Curro Romero y el control de cambios
No solía escuchar la radio los domingos a aquella hora, ni tampoco esa cadena, pero lo cierto es que, llevado aún no sé por qué poderosa fuerza, aquella noche de domingo me acerqué al receptor que tenía en la mesilla de mi habitación y lo puse en funcionamiento seleccionando la sintonía de Radio Nacional en el instante en que Curro Romero anunciaba a Fernando Fernández Román que se retiraba de los toros.
Traigo el suceso a colación porque me vino a la memoria el otro día, cuando, abriendo por una página al azar un libro sobre capital extranjero en Brasil que había tomado de la biblioteca del despacho, me dí de bruces, en sede de nuevas formas de capitalización resultantes de las innovaciones tecnológicas ('el futurismo en el Derecho', lo llamaba también el autor), con un apartado que llevaba este sugerente título: '3.1.2.1 La naturaleza jurídica del semen animal y artificial y su aportación al capital social, incluso como capital extranjero (siempre que sea contabilizado como activo fijo)'.
Los fenómenos paranormales (el currismo entre ellos) y el régimen legal del control de cambios en Brasil (incluso, en sentido más amplio, el de la inversión extranjera) son realidades que no conviene enfrentar desde el preconcepto, el prejuicio, la precipitación o el fatalismo de la predestinación. Están ahí, influyen en nuestras vidas, tienen sus propias reglas, no es de gran ayuda querer someterlas a nuestros dictados, pero normalmente responden a nuestros estímulos si las tratamos con precaución, preparación, precedentes y una correcta predisposición.
Intentar instruirse sobre control de cambios y toparse a porta gayola con una sesuda digresión sobre el semen de un animal (no residente en Brasil, por supuesto) y su carácter de bien mueble susceptible de aportación al capital social no se explica por la mera casualidad, como tampoco fue para mí casual enchufar la radio y escuchar al Faraón decir que se cortaba la coleta. Aunque me temo que por razones distintas. En el primer caso, creo que no es casual por una cuestión de simple probabilidad: aquel régimen legal es ciertamente tan complejo, intrincado y casuístico que, por pura probabilidad, es normal que uno encuentre cualquier cosa.
Del mismo modo que yo no le hubiera recomendado a un amigo que se metiera a una corrida de Curro (y pagara probablemente un buen dinero por ello) sin saber antes de qué iba la fiesta, tampoco aconsejaría al inversor español que se lanzara al ruedo del mayor mercado de América Latina sin que antes supiera muy bien con qué se va a encontrar (en el plano legal) y, en la medida de lo posible (ay), que lo estudie, analice y planifique a priori y a conciencia.
Había quien salía de algunas corridas de Curro maldiciendo su estampa (la de él mismo o la del de Camas), pero también los hubo alguna vez que salieron toreando por la calle y envueltos en esencia a romero para unos cuantos lustros.
Y a cuento de Camas, como no está bien hablar de clientes, les dejo como ejemplo final un episodio que pasé en carne propia, y que entre los amigos conocemos como la exportación del catre. En vísperas de nuestro traslado a São Paulo, en uno de los viajes de preparación del terreno compré una cama de matrimonio (bueno, mi mujer la compró, ya me entienden) en una tienda de un conocido centro comercial de la ciudad. Como quiera que aquel comercio no aceptaba una de las dos tarjetas de crédito de las que me valía (afortunadamente para el gladiador que aparece en su esquina superior izquierda, a quien mi mujer había dejado exhausto), y que la que sí admitía (la de la bandera tricolor) presentaba no sé qué extraño problema de validaciones pese a lo bien modesto del precio, no se me ocurrió mejor idea que acordar con la dependienta que el lunes, cuando ya estuviera de regreso a España, ordenaría una transferencia de mi cuenta a la del banco brasileño que me indicara, de modo que pudiéramos así dar curso al pedido.
¡Ah, inocentes de nosotros! Por no alargarme en el relato, acudiré directamente a la conversación que pasé a mantener un mes después, a instancias de la amable dependienta, con el responsable de cambio de divisas en los departamentos centrales del banco de mi proveedor en São Paulo, que no liberaba el dinero a mi proveedor con un razonamiento casi aristotélico: el dinero viene del exterior ergo yo no lo libero hasta que alguien no me traiga el comprobante de que la cama ha sido exportada.
No liberaba el dinero, ergo no me entregaban la cama, seguía seguramente el silogismo. Ya me veía yo cargando a cuestas cama y colchón cara a Montevideo, y pagando jugosos aranceles en la subsiguiente importación, cuando, en un rasgo de humanidad, aquel figura del toreo austral me permitió entrar en contacto con la autoridad inspectora, supervisora, regulatoria y decisora en materia de control de cambios: el Banco Central. Fíjense ustedes por dónde, al final fue gracias a un funcionario del Banco Central (y, sobre todo, gracias estrictamente a la aplicación exacta de las normas de control de cambios) como hemos conseguido dormir blando cada noche.