El salvavidas de Internet
En Internet entran diariamente más de siete millones de nuevas páginas y hay millones de webs, con miles de millones de documentos disponibles, y todo eso sin contar los que cuelgan de la red oculta no accesible para la mayoría de los mortales, que son muchos más. El desafío, según recordó la Universidad de Berkeley, es evitar que 'el mundo naufrague en un océano de datos', y para nadar en ese océano, sin ahogarnos, se inventó el salvavidas de los buscadores.
De poco nos serviría ese universo infinito de información que es Internet si no dispusiéramos de la herramienta que nos permite encontrar lo que buscamos. Esto es lo que hacen los motores de búsqueda, aunque los más populares sólo sean capaces de rastrear el 10% del universo digital y convivan con los buscadores alternativos de la red invisible, que entran en bases de datos de más difícil acceso.
Para 500 millones de internautas ese sistema regulador de su tráfico es una herramienta fundamental que hoy está envuelta en la polémica, después de que se entronizase el criterio de que Internet no es un mundo gratis total y que, en consecuencia, Google, el buscador paradigma, el más eficaz y el más popular con más de 3.000 millones de documentos controlados, anunciase aquello que dijo que nunca haría: cobrar.
Los buscadores ya cobran de muchas webs, a las que dan licencia para utilizar su motor de búsqueda. Es una opción no molesta para sus usuarios. Los problemas llegaron cuando, para reforzar los ingresos, las empresas propietarias empezaron a insertar publicidad pura y dura, en forma de banners o de anuncios menos agresivos al lado de las listas de búsqueda, u optaron por destacar el sitio web de algunas empresas con una técnica de marketing que sigue el modelo de las páginas amarillas.
Resultó molesto y no resolvía el problema, pues de la publicidad online, hoy en crisis, no puede vivir nadie, ni los buscadores, aunque atraviesen un periodo dulce con un número de usuarios creciente. Es lo mismo que les ha pasado a los portales, con los que los buscadores tienen fronteras difusas. Yahoo, por ejemplo, fue un buscador, reconvertido en portal... y que muchos usuarios continúan utilizando como buscador.
Pero la publicidad, aunque molesta, no distorsiona la calidad de la búsqueda, algo que sí ha empezado a suceder cuando se ha dado el siguiente paso al frente: cobrar para estar incluido en el buscador o por aparecer en las primeras posiciones de las listas de búsqueda.
Los usuarios tienen motivos para sentirse engañados si los buscadores no les ofrecen las webs que más se ajusten a la búsqueda que realizan, sino las que más dinero pagan. Si teclean la palabra Disney, esperan encontrar disney.com, la web oficial de la factoría de Walt, y no tener que descartar antes la de una Alianza de los Amigos de Disney, la de un comerciante de camisetas y una lista larga de páginas que pasaron por caja.
Los buscadores que manipulan los resultados para obtener ingresos publicitarios son menos útiles para sus usuarios, devalúan sus búsquedas e incluso dañan sus intereses, pero tampoco tenemos que echar en saco roto que un buscador también es un negocio y que se montan con la intención de obtener ingresos para ser rentables y poder subsistir.
Está, por tanto, planteado el reto de impulsar la creación de buscadores institucionales, promovidos por organismos internacionales o fundaciones, como alternativa para la merma de eficacia que la inevitable búsqueda de la rentabilidad puede acarrear hoy a los buscadores privados.
No está en entredicho un modelo de gestión, sino la necesidad de garantizar al 100% la eficacia de una herramienta de uso universal y clave para el futuro de la humanidad.
Los buscadores son una pieza imprescindible para el aprendizaje y el rastreo del conocimiento en la Red, y por eso es obligado evitar que se conviertan en unos directorios comerciales y dejen de ser el índice de la gran enciclopedia del saber y el conocimiento que es Internet. Sin ese salvavidas no sería fácil acceder a la sociedad de la información, y mucho menos transformarla en la sociedad del conocimiento. Son la llave del conocimiento; una llave que hay que cuidar y que no se puede perder.