Hipercompetencia en el sector de las 'telecos'
Después del 11 de septiembre de 2001, fecha de los atentado terroristas en Nueva York y Washington, el sector de las telecomunicaciones de los países más desarrollados, y probablemente también las economías de éstos, entraron en una especie de calma chicha que no barruntaba nada bueno.
Muchas compañías congelaron sus proyectos de inversión, redujeron sus gastos, eliminaron personal de sus plantillas y adoptaron una economía de supervivencia a la espera de que las cosas cambiaran. Otras optaron por buscar con urgencia la fusión o la simple absorción de sus actividades por compañías de mayor tamaño.
Muchas compañías están desde entonces renegociando su deuda. Y otras, por fin, y desgraciadamente, no han podido ni siquiera llegar a nada de eso; y o bien han desaparecido, o bien se encuentran ya bajo condiciones insoportables de suspensión de pagos o bancarrota.
Antes de la citada fecha, y según ciertos autores estadounidenses, el mercado internacional de las telecomunicaciones y de las tecnologías de la información se encontraba en una situación muy difícil a la que denominaban 'hipercompetencia'.
Es ésta una fase de evolución del sector de las telecos muy complicada, y letal para muchas empresas, en la que, para empezar, es casi imposible competir con métodos tradicionales. Algunas de sus características son:
Como consecuencia de todo ello se ha producido una generalización de las prácticas competitivas más perversas que transforman el mercado en un campo de batalla, por un lado, y la búsqueda de clientes en una caótica guerra de guerrillas en la que todo vale, por otro lado. Algo así como la vida animal en una charca africana y en sus aledaños cuando llega la sequía.
Lo curioso es que a esa situación, que aparece como totalmente insoportable para el sector, se llegó después de varios años de intensas explicaciones sobre la bondad de las revoluciones tecnológicas que estaban en marcha, tras prolijas descripciones de la excelencias del libre mercado y después igualmente de largos procesos de privatización, de liberalización y de desregulación de las telecomunicaciones, anunciadores de maravillas sin cuento y creadores también de unas expectativas como jamás se habían visto en las sociedades desarrolladas. De modo que:
En estas circunstancias, nunca jamás se había visto una euforia superior a la de aquellos momentos, centrada en las tecnologías de la información, en las telecomunicaciones y en los medios, y muy particularmente en Internet y en las empresas conocidas a partir de entonces como puntocom.
En la actualidad todos los ámbitos relacionados con esta actividad esperan que la situación se recomponga y es curioso observar la angustia con la que todo el mundo, desde el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, hasta el último pequeño empresario escrutan la evolución económica internacional para tratar de identificar aquellos signos esperanzadores de la recuperación.
Hay, en este sentido, más deseo y más voluntad de encontrar dichos signos que circunstancias mundiales verdaderamente positivas que los anuncien.
Para bien de todos es conveniente que la recuperación sea una realidad y, ciertamente, también es deseable que volvamos pronto a esa revolución tecnológica -interrumpida en parte en estos momentos- en la que nos encontrábamos solamente dos años y medio atrás.
Por si tal cosa ocurriera, convendría realizar análisis serios sobre el hundimiento de las Bolsas mundiales y sobre la minicrisis o crisis relativa -sólo enfriamiento de las economías- de los citados dos años y medio.
Culpables no faltan, y es interesante revisar las responsabilidades que públicamente se achacan, sobre todo en cuanto a la crisis del sector de las telecomunicaciones, los unos a los otros: economistas a empresarios, empresarios a reguladores, reguladores a políticos, fabricantes a operadores e, incluso, empresas operadoras de telecomunicaciones a empresas de Internet. Un poco lo de 'entre todos la mataron y ella sola se murió'.
Ese análisis deseable sobre qué es lo que ha pasado y también sobre cómo se podría restablecer el crecimiento y la evolución hacia la sociedad de la información y el conocimiento debería insistir en lo intrínseco de la nueva revolución, en aquello de lo que nadie resulta responsable directo porque responsables lo somos todos y está embebido en la dinámica generada.
Hay dos elementos, o causas internas, de los problemas actuales que vive el sector que merece la pena reseñar en ese sentido.
No hace mucho tiempo existían barreras de entrada a los diversos mercados, simplemente por lo costoso, tanto en términos de tiempo como en dinero, de las fábricas, del diseño y de la fabricación de equipos y de la instalación de infraestructuras, así como por la financiación, impresionante en muchos casos, que se necesitaba.
En la actualidad, y por lo que se refiere a una red de telecomunicaciones, cualquiera puede construirse una en plazos de tiempo mínimos y por cualquier volumen de inversión. Al menos eso es lo que ha ocurrido en los últimos años.
Los fabricantes, y por añadir leña al fuego de la búsqueda de los responsables, han sido causantes en parte de la situación de sobrecapacidad de redes actual.
Han sido ellos, los fabricantes, los que han ofrecido a cualquiera el diseño de una red, la fabricación de sus equipos, su construcción, su financiación y, en algunos casos también, gran parte de su operación.
La demanda real de servicios que iban a tener esas redes era irrelevante para ellos, puesto que no serían responsables de su venta.
No es extraño por tanto, encontrarnos actualmente en una situación como la que nos encontramos. Una situación caracterizada, sin lugar a dudas, por un exceso de la oferta en lo que se refiere a redes e infraestructuras de telecomunicaciones y por un cierre creciente de plantas e impresionante reducción de plantillas en el caso de los fabricantes.