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La Atalaya
Tribuna
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Pírrica victoria de Sharon

Una vez más, Ariel Sharon se ha salido con la suya. Como precio para conseguir su libertad tras 34 días de asedio en Ramala, Yasir Arafat ha tenido que entregar a los asesinos del ministro israelí de turismo, Rehavan Zeevi, a una fuerza extranjera de británicos y estadounidenses, que se encargarán de su custodia en una cárcel de Jericó. La entrega, otra humillación para los palestinos, era la condición puesta por Israel para poner fin al confinamiento del líder de la Autoridad Palestina. Simultáneamente, Sharon conseguía que el secretario general de la ONU, Kofi Annan, recomendara al Consejo de Seguridad el desmantelamiento de la comisión que debía investigar los trágicos acontecimientos del campo de refugiados de Yenín. La negativa israelí a aceptar la comisión, aduciendo tendenciosidad de sus miembros, no le dieron otra alternativa a Annan.

El trueque patrocinado por Washington se ha consumado. Libertad de movimientos para Arafat, a cambio de correr un tupido velo sobre Yenín. Y, ahora, ¿qué? Pues, sencillamente, que las cosas volverán a su estado natural, es decir, al enfrentamiento diario israelíes y palestinos, a no ser que un tercero, la comunidad internacional, se decida no a recomendar o patrocinar, sino a imponer una solución a un conflicto que dura ya más de medio siglo. Como ha manifestado Jibril Rajub, jefe de la policía palestina en la Cisjordania, considerado por Israel como uno de los dirigentes palestinos moderados, 'después de este mar de sangre' es imposible reanudar el diálogo con Israel sobre cuestiones de seguridad porque esa seguridad que buscan los israelíes no se producirá mientras Israel no se retire de los territorios ocupados en 1967. Y, por su parte, los terroristas de Hamás se apresuraron a denunciar ayer el pacto que permitió la liberación de Arafat al tiempo que anunciaban la continuación de sus ataques contra objetivos israelíes.

De momento, Sharon ha conseguido su propósito, que no era sólo destruir 'la infraestructura del terror', sino enterrar el proceso iniciado en Oslo en 1993 con el desmantelamiento y destrucción de todos los símbolos de poder de la Autoridad Palestina. Sharon cree que puede dejar a los palestinos reducidos a una simple autonomía municipal en las ciudades que él designe. Pero el viejo halcón se equivoca. No se puede remar contra la historia, en la que se incluye el establecimiento de un Estado palestino, aceptado ya como inevitable por EE UU. Arafat puede que no sea el líder ideal para la paz. De hecho, antes del comienzo de la segunda Intifada el rais era fuertemente cuestionado dentro y fuera de Palestina. Las acciones indiscriminadas del Ejército israelí y la humillación a que ha sido sometido durante su confinamiento lo han convertido en un héroe ante su pueblo y en un símbolo de la resistencia palestina ante el mundo.

La victoria aparente de Sharon será no sólo pírrica, sino efímera. En la era de la globalización no se puede subsistir con un único apoyo, aunque éste sea tan poderoso como el de Washington, donde la política de apoyo incondicional a Israel empieza a cuartearse ante la unanimidad de la posición árabe en el tema palestino. El cuarteto formado por EE UU, la UE, Rusia y la ONU, al que habría que agregar los países árabes moderados, debería aprestarse a ensayar una nueva iniciativa de paz. La partitura ya ha sido escrita por el príncipe heredero Abdala, de Arabia Saudí, y aprobada en Beirut por la Liga Árabe. Se trata de interpretarla e imponerla.

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