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Tribuna
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¿Preguntar ofende?

El espectáculo ofrecido por el Gobierno y el Grupo Parlamentario Popular en el Congreso de los Diputados merece algunas acotaciones urgentes. Sin ir más atrás, la sesión de control al Gobierno del pasado miércoles proporciona un buen ejemplo de las actitudes que prevalecen en la Cámara. Primero el presidente José María Aznar enchiquerado en el área reservada al Gobierno de la que sale a paso legionario para ocupar su escaño cuando suena la sintonía que anuncia el inminente comienzo de la sesión.

La presidenta Luisa Fernando Rudí va dando paso a las preguntas y concede la palabra a sus autores. El primero en tirarse a la piscina desde el trampolín de la tribuna de oradores es el líder del grupo de IU. De nada le vale la buena educación porque Aznar le responde con una combinación de desprecio y reprimendas infantiles.

Viene después Jesús Caldera, portavoz del Grupo Parlamentario Socialista. Su pregunta vuelve sobre la petición de aclaraciones y sobre la exigencia de responsabilidades en el asunto que sigue coleando de la mentira de Estado urdida por la Embajada de España en Rabat y difundida sin el más elemental contraste por el ministro portavoz, Pío Cabanillas, en persona. Entonces, Aznar intenta reducir la cuestión al nivel ínfimo de anécdota incidental. En su opinión se trata de una mala información de la embajada que fue mal procesada y parece que si las excusas presentadas se consideraran insuficientes podría añadir las suyas, pero en realidad lo que añade son toda clase de reticencias sobre quien le ha formulado la pregunta, el Grupo Parlamentario Socialista y el conjunto de ese partido. Repite la cantinela de la jaula de grillos, da a entender que actúa sometido a la servidumbre de González, carga las tintas sobre la insolvencia e invierte la situación.

Comparece para ofrecer las explicaciones que le piden y asumir las responsabilidades políticas ineludibles y se convierte, una vez más, en el acusador de sus víctimas.

Pero ni en la elaboración de la información, ni en su transmisión sin verificar, ni en el empleo de la embajada para hostilizar al adversario político al que se creía haber sorprendido in fraganti, ni en ese procesado y adobado entusiasta a cargo del ministro portavoz, Pío Cabanillas, ni en la obcecación del titular de Exteriores, Josep Piqué, aferrado con tozudez a 'indicios' inexistentes, dispuesto a ignorar el desmentido de Felipe González y capaz de asegurar que Marruecos ha cerrado su Embajada en Madrid cuando tan sólo ha llamado al jefe de su legación diplomática a Rabat para consultas, el presidente Aznar ha detectado la menor responsabilidad, la más leve falta. Es un discurso de esos que hacen reír a las cigüeñas.

El presidente Aznar se deja decir por Jesús Caldera que el mismo lunes 25 de febrero, cuando el diario de la Casa El Mundo había prestado ya su primera página a la que se prometía como animada cacería antifelipista, el Cesid había establecido la inexistencia de las entrevistas inventadas, sin que a pesar de ello en Moncloa se procediera a desactivar la campaña hasta el miércoles.

Pero este dato del Cesid se escucha por los del banco azul como quien oye llover. El inconmovible Aznar, transfigurado tras la subida al monte Tabor del último congreso del PP, sólo sentía molestias por tener que medirse con los liliputienses socialistas, que le vienen con tiquismiquis, que se enzarzan en naderías, que pierden el tiempo en pijadas, que están llenos de susceptibilidades enfermizas, que no saben aguantar las bromas, que siguen sin prepararse para dar días de gloria a España.

De las preguntas a Pío Cabanillas, mejor no hablar. Antes el ministro de Economía hace una exhibición de prepotencia y de señoritismo serranil en sus respuestas sobre el IPC y otras manipulaciones, lanza botes de humo, quiere amparar sus chapuzas en el cumplimiento de imaginarias obligaciones impuestas por la Unión Europea y se dedica con regodeo a meter el dedo en el ojo a los socialistas por pura vesania, sin venir a cuento. Así se llega a la interpelación presentada por el socialista Manuel Marín sobre los fallos en el servicio exterior. El banco azul aparece desierto. En la tribuna Mariano Rajoy, ministro del Interior, quien en su respuesta subraya 'que como es bien sabido es su departamento de Interior el que se ocupa de estos asuntos'. Pero incluso Mariano se anima, tantea el terreno y le dice a Marín que no debería hablar como lo ha hecho después de haber estado incurso en asuntos delicados a los que luego se demostró que era ajeno. Tenemos dossier para todos. Asombroso.

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