Añadir vida a los años
Para desesperación de estadísticos y demógrafos, hasta hace muy poco tiempo nadie prestaba atención a sus vaticinios sobre el inevitable envejecimiento que iba a sufrir la población española. No obstante, cabía la esperanza de que el día en que la sociedad reparara en las consecuencias de esas sencillas cuentas que permiten a la demografía calcular cuántas personas de cada generación van a sobrevivir hasta determinadas edades, el susto iba a ser de tal calibre que, como ocurre con los grandes terremotos (símil que suele emplear Livi Bacci al referirse a la envergadura de la presente revolución demográfica), habría una movilización generalizada para evitar los estragos que pueden llegar a producirse.
Sin embargo, aunque hasta los más reacios parecen haberse enterado del problema del envejecimiento poblacional, en lugar de producirse la deseada movilización social, se suceden declaraciones optimistas sobre cómo parece repuntar la natalidad, el modo en que la inmigración puede resolver el problema de nuestra baja fecundidad y otras parecidas y, por lo que se refiere a las medidas para apoyar la que es la más baja natalidad del mundo, se adoptan planes de apoyo a las familias sin dotación presupuestaria, se anuncian retrasos en las edades de jubilación, se facilitan ventajas fiscales para quienes protejan su vejez mediante planes de pensiones o seguros de dependencia, pero no se afrontan los verdaderos problemas que llevan a los jóvenes españoles a no tener los hijos que querrían: precariedad laboral, coste escandaloso de la vivienda, insuficientes equipamientos sociales y asistenciales, etcétera.
En este panorama de falta de diálogo y de compromiso social, que va a llevar incluso a la inminente huelga general, la comunidad científica no deja de llamar la atención sobre estos problemas demográficos y, procurando que sus conclusiones tengan la mayor influencia, se acercan a los foros de decisión, como en el caso de la Jornada sobre Demografía y Cambio Social que se celebró en el Congreso el pasado viernes, promovida por la Asociación Abril Martorell y donde han presentado ponencias personas tan relevantes como el citado Massimo Livi Bacci, Juan Antonio Fernández Cordón, Joaquín Arango, David Reher, Jesús Leal y Anna Cabré, así como representantes políticos como José Eugenio Azpiroz (PP), Joaquín Leguina (PSOE) y Pere Grau (CiU).
Otro ejemplo de tenacidad en el intento de llamar la atención sobre el problema del envejecimiento lo acaba de dar Julián García Vargas al promover, desde la Fundación Pfizer, de la que es patrono, la investigación que acaba de publicarse sobre Dependencia y necesidades asistenciales de los mayores en España, en la que han trabajado como investigadores María Dolores Puga y Antonio Abellán.
En el mismo prólogo de García Vargas, de donde he tomado las esperanzadas palabras del título de este artículo, no se disimula el objetivo de 'avisar a los responsables políticos de los servicios sociales de todas las Administraciones del tamaño y características de un asunto que les compete y que va a ir a más'.
Y según el contenido del libro, el asunto es poco banal. Tan sólo dentro de ocho años, en 2010, en España habrá más de siete millones de mayores de 65 años y más de la cuarta parte de ellos tendrán más de 80 años; casi 2,5 millones de mayores no podrán mantener, por sí solos, ni su autonomía ni su independencia; por cada mayor dependiente habrá poco más de una mujer adulta, lo que supondrá una sobrecarga imposible de compatibilizar con ese trabajo remunerado que, en una gran mayoría, desempeñarán; el número de horas semanales que se precisarán para atender todas las situaciones de dependencia será de 26 millones, lo que implicará un coste anual de 13.000 millones de euros (dos billones de pesetas).
Y todo ello llevará, inevitablemente, a aumentar la demanda de unos servicios públicos que habrán de suplir los cuidados informales que las familias, sobre todo las mujeres, con enorme esfuerzo, han venido proporcionando hasta ahora, consiguiendo entre otras cosas que este grave problema no aflorara y, por tanto, pareciese no existir.