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FUTURO
Columna
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Raíces y tubérculos

Los espejismos también se producen en la inversión. Santiago Satrústegui fabula sobre las coincidencias entre la travesía del desierto de los expedicionarios y los guías y los inversores y asesores

Espejismo es la ilusión, típica de los desiertos, que produce la luz del sol al atravesar capas de aire de distinta densidad. La representación gráfica más común del fenómeno es un sediento caminante que sugestionado por la necesidad de encontrar agua, convierte en su imaginación cada una de estas señales luminosas en un paradisíaco oasis hacia el que corre para terminar chocando con la realidad tumbado en la arena que trataba de beberse. Cada uno de estos esfuerzos innecesarios va restando fuerzas y ánimo al sufrido expedicionario que, desesperado, acaba por tirar la toalla, muchas veces ya a pocos metros de su verdadera salvación.

Otro posible final bastante triste sería el de aquel que estando delante del verdadero término de su suplicio, escarmentado por decepciones anteriores y no dispuesto a sufrir ninguna más, empezara a caminar hacia otro sitio. Con la perspectiva que nos da estar correctamente hidratados y con una nevera llena de agua a escasos metros, parece sencillo ver que la reacción adecuada ante la visión, sea real o no, de la recuperación económica será el mantener nuestro prudente caminar hasta que confirmemos si las señales eran buenas o no.

¿Y no podría haber contratado un guía? Muchos lo hicieron, pero tampoco se evitaron los problemas. En algunos casos, porque la compañía de viajes nos vendió una excursión muy atractiva pero para la que no estábamos preparados ni física ni psicológicamente, o que no hubiéramos contratado de haber conocido los riesgos. En otros, debido a que cuando empezaron los problemas y nuestro guía consultó el manual, todo apuntaba a una rápida solución e incluso nos recomendó que aprovecháramos para terminar el agua de la cantimplora.

Nadie nos dijo que nos encontrábamos en una situación distinta y que el esfuerzo y el tiempo para salir de ella podía ser largo y duro. A los guías les gusta dar mensajes positivos y actuar como si todo estuviera controlado. En realidad, ellos se creen que por eso les pagamos. Pero, ¿qué hacemos ahora? Asumir dónde estamos es lo más fácil. Estamos perdidos. Pero al menos sabemos en qué dirección partimos y que tarde o temprano llegaremos a algún sitio. Con este procedimiento tan simple Cristóbal Colón descubrió América.

Encontrar el guía adecuado es más difícil, ya que un guía que se ha perdido pero que no reconoce o que no sabe que lo está, puede traer nefastas consecuencias. Habrá muchos que nos recomendarán correr hacia la salvación a la menor señal positiva probablemente porque necesitan creer en ello mucho más que nosotros. Pero el peor riesgo de todos es que el guía pierda la fe y empiece a recomendarnos cambiar de dirección o a pergeñar complicadas soluciones alternativas.

Nos propondrán salvarnos renunciando a casi todo y dirigiéndonos a un lugar donde está asegurado encontrar raíces y tubérculos que nos quitarán la sed. Aliviaremos ésta, pero será muy difícil desde ahí volver a coger fuerzas para alcanzar los objetivos que nos habíamos planteado. En el momento que aceptemos el sucedáneo, nuestro guía quedará liberado de la responsabilidad que le tiene atenazado, y la compañía de viajes habrá conseguido retener a un cliente al que de vez en cuando le podrá lanzar algo de ayuda humanitaria.

¿No se suponía que esto era un artículo financiero? ¡Qué despiste! Había pensado escribir sobre el gran éxito comercial de los depósitos estructurados, pero..., ¿quién podría criticar al best seller del año?

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