Sagardoy, artesano y poeta
Todos los objetos y manías que encierra la sala en la que trabaja este abogado tienen un valor y un significado que él se encarga de transformar en poesía. Siempre tiene una vela encendida; le recuerda lo útil y lo humilde que hay que ser en la vida
Ocupa desde hace algo más de dos años un edificio de 1865 que, entre otros inquilinos, albergó hace años al movimiento Hare Krisna. Juan Antonio Sagardoy, nacido en Pitillas (Navarra) hace 67 años, remodeló el edificio que alberga hoy el despacho Sagardoy Abogados. Lo cambió todo. Reconoce que tiene, 'debido a que soy imaginativo', vocación de jefe de obra. 'Uno de mis lemas es que para ser feliz tienes que tener algo con que soñar, y con una obra sueñas con verla acabada'. Su despacho es de corte clásico, asegura que como él, al que sólo le gusta vestir de azul o gris. Lo que consigue Juan Antonio Sagardoy es contagiar, incluso a aquellos que acaba de conocer, su entusiasmo incluso por las pequeñas cosas. Gran conversador, muy dado a las citas y a las anécdotas, intenta razonar todas sus decisiones por insignificantes que éstas puedan parecer. Al porqué de las tapicerías en rojo y verde, señala que el primero es el color de su pueblo, y el segundo, el tono oficial de Pamplona. A la mesa sobre la que trabaja le tiene un gran afecto, no en vano le acompaña desde hace más de 20 años.
Confiesa varias pasiones. La primera, su familia y, en especial, sus cinco nietos. En este sentido, apostilla: 'La vida de las personas se distingue por los abuelos. Soy muy familiar y un hombre muy apegado a sus raíces. Tengo un dicho grabado en una piedra con letras de bronce, en el que pone que sólo dos legados podemos dejar a los hijos. Uno, alas; otro, raíces, ilusiones y tradiciones'. También le apasionan los relojes antiguos. En su despacho tiene uno fechado en 1920, comprado a un anticuario de San Sebastián. De esta afición le preocupaba algo: 'No sabía por qué no me gustaban los relojes digitales. La respuesta la encontré en un artículo de Julián Marías que decía que el reloj digital te da el momento en el que estás y no una perspectiva del tiempo'. En un rincón del despacho, exhibe un repertorio de retratos de personas, entre ellos varios catedráticos de Derecho del Trabajo, su especialidad, que han tenido un significado importante en el área social. En las estanterías de una librería tiene ordenadas varias esculturas de bronce, otra de sus aficiones. Y en una vitrina, tal y como se merecen, multitud de recuerdos, regalos y premios. De la pared, al lado de su mesa de trabajo, tiene un cristo que heredó de su madre; debajo, el diploma que le reconoce como hijo predilecto de Pitillas (acontecimiento que también anota en su currículo) y una fotografía del citado pueblo. José Antonio Sagardoy, doctor en Derecho con la puntuación suma cum laude por la Universidad de Zaragoza, fue socio fundador de Ius Laboris y del Foro Laboral de las Américas. Ha sido consejero de Renfe, del Instituto Nacional de Hidrocarburos y de Telefónica. El año pasado el Gobierno le concedió la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. En Sagardoy Abogados, trabaja repartida entre Madrid, Barcelona, Valencia y Pamplona una plantilla de 65 personas.
Señala Sagardoy que los ejecutivos han de ser listos, rápidos de mente y adaptables al cambio. Pero, por encima de todo, han de ser 'humanos'. Idea que razona de la siguiente manera: 'Caminamos hacia la deshumanización. Por ello hay que tener sensibilidad hacia los problemas de las personas. Un buen ejecutivo tiene que saber convencer, más que ordenar. Para conseguirlo hay que tener carisma'. Entre las virtudes, destaca la capacidad para integrar el personal a los objetivos de la compañía. 'Por ello, el personal temporal es tan nefasto para las empresas. No se puede ilusionar a este tipo de trabajadores, a los que yo califico de nómadas, cuando saben que en dos semanas se van a marchar. Hay que ir hacia personal estable, que no sea una losa'.
Las notas de Alejandra
Si hay algo por lo que Juan Antonio Sagardoy pierde los papeles es por los escritos y los dibujos que le remite su nieta Alejandra, de nueve años, y que le recuerda lo maravilloso que es su abuelo. Fanático del orden y de la escritura a mano, 'soy un artesano y como tal no me gusta escribir con ordenador'. Tampoco le gusta tirar cosas. Guarda todos los maletines que ha usado en los últimos 30 años.
Entre sus manías está el trabajar con luz artificial porque 'me da cobijo'. Y siempre tiene velas encendidas. 'Me da la imagen de lo que hay que ser, útil, porque ilumina, y luego se debe ser humilde para saber que todo se va'.