A un paso de la frontera
Los puentes de mayo bien pueden valer para penetrar 'além Tejo' (más allá del Tajo), en la región más extensa de Portugal, y su secreto mejor guardado
El Alentejo es una lámpara de Aladino a la que basta frotar para que empiece a destellar maravillas inesperadas. Muchos de sus pliegues se mantienen prácticamente vírgenes para miradas intrusas. Eso significa un relativo desfase con respecto a otras comarcas portuguesas. Pero significa también que es la región más dinámica, la que más inversiones y programas europeos está absorbiendo. Con ríos y sin mar (aunque llegue hasta el mar por Santiago de Cacém y Zambujeira), lo que acapara el paisaje son los cuadros tostados de cereal, las colinas remachadas de alcornoques, con pueblos de marfil pastoreados por un castillo negro, una iglesia matriz y una misericordia. Y rebaños buscando alivio del sol -'en Alentejo no hay sombra', dice el refrán-.
Es tierra campesina, de toda la vida. Fueron los romanos los que sembraron de trigo, avena o cebada fundi o fincas inmensas (latifundios) que fueron granero del imperio y causantes del páramo actual de población. También plantaron viñas y olivos -trigo, vino y aceite: la trilogía mediterránea, más potente e inmortal de la tríada capitolina- y rebañaron los músculos de la tierra, arrancándole sus huesos de mármol (el oro blanco de Alentejo). Entre el corcho y las bellotas de alcornoques y encinas, debieron ser ellos, asimismo, los responsables de soltar las piaras que debían abastecer inviernos eternos. Porque los moros, que vinieron después, no fueron, ellos dejaron otra cosa: la blancura enrevesada de los pueblos, los castillos, el fatalismo. El alentejano acepta con resignación su destino. Y si las cosas iban mal, optaba por emigrar. No todos reaccionaron así: esta madeja de latifundios ha sido vivero de revolucionarios.
Tan grande es el Alentejo que se desdobla en dos, Alto y Bajo, tan distintos como dos siameses unidos por el talle. En Alto Alentejo abundan las fortalezas, como Castelo de Vide. La levantó el rey poeta don Dinis, en el siglo XIV. Y por esa época creció a su alrededor una de las juderías mejor conservadas de Europa. La Fonte da Vila, en el arranque del barrio judío, con su alpende, su pilón y sus cuatro caños, ha servido de decorado para muchas películas de época. Desde Castelo de Vide se cierne la fortaleza de Marvão, a un paso, pero antes hay que escalar una montaña wagneriana sobre la cual reposa aquel nido de águilas. A Saramago le recordaba Marvão esos monasterios griegos a los que sólo se puede llegar metido en un cesto y tirando de poleas desde arriba.
Elvas despliega toda la gramática militar vigente en tiempos de Vauban. Bastiones, fosos, revellines, matacanes y troneras, puentes y rastrillos, una inmensa ratonera de piedra. Y es que Elvas está a sólo un par de leguas de la frontera, con lo que eso conlleva de tráfago y mercadeo. En Extremoz el castillo es ahora una de las pousadas más lujosas del país; en el Rossío o explanada baja se venden bonecos, figuritas de barro de un belén ucrónico.
Desde luego, el plato fuerte es æpermil;vora. La Evora Cerealis de los romanos, temprana sede episcopal de los cristianos, Patrimonio de la Humanidad. A pesar de su opulencia, æpermil;vora no agobia, sigue acorde a la medida del zapato humano. Casi todo lo que más interesa está en la parte alta, una acrópolis que se disputan los dioses y los jubilados. De los dioses arcaicos sigue en pie el esqueleto del templo de Diana, con columnas de oro o plata, según el humor de la luz, y tapias de aire.
En el Bajo Alentejo el paisaje se torna más salvaje y secreto. Uno de esos secretos a voces es Monsaraz. Para algunos, el pueblo más bonito de Portugal, demasiado, casi una postal vacía. Desde Monsaraz se cierne la alcazaba de Mourao. Y no se puede prescindir de la capital, Beja. Aunque romana de origen, reina más bien un cierto apiñamiento moruno. Se concilia uno con ella después de contemplar el castillo y el museo regional, antiguo convento donde una monja lozana ardía en amores carnales y escribía misivas arrebatadas. Más al sureste, se alarga la Raya fronteriza, ensimismada. Territorio de pocos hombres, y de pocos caminos, y todos en la misma dirección; es decir, casi ninguno hacia la frontera. Esa desgracia histórica está por remediar.
Localización
Alojamiento. Pousada de São Francisco, en Beja, Largo D Nuno Alvares Pereira, 284 328441, en un convento franciscano de 1268, conserva capilla gótica y un claustro acristalado, 34 habitaciones y una suite con ambientación lujosa; a veces se hacen exposiciones. Casa de Peixinhos, en Vila Viçosa, 268 980472, un agradable hotel rural en una quinta del siglo XVIII, con sólo nueve habitaciones decoradas en tonos cálidos, con muebles de época y antigüedades, incluso en el patio, adornado con estatuas barrocas.
Convento de São Paulo, en Redondo, Aldeia da Serra, 066 999104, antiguo monasterio enclavado en plena sierra y convertido en un lujoso hotel con 20 habitaciones, adornadas éstas con típicos azulejos blanquiazules y algunos restos de frescos, patio agradable con fuente barroca.
Comer. Fíalho, Travesera Mascarenhas, 14-16, 266 23079, uno de los restaurantes más prestigiosos de æpermil;vora, en la parte baja de la ciudad, cocina alentejana de calidad y mediterránea en general, en una típica casa del Alentejo donde no falta la amplia chimenea.
Castelo de Alvito, Pousada do Castelo de Alvito, 084 48343, es una delicia comer en este castillo del siglo XV que parece sacado de los cuentos o de los libros de historia, con pavos reales por los jardines; excelentes platos regionales de bacalao, y también carnes como cordero a las hierbas o caza.
Flor da Rosa, Restaurante de la Pousada de Crato, 045 997 210, el refectorio es el de un monasterio del XIV, ambiente medieval y recetas acordes con el lugar, como las célebres manitas de cerdo con cilantro.