Perdiendo a sus dioses Roma está perdida
La confianza, o su ausencia, explica muchos sucesos recientes en la economía. Santiago Satrústegui está convencido de que credibilidad y tamaño serán conceptos divergentes en los próximos años
Ante la imposibilidad de explicar lo inexplicable, los ciudadanos de Roma llegaron a la conclusión de que sus dioses les habían retirado su apoyo, y fue precisamente la pérdida de la confianza en sí mismos lo que por un lado les hizo vulnerables, y por otro alimentó las expectativas de sus enemigos de poder vencerles.
Muchos siglos después, la confianza sigue suponiendo el ser o no ser de cualquier organización, sistema financiero, régimen político o superpotencia militar.
Los dirigentes de los países más poderosos del mundo, cada vez que se reúnen, tienen que bloquear ciudades enteras, ya que se suponen amenazados por tantos peligros que no seríamos capaces ni de enumerar.
Las fuerzas de seguridad y sus servicios de inteligencia en su esfuerzo por anticipar todos los riesgos posibles no hacen más que facilitar la localización de las debilidades de los sistemas de protección a sus enemigos incrementando exponencialmente el coste de estar seguros. Una vez que la espiral se pone en marcha se autoalimenta, ya que la industria de la seguridad, al contar con más recursos, descubrirá más potenciales debilidades y eso permitirá más recursos y ... bastante parecidos al efecto que la entrada del euro y del año 2000 (Y2K) produjo en los gastos de informática a través de los famosos planes de contingencia.
Como en este caso el enemigo puede ser cualquiera, según las últimas tesis del presidente de los Estados Unidos, nunca alcanzaríamos un nivel de protección suficiente y de 'correr para estar en el mismo sitio' pasaremos a 'correr para estar peor'.
La confianza, o mejor dicho su ausencia, es también la explicación de casi todos los sucesos recientes en la economía y en los mercados financieros. Los excesos y las burbujas se producen en la medida y en la proporción en que se van relajando las convicciones y solamente la vuelta de los valores empresariales puede llevar a una recuperación de la confianza.
Si analizamos lo que está sucediendo con Arthur Andersen, vemos que, a pesar de las tremendas pérdidas económicas, la mayor depreciación es la de su fondo de comercio. Antes trabajar allí era un signo de distinción y de estatus y ahora la mayoría de sus ejecutivos quiere mirar al futuro por su cuenta o formando pequeñas organizaciones.
El tamaño ha demostrado no ser una respuesta, igual que una carrera armamentística no lo sería para garantizar la seguridad mundial. Grupos de profesionales más pequeños podrán formar proyectos mucho más identificados con sus propios valores y este hecho trascenderá inmediatamente a sus clientes y al mercado. Por mucho que algunos se empeñen en lo contrario, credibilidad y tamaño van a ser conceptos divergentes en los próximos años.
El valor de las franquicias, las millonarias campañas de imagen, los grandes diseños estratégicos, la ingeniería financiera, la supercapitalización irán abriendo paso poco a poco al sentido común y a la fuerza de los planteamientos sencillos. La transparencia es el camino más directo hacia la credibilidad y en esta carrera las organizaciones pequeñas lo van a tener más fácil que las grandes.
Mientras, consagrados estrategas americanos aportan como solución seguir fusionando entidades fusionadas. Como dirían en el pueblecito galo: ¡Están locos estos romanos!