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Tribuna
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¿Barcelona, en la zona cero?

Pero ¿qué andamos preparando en Barcelona? Se anunciaba un Consejo Europeo a base de jefes de Gobierno de los 15 países miembros de la UE con la adición de los que representan a los 12 candidatos. Nadie lo hubiera dicho en el caso de haberse entregado a la lectura de la prensa y la escucha y visión de las emisoras de radio y de los canales de televisión.

Porque, si los días se conocen por sus vísperas y las reuniones de prebostes, por sus chóferes y sus escoltas, de los preparativos que rodean al Consejo Europeo de Barcelona cabe deducir que se busca a toda costa sin reparar en medios la victoria en una batalla que se imagina implacable planteada por los jenízaros de la antiglobalización convenientemente caracterizados de feroces batasunos para enardecer más a quienes han de enfrentárseles, ya sea pertrechados con las defensas reglamentarias de los cuerpos antidisturbios de la policía o con plumas, micrófonos y cámaras para deslegitimarles en los espacios mediáticos donde también se combate.

Parece como si ahora para el caso de Barcelona se hubiera querido seguir la senda de la tolerancia cero tan acertadamente descrita por Loïc Wacquant. Desde luego, las escuelas de estado mayor enseñan que en el ámbito estratégico los preparativos deben considerar además del enfrentamiento a las hipótesis más probables el que sea preciso para los planteamientos más peligrosos. Claro que quienes se abandonen a esa línea de la hipótesis más peligrosa propenden a padecer la exasperación que conduce a la más incurable de las paranoias.

Cierto que los excesos más irreversibles de las policía acontecen cuando sus efectivos se encuentran en circunstancias de grave inferioridad, pero los despliegues desproporcionados tienen también consecuencias contraproducentes. Faltan estudios definitivos que fijen la relación entre las exageraciones en la exhibición de fuerzas y el ambiente caldeado favorecedor del desencadenamiento de las hostilidades en la calle.

En ese sentido, los lectores de más edad pueden recordar el efecto incitador que en los sesenta tenía la presencia de la policía montada junto al campus de la Complutense sobre los estudiantes madrileños, incluidos los de corte más pacífico.

En el capítulo LXXII de la segunda parte del ingenioso hidalgo explicaba don Quijote a don Álvaro Tarfe cómo pasó 'a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza única'. ¿Por qué se ha prescindido de recordar estas magníficas condiciones, las mismas que se exaltaron con óptimos resultados cuando los Juegos Olímpicos de 1992, de manera que el ambiente cívico contribuyera de modo decisivo a desactivar a quienes trajeran propósitos violentos?

Por qué el Gobierno Aznar se ha empeñado en quedarse solo con la policía y ha preferido que salvo el PP todas las demás formaciones políticas, CiU, POSE, IU figuren en las filas adversarias? ¿Valía la pena malversar todo el capital de civismo acumulado por personalidades que fueron un referente de convivencia, como Pascual Maragall, para arrojarlas a las tinieblas exteriores, donde se tergiversan los propósitos más nobles y se oyen las cargas represivas y el crujir de dientes? ¿Adónde conduce ese afán de identificar cualquier manifestación con el Apocalypse now? ¿Tiene algún sentido provocar el éxodo y la deserción de los vecinos de Barcelona para que al fin sus calles queden abandonadas a los camorristas de ocasión más o menos profesionales contribuyendo así a envalentonarlos?

Al presidente del Gobierno, José María Aznar, habría que emplazarle como responsable del grave retroceso político de las libertades que supone situar en el entredicho la condición de los manifestantes como si únicamente pudieran lucir en público sus convicciones aquellos que hayan sido investidos por las urnas.

¿Dónde queda el artículo 21 de la Constitución en el que se reconoce el derecho de reunión pacífica y de manifestación en lugares de tránsito público? ¿Por qué se silencia que las juventudes de CiU reclaman el mismo derecho de autodeterminación invocado por Batasuna mientras que se quiere invalidar el punto de vista de quienes discrepan de las pretensiones del ultraliberalismo?

Basta aplicarse a la lectura de La globalización depredadora (versión española en Siglo XXI editores, Madrid 2002), escrito por autor tan fuera de toda sospecha como Richard Falk, catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Princeton, para averiguar la importancia del envite.

Porque lo que está en juego son los efectos de la globalización económica sobre la capacidad del Estado para contribuir al bienestar humano y a otros objetivos más amplios como la paz, la seguridad y la sostenibilidad.

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