Hippies de diseño
Vuelve el verano, y vuelven los famosos y los hippies, ricos o zarrapastrosos, al planeta Ibiza. Una isla que es un mundo
Se acuerda alguien de æscaron;rsula Andress? ¿Se acuerda alguien de Clifford Irving, de Elmyr de Hory (a quien Orson Welles consagró una de sus películas), ibicencos de honor todos ellos? ¿Se acuerda alguien de aquella floración espontánea de hippies inocentes que cruzaban el universo cual aves migratorias, de Mikonos a California, de Katmandú a Ibiza? En los felices sesenta y setenta (¡del siglo pasado!) Ibiza era una meca sagrada, un ónfalos iniciático. Siempre ha habido tipos listos, así que enseguida Ibiza se convirtió además en marca registrada, un logo de prestigio: moda ibicenca (en ropa, en interiorismo, con predominio de blancos y tonos claros, a tenor de las formas cúbicas de las alquerías ibicencas y la cal moruna), y sobre todo, un frenético way of life adorador de la noche sin límites, de la orgía coral y del éxtasis.
Aquel candor se ha convertido en lo siguiente: 45 euros por entrar a una discoteca, aunque no se llame Pachá, y un mercadillo hippy los miércoles, de diez de la mañana a seis en punto de la tarde, en una urbanización de lujo de Es Canar, con guardias privados de seguridad; una especie de parque temático con algún residuo de la vieja guardia y predominio del hippy de diseño, tirando a vendedor ambulante de origen subsahariano. Pero no hay que ser catastrofistas ni superficiales. En el fondo, las cosas han cambiado poco. No digo ya desde el hippismo de los sesenta; no han cambiado desde el tiempo de los fenicios. Me explico: ésta es una isla que parece predestinada; fenicios y púnicos ejercían aquí un culto a la fertilidad (nos dejaron de muestra unos muñequitos eróticos, ver museo), y los romanos y los árabes no fueron insensibles al genius loci, un clima de sensualidad que constituye la estratosfera de este nicho mediterráneo.
Bien mirada, de lejos a poder ser, Eivissa (la ciudad, la que llaman los isleños Dalt Vila) muestra el mismo perfil que en época fenicia, siete siglos antes de Cristo. Un promontorio rocoso abrigando un puerto de mar, con el santuario en lo más alto (igual da que fuera altar de la diosa Tanit, templo romano, mezquita o catedral cristiana); junto al santuario, el castillo, la almudaina, el cuartel militar; y por debajo, aterrazadas, las viviendas de los contribuyentes, protegidas por murallas y por la propia geografía. Esos muros se fueron remendando conforme fue necesario; los que ahora vemos los hizo levantar Felipe II, y son tan acertados y hermosos que la Unesco ha declarado a ese recinto patrimonio de la humanidad. Fue hace tres años, y además de ese cogollo urbano, la bendición cultural abarcaba el poblado fenicio de Sa Caleta, las salinas que todos explotaron (y en ello siguen) y las praderas submarinas de posidonias, todo ello muy juntito, en la punta meridional de la isla.
Y es que la isla entera, pese a la imagen que se ha vendido de tugurio nocturnal y enloquecido, es lo que nadie se espera, un país mediterráneo verde y agrícola, salvaje, cubierto en gran parte de pinedas (los pinos dieron nombre a las Pitiusas -Ibiza y Formentera-), donde por fortuna el cemento no ha rebasado el cinturón de la capital y de las dos poblaciones principales, Santa Eulària y Sant Antonio.
Es cierto que el ocio y el turismo pesan más que la agricultura, en las cifras. Pero no en una inspección ocular. Sigue habiendo muchas calas vírgenes, turquíes y transparentes (y el partido de Els Verts se encarga de que sigan así, ahí está el caso de Cala d'Hort, deslumbrante, cuyo entorno se pretende convertir en parque natural). El frenesí turístico se limita a la propia Eivissa capital, y a las marinas de Sant Antonio y Santa Eulària. En ésta última población, junto al mejor ejemplo de iglesia fortificada (todos los pueblos de la isla crecieron entorno a una iglesia-fortín) se ha instalado un museo etnográfico breve, pero que vale la pena visitar, para enterarse de cómo ha transcurrido la vida por aquí hasta ayer mismo. Como conviene acercarse al mercadillo de los miércoles de Es Canar, a un paso de este museo, para ver lo que eran aquellos extraños hippies del siglo XX después de Cristo.
Localización
Cómo ir. Spanair (902 131 415) tiene dos vuelos diarios desde Madrid a Ibiza, y uno desde Barcelona, a partir de 162 euros y 135 euros más tasas, respectivamente -la tarifa turística plena es de 302 euros y 240 euros-.
Alojamiento. En pleno centro urbano, el Hotel Montesol es un edificio de aspecto colonial de los años treinta (Vara del Rey, 2, 971 310 161), 98 euros la habitación doble. Si se quiere una cala tranquila y hermosa, los hoteles Club Galeón y San Miguel, en el puerto de San Miguel (a 14 kilómetros de Eivissa) son una estupenda opción, ya que pertenecen al mismo complejo y ofrecen diversas modalidades (también la de all inclusive -todo incluido-, con varios restaurantes, instalaciones y actividades deportivas, discoteca, etc.), Puerto de San Miguel, 971 334 534 y 971 334 551, precio por persona y día: entre 30,35 euros y 70,30 euros, según modalidad y fecha.
Comer. Can Alfredo (Vara de Rey, 16, 971 311 274) es un clásico, en pleno centro, cocina ibicenca, suquets y calderetas. Can Pau (Ctra. De San Miguel, Km. 2,9, 971 197 007), cocina catalana con guiños modernistas. Es Caliu (Ctra. de Portinatx, km. 10.8, 971 325 075), antigua alquería con mucho tipismo. Sa Caleta, en un lugar privilegiado junto a ruinas fenicias y preciosa cala, especializado en mariscos y pescados, (Playa Es Bol Nou, Sa Caleta, 971 187 095). San Telmo, en las antiguas atarazanas (Sa Drassana, 6. 971 310 922), en torno a 25 euros.