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Tribuna
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¿Jóvenes bárbaros?

Según el Estudio Pisa sobre la educación secundaria en 31 países, elaborado por la OCDE sobre una muestra de 265.000 encuestados, los jóvenes españoles llegan a los 15 años con unos niveles de comprensión de textos escritos, cultura matemática y científica inferior a la media de esos países. Los resultados son especialmente preocupantes en matemáticas, donde sólo en ocho países los jóvenes están peor preparados que los nuestros.

Tales resultados confirman los de un anterior estudio de 1997 -el Third International Maths and Science Study (TIMSS)-, en el cual los españoles de 13 años ocupaban el puesto 31 en matemáticas y el 27 en ciencia sobre 41 países. Todo ello sin mencionar el elevado porcentaje que no llega a completar sus estudios secundarios y , dicho sea de paso, los universitarios.

Al conocerse esos datos, cuatro representantes de las asociaciones de padres de los alumnos analizaban los problemas de la enseñanza y se mostraban de acuerdo en dos puntos: la conveniencia de un diálogo abierto entre padres y profesores y en la necesidad de más recursos por parte de la Administración.

Esta última reclamación suscita un apoyo casi unánime que conviene discutir siquiera sea para reflexionar sobre algunos hechos que se suelen olvidar: así, en los estudios comparativos internacionales del tipo de los mencionados no parece demostrarse una relación clara entre mayor gasto en educación y mejores resultados; en nuestro país hay provincias con un nivel de renta bajo -caso de Castilla y León o Extremadura-, que muestran un porcentaje de alumnos de 15 años repetidores menor que Baleares, que se halla a la cabeza de la riqueza en España; ello sin olvidar el ejemplo de la justicia, en la cual el nivel de calidad y eficacia no ha hecho sino disminuir a pesar del fuerte incremento de medios materiales obtenidos del Presupuesto.

Pero si estas estadísticas son desoladoras, de las que a continuación hago referencia resultan aterradoras. Me refiero a las relativas al porcentaje de accidentes mortales o muy graves entre jóvenes al volante y a las de afición al alcohol. Según la DGT, los jóvenes de 16 a 24 años tienen una probabilidad de ser víctimas en accidentes de circulación superior al doble que la población general, mientras que la Organización Mundial de la Salud indica que la bebida provoca una de cada cuatro muertes anuales de los varones europeos entre 15 y 29 años.

Lo curioso es que pocos se han atrevido a relacionarlos entre sí, y a ambos, con los relativos al fracaso escolar, considerando que los tres fenómenos ocurren, milagrosamente, con independencia.

La extraordinaria gravedad de esos tres problemas -fracaso escolar, altísima siniestralidad juvenil al volante y excesivo consumo de alcohol- ha saltado a las páginas de la prensa con motivo de dos proyectos gubernamentales: una ley de reforma de la educación secundaria y la prohibición de venta de alcohol a los menores de 18 años y su consumo por los jóvenes en los espacios públicos. Inmediatamente, los defensores de una falsa tolerancia y abogados del progreso basado en 'haga usted lo que quiera' han comenzado a argumentar que prohibir el botellón no sólo es atentar contra la cultura española basada en la celebración de la plaza pública, sino también una muestra más de la hipocresía y el reaccionarismo que impide democratizar el ocio juvenil.

Lo triste es que aun aceptando todos la gravedad de los males discutidos, corremos, una vez más, el riesgo de no hallar una solución adecuada. Estamos hablando, no se olvide, de tres problemas que tocan de lleno los cometidos básicos del Estado: la sanidad y la educación de sus franjas más jóvenes de la pirámide de edad y un problema latente de orden público que un día acaso desborde los límites de lo manejable.

Por eso mismo convendría olvidarse de divagaciones y zancadillas partidistas, confiando a los grupos pertinentes de expertos un estudio serio de estas cuestiones y de sus posibles remedios, para después implantar las medidas legales que aseguren que el futuro del país estará en manos de unas generaciones preparadas para hacer frente a retos cada vez más difíciles, y ello en parte por la estulticia y falta de valentía de sus mayores.

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