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Tribuna
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La UE, en la sala de espera electoral

Pasada la reunión de Barcelona, una más de las múltiples cumbres de la UE en las que se trasluce en demasía la preocupación por la imagen y el poco interés por los contenidos, se recupera la normalidad de los asuntos europeos y la preocupación por salir del estancamiento político y económico que aqueja a la eurozona. Probablemente lo segundo no tardará en llegar, una vez que la máquina norteamericana empiece de nuevo a insuflar energía, y lo primero dependerá del resultado de las elecciones que han de celebrarse en Francia y Alemania, ya que ambas ejercen el liderazgo de la UE.

Durante años se ha venido insistiendo en que el proyecto europeo debía conducir finalmente al establecimiento de una unión política y económica que garantizase el equilibrio y la paz en el continente. Bien es verdad que nunca se definió el modelo, pero siempre quedó claro que el substrato común del entendimiento y la colaboración entre los diferentes Estados vendría determinado por el respeto a los valores democráticos y el ejercicio de los derechos humanos, amén del reconocimiento de las libertades económicas. Con tales principios resultaba muy difícil no adherirse a un proyecto que suponía la cancelación de los tiempos de infamia y oscuridad que, en mayor o menor grado, habían vivido las naciones europeas.

Desde esa perspectiva hay que felicitarse por los logros obtenidos, cuyo avance ha sido exponencial después de la ruina del mundo soviético, a pesar de la persistente crisis de los Balcanes. Pero de ahí a pensar que nos acercamos a la unidad europea va una gran diferencia, al menos si se plantea en términos de equilibrio y cohesión entre los Estados integrantes de esa hipotética unión. La Convención organizada para estudiar el asunto nos dará la prueba.

La experiencia de la UE indica su utilidad para el establecimiento de algunas pautas comunes de carácter político y económico que han hecho posible la existencia de una zona más o menos amplia de librecambio, contando con la ayuda económica de los Estados más poderosos a los que conviene cuidar y desarrollar sus zonas geográficas de expansión natural. Los beneficios han sido importantes y eso explica en gran parte el deseo de la ampliación, sin que ésta, en ningún caso, suponga un esfuerzo económico añadido ni tampoco signifique una alteración del liderazgo en el seno de la Unión.

Como contrapunto a lo anterior resulta más que evidente la debilidad política e institucional de la UE para transmitir, siquiera someramente, el sentimiento de unidad. Y es que Europa es tan diversa, cultural y políticamente, que parece poco realista organizar controversias para superarlo. Sobre todo si esa realidad variopinta se funda en principios comunes de democracia y libertad económica. Pretender ir más allá exigiría un esfuerzo ímprobo con escasos resultados.

Tanto Alemania como Francia tienen plena conciencia de que su fortaleza como Estados nacionales con un proyecto económico y social claro y algunos intereses comunes son la mejor garantía para el mantenimiento y la ampliación de la eurozona.

Esa línea puede ser seguida por la mayoría de los países de la UE que tienen como aspiración prioritaria el bienestar de sus ciudadanos. Por eso, las elecciones que se avecinan en ambos países son importantes, ya que es de esperar que sus resultados refuercen el modelo socioeconómico y que contribuyan a centrar los trabajos de la Convención que, lógicamente, necesitará contar con las directrices de los socios más importantes de la Unión.

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