmas (incluido monstruo abisal) no tendrá más remedio que arrimarse a las tropas estudiantiles que de continuo lo asedian.

De Lausana podría decirse que tiene muchas de las ventajas de Ginebra, careciendo de muchos de sus inconvenientes. Como aquélla, es de origen romano. La ciudad vieja trepa como la hiedra por las colinas hasta la catedral, uno de los templos góticos más imponentes de Europa. Se la llama ciudad olímpica porque acoge al Comité Olímpico Internacional y por el reciente Museo Olímpico; pero podría dársele ese trato por la cantidad exagerada de ciudadanos haciendo jogging por los jardines, o trajinando con un velero. A partir de Lausana se hacen más frecuentes las viñas rodando por las laderas, contenidas por muretes de piedra y jalonadas por algún campanario puntiagudo, o algún château. Cully es uno de los muchos pueblos que viven casi en exclusiva de la viña.

Vevey, al lado mismo, es uno de los secretos suizos mejor guardados. El casco antiguo es delicioso, por allí anda la taberna donde empinaba el codo Rousseau (que no era tan ejemplar como sus ideas, eso lo sabe todo el mundo). Los días de mercado, los campesinos venden sus productos, vestidos con trajes regionales. Vevey es famosa por un festival veraniego de cine. Y es que aquí vivió y murió Charles Chaplin; sacarse una foto junto a Charlot es una chiquillada socialmente bien vista. Cerca de él, un enorme y reluciente tenedor flotando en el agua indica que en el palacete de enfrente se puede ver el Alimentarium, una suerte de museo sobre la nutrición patrocinado por Nestlé, cuyo cuartel general se encuentra en Vevey. Enseguida aparece Montreux, nombre sagrado para los amantes del jazz. Para alojar debidamente su célebre festival, se levantó el auditorio que lleva el nombre de Stravinski -otro veraneante que solía frecuentar esta riviera-.

Una silueta romántica y poderosa a la vez se impone a la mirada: es el castillo de Chillon. El monumento más visitado de Suiza, y el más fotografiado junto con el reloj de flores de Ginebra. Los muros se hunden en el agua, y las olas baten el embarcadero y penetran en los sótanos vacíos. Lord Byron lo visitó y quedó tan impresionado que poco después, en 1816, publicaba un poema titulado El prisionero de Chillon. Ahora, la fortaleza no resulta tan terrible, muchas estancias aparecen atrezzadas con picas y armamento de guardarropía, y bandadas de colegiales juegan a la guerra. Desde Montreux, en un tren-cremallera, se puede subir a Caux, y comer en su fonda rodeada de trenes de vapor resucitados. En pocos minutos, habremos pasado de la mundanal orilla a la pureza de los Alpes y podremos ver el lago como desde un balcón en el cielo. Puede ocurrir que aparezcan, sin que nadie sepa por qué (tal vez sea domingo) tres paisanos con sendas trompas de los Alpes y, sin otra cosa que ese tubo larguísimo y sus pulmones, hagan cantar a las montañas. Cosas que sólo ocurren en el cielo.

Cómo ir. La nueva compañía aérea suiza Swiss (901 116 712) tiene vuelos diarios desde Madrid, Barcelona, Alicante, Málaga y Sevilla hasta Ginebra, a partir de 146 euros. Desde Ginebra, hay numerosos trenes que recorren la orilla del lago, casi con frecuencia de autobuses. También se puede hacer el recorrido en barcos turísticos (antiguos, menos frecuencia) o de línea.

Alojamiento. En Ginebra: Beau-Rivage, 13 Quai du Mont-Blanc, 022 7166666, palacete de 1865 en la 'rive droite' del lago, frente al Jet d'eau, ambiente aristocrático; Tiffany, 18 rue de l'Arquebuse, 022 7081616, pequeño y encantador, estilo 'art nouveau'. Auberge du Raisin, en Cully, siete habitaciones y tres preciosas suites (ver comer).

Comer. Hôtel de Ville, 1 rue d'Yverdon (en Crissier, a 62 kms. de Ginebra), tel. 021 6340505, bajo dirección de Philippe Rochat, discípulo de Girardet, es uno de los grandes santuarios gastronómicos de la zona, cocina clásica y de temporada. Auberge du Raisin, en el pueblito de Cully (place de l´Hôtel de Ville, 021 7992131), una de las cocinas más creativas y refinadas en el corazón de la región vinatera de Lavaux.

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