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Viajes

La biblioteca de Alejandría

El próximo 23 de abril, Día del Libro, se inaugura la Nueva Biblioteca de Alejandría. Quienes visiten Egipto deberían hacer un hueco a esta ciudad, una de las más literarias de la historia

Era mucho más que una realidad física, era un símbolo. Cuando ardió la mítica Biblioteca de Alejandría, se esfumaba el cofre que contenía todos los saberes del mundo antiguo. Los 700.000 rollos que albergaba sirvieron para caldear los baños de la ciudad, cuando llegaron los árabes en el siglo VIII y el sultán Omar se hizo el siguiente y piadoso razonamiento: si los libros dicen lo mismo que el Corán, son inútiles; si dicen lo contrario, son peligrosos. Por fortuna, esos manuscritos inútiles o peligrosos, reducidos a cenizas, habían servido ya de bebedero de cultura clásica para sabios llegados de todos los confines del islam, que libaron y salvaron el néctar del saber humano antes de que amaneciera la Edad Oscura.

No es fácil calibrar la importancia que tuvo la biblioteca (en realidad, hubo varias). Allí constaba por escrito que la Tierra era redonda, que giraba sobre su eje y que tal vez diera vueltas en torno al sol. Allí nació la alquimia y los primeros catálogos de estrellas y los primeros mapas del mundo y los primeros croquis del cuerpo humano. La biblioteca había sido creada por el rey Tolomeo I Soter, hermano bastardo (se decía) de Alejandro Magno, que a su vez había fundado la ciudad -como luego fundó otras de igual nombre, pero ninguna comparable a ésta-.

La nueva biblioteca alejandrina, en cuya construcción se han gastado muchos años de trabajo y más de 350 millones de euros, era un sueño de la Unesco y de algunos países árabes y europeos. El edificio levantado bajo la dirección de arquitectos noruegos podrá albergar unos 10 millones de libros, a utilizar en una sala de lectura de 20.000 metros cuadrados que será única en el mundo. Ahora que las técnicas electrónicas lo invaden todo (mejor dicho, lo desocupan, dada su incorporeidad), sorprende esta deferencia para con el libro físico y el papel, sustituto del papiro. O tal vez no debiera sorprender, en la más literaria de las ciudades, a la que Lawrence Durrel dedicó los cuatro volúmenes de su Cuarteto de Alejandría y cuyos rincones evoca el poeta alejandrino Constantinos Cavafis (que tiene allí museo propio).

Aunque para muchos Alejandría es, sobre todo, eso, un limbo literario que sólo existe en la fruición y el deseo, lo cierto es que está ahí, en el delta del Nilo, junto al brazo llamado Rashid (Roseta), unida al Cairo por una reciente autopista de peaje, con seis millones de vecinos, tranvías renqueantes y casi ningún turista. Esto último es lo que hace singular la segunda ciudad de Egipto. ¿Es que no queda nada para ver?

Pues claro que sí. Pero a la inmensa mayoría no les da tiempo, se derriten en los desiertos de Asuán y de Luxor, se pierden por los bazares del Cairo y aquí no llegan. Lástima. Los restos antiguos son gratos, incluso algunos harto interesantes (como esas catacumbas de Kom al-Sugafa descubiertas de chiripa en 1900, al caerse una burra en un pozo, y que son una muestra única de la simbiosis del arte puramente egipcio con los cánones grecorromanos). Recientemente, tras muchos años de trabajo del arqueológo Frank Goddio, se ha identificado los sillares sumergidos del célebre faro de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo antiguo que estuvo funcionando hasta la época árabe, y desapareció en el siglo XIV. Junto a esos restos se puede hacer también una visita submarina en un circuito por las ruinas sumergidas del palacio de Cleopatra, la última reina de la dinastía tolemaica.

Pero al margen de monumentos, de descubrimientos un poco escandalosos, al margen de todo eso, lo mejor de Alejandría es que allí se respira un Egipto diferente. Moderno, cordial, extravertido, un lugar donde no eres extranjero, donde puedes compartir pic-nic con toda una familia en la escollera del fuerte Qeitbey o echar una partida de billar en la playa, con paisanos a los cuales ni se les pasa por la mente la idea de venderte algo. Increíble (en Egipto), pero cierto.

Localización

 

Cómo ir. Iberia (902 400 500) vuela desde Madrid a El Cairo los jueves, sábados y domingos a partir de 377,31 euros ida/vuelta (abril). Desde El Cairo hasta Alejandría lo más rápido es la nueva autopista de peaje (se tarda poco más de una hora en llegar y el peaje es mínimo).

 

 

 

 

 

 

Alojamiento. Hotel Helnan Palestine, un cinco estrellas situado en el Palacio Montazah, al principio de la Corniche, en un gran parque junto al mar, al que tiene magníficas vistas, 547 35 00. Hotel Montazah Sheraton, en el extremo de la Corniche, a unos 20 kilómetros del centro, 548 05 50, lujo y buen servicio, aunque hay que atravesar la calle para llegar a la playa. Hotel Sofitel Cecil, plaza Saad Saglhul 16, 483 14 67, céntrico, célebre desde el siglo pasado, ha conservado su encanto.

 

 

 

 

 

 

Comer. Tikka Grill, Sh. al-Geis, 26, 480 51 19, al lado del fuerte Qaytbay, con ventanas que dan al puerto y al fuerte, buen pescado y marisco. San Giovanni, Hotel San Giovanni, Sh. Al-Geis 205, 546 77 74, en la Corniche, después de la playa Stanley, comida oriental y europea con buenos pescados. Clovis, Mercure Romance, Sh. Al-Geis 303, 587 64 29, comida francesa.

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