Vestida de etiqueta
La etiqueta es la mayor fuente de información que el vino nos transmite. La información que recoge no es fruto del gusto del bodeguero, sino que se ciñe a unas estrictas exigencias de la legislación que reglamenta el mundo del vino. Entenderla es necesario para saber elegir. Etiqueta son todos los elementos informativos que contiene la botella, desde la cápsula a la contraetiqueta, incluyendo asimismo collarines o librillos adicionales.
Los datos obligatorios son: el nombre del embotellador, su domicilio social y su número de registro de dicho embotellador, el contenido de la botella, el grado alcohólico (a excepción de aquellos vinos producidos en una denominación de origen calificada), el país del que procede, la naturaleza del producto, la denominación de origen a la que está acogida o bien, en caso de ser un vino de mesa (no producido en una DO), la indicación de Vino de mesa o Vino de la tierra.
El bodeguero o elaborador es el que incrementa estos datos, complementándolos con otros, como puede ser la marca, la clasificación según el tiempo de crianza y bajo la normativa del Consejo Regulador (crianza, reserva, gran reserva), el año de la cosecha, las variedades o el nombre de la explotación.
Cada día más bodegas optan por incluir unas pequeñas fichas de cata -generalmente en la contraetiqueta- que permitan conocer a priori lo que vamos a encontrar en la degustación. Sin duda, uno de los datos de mayor relevancia en el mercado vinícola es el tiempo de crianza en barrica y botella. Así, se han creado tres calificaciones que permitan identificar este rasgo sin dificultad.
Cada denominación marca sus propios tiempos mínimos para alcanzar cada categoría, pero de manera general un crianza sale al mercado en su tercer año y ha permanecido al menos seis meses en barrica de roble. Cuando hablamos de blancos o rosados, las exigencias se reducen a 18 meses de envejecimiento, de ellos seis en barrica. La indicación de reserva se concede a aquellos tintos que han sido criados durante un periodo total de 3 años, permaneciendo al menos uno en roble. En el caso de los blancos y rosados, esta calificación se adquiere cuando el vino envejece al menos 2 años con un mínimo de 6 meses en madera. Por último, se considera un gran reserva a aquellos que han realizado una crianza en barrica de 2 años y se comercializan en su sexto año de vida. Para blancos y rosados la crianza mínima en roble será de 6 meses con un total entre barrica y botella de 4 años.
Cada país y cada zona vinícola tiene una legislación propia a la hora de especificar las menciones que deben figurar en la etiqueta. Los vinos californianos resaltan la variedad y los prestigiosos borgoñas especifican el pago del que procede la uva, primando en la comunicación el emplazamiento exacto del viñedo.