Reposo de ángeles
Romántico y encantador. La Posada del Ángel es un hotelito para perderse en la Costa del Sol
Aunque parezca mentira, en la Costa del Sol todavía quedan lugares donde sustraerse de la masificación que inunda el litoral. Una de ellas es Ojén -a 15 minutos de Marbella-, un pueblecito blanco, típico de la serranía malagueña. Un rincón donde todavía es posible disfrutar la magia de las casas encaladas, las empinadas calles empedradas, vivir la cotidianidad de un tiempo que transcurre lentamente. Y es aquí donde hace unos años recaló Franck Thomas, un bretón que se enamoró del lugar y de una andaluza, Carmen, hoy su mujer.
En principio adquirió una serie de casitas viejas, ubicadas en torno a un patio, con el objetivo de restaurarlas para el turismo rural. Pero la idea inicial cambió cuando vio la posibilidad de abrir un hotelito tranquilo. De esta forma surgió La Posada del Ángel, inaugurada en junio de 2000. La rehabilitación fue larga y costosa. Se mantuvo el patio central, inundado de luz, elevándose una única planta en la fachada principal del hotel, para no dañar la estética de la calle, en pleno centro histórico. Toda la recuperación pasó por el empleo de materiales nobles: maderas, piedra, barro, azulejos antiguos (casi 8.000 piezas limpiadas una a una), incluso tejas tradicionales. La decoración de las 17 habitaciones -a cargo de su tía Martine, decoradora parisiense afincada en España- se hizo de una forma minuciosa. Los colores vivos, alegres, los muebles antiguos de anticuarios y mercadillos de Málaga, Granada y Sevilla, los suelos de barro, fibra de coco, madera o cemento teñido, las sedas, lino, yute o terciopelos de las tapicerías y colchas hechas a mano, los azulejos artesanales granadinos o las coloristas piezas recuperadas configuran un entorno de enorme encanto y personalidad.
Cada habitación es distinta y lleva un nombre diferente, simbolizado por un ángel creado por el pintor Lorenzo Silva, amigo de los propietarios. De esta forma, en el piso superior se suceden las estancias como el arquitecto, el torero, el viajero... cambian los ambientes, se pasa del azul mar a los tonos terracotas, del luminoso amarillo a la calidez de la madera, las hornacinas, las camas con dosel, los trampantojos, las columnas o los ángeles de piedra, sin renunciar al teléfono, el televisor o la conexión a Internet.
En la planta baja se sitúan las zonas comunes: el bar-salón con chimenea y el acogedor patio. Este sosegado lugar es el corazón del hotel, donde confluyen las habitaciones, la galería con balaustradas de madera, la susurrante fuente, los pequeños veladores. Un rincón para tomar el desayuno o donde pasar las noches que cada dos sábados permiten disfrutar de veladas de jazz, guitarra flamenca o catas de vinos, mientras se cena a base de tapitas y raciones. Un hotelito, en definitiva, perfecto para perderse en este puente de mayo.