El genio de la botella
Podría parecer un mero envase, un frío contenedor que permite transportar y comercializar adecuadamente el elixir de los dioses. Pero la botella forma parte activa en el desarrollo y creación del vino. El cristal es, sin duda, el mejor medio de conservar durante largo tiempo las cualidades de un vino.
El vidrio es un material inalterable, que no transfiere directamente ningún tipo de sabor o aroma al vino, pero la estancia en botella influye de manera activa en el envejecimiento del vino a través del fenómeno de la reducción o asfixia, que permitirá un mejor desarrollo del deseado bouquet, redondeando su cuerpo y matizando su expresividad hacia aromas y sabores sutiles y elegantes.
La longevidad de un vino, su posibilidad de perpetuidad, le viene dada gracias a la fase final de su elaboración, el embotellado. Es imposible garantizar las condiciones de un vino que no se aloje en botella.
El envejecimiento en botella no procede, como se pensaba en un principio, de la oxidación que se podría producir en su interior gracias a la pequeñísima cantidad de oxígeno que penetra a través del corcho, sino, como hemos comentado, del fenómeno contrario, el de reducción o no contacto con oxígeno. Dependiendo del tipo de vino y del envejecimiento previo en madera, el producto tendrá una distinta evolución en botella, influyendo especialmente la presencia de taninos y acidez total en su tiempo de vida.
Su forma, su color y su transparencia no se debe exclusivamente a un carácter práctico o estético, sino que es el resultado de largos estudios enológicos que permitan hacer de este alojamiento una parte más de la vida del vino. Así, se opta por vidrios verdes o violetas que detienen parcialmente las radiaciones solares y protegen el vino de la acción de la luz. Igualmente, la calidad final del vino o sus características propias llevan a la elección del tipo de botella, que suele tomar el nombre de la región que difundió su uso. Encontraremos formatos Borgoña, Burdeos, Alsaciana, Champagne, Chianti, Tokaj, etc.
En cuanto al tamaño, las botellas habituales tienen una capacidad de 75 cl, siendo también comunes las medias botellas (37,5 cl) y los formatos Magnum (150 cl). Apuestas más atrevidas o con carácter conmemorativo optan por tamaños mayores como el Doble Magnum, el Jeroboam, el Mathusalem o incluso el Nabucodonosor, de 16 litros.
Hasta el siglo XVIII las botellas destinadas a alojar el vino eran en su mayoría esféricas, pero la imposibilidad de almacenarlas en horizontal, permitiendo el contacto con el corcho, hizo que las bodegas fueran replanteándose nuevas formas hasta consolidar los tipos y tamaños hoy difundidos en todo el mundo.