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La opinión del experto
Tribuna
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Negar la evidencia o mirar para otro lado

Alberto Andreu analiza las similitudes entre los chavales del 'botellón' y los malos gestores de una compañía y explica las diferentes etapas por las que pasan hoy día

El botellón se ha puesto de moda y, de tanto oírlo, me ha inspirado el artículo de hoy. ¿Sabe usted, amigo lector, en qué se parecen los chavales del botellón a los malos gestores? En que los dos pasan por las mismas etapas en algún momento de su vida: empiezan por un estado de alegría contenida; después pasan a la exaltación de la amistad; luego les da por los cantos regionales (Asturias patria querida y Desde a Santurce a Bilbao son los más recurrentes), y, por último, se obstinan en negar la evidencia: ¡esto no está pasando y yo no estoy borracho! Además, algunos (normalmente los más miserables), también se lían a mamporros con el primer infeliz que se pone por delante.

Pues de eso me gustaría escribirles hoy. De la enorme capacidad que tienen algunos de negar la evidencia y de las consecuencias que genera una actitud así: ignorar un problema no lo hace desaparecer: lo agrava. Y mucho.

Bien. Sin embargo, no todo es tan evidente. A los chavales del botellón se les ve venir, se les oye y se ve la basura que dejan tras de sí. Pero… ¿cómo se reconoce a este tipo de gestor empeñado en negar la evidencia?

A ver si encontramos algunas pistas que nos ayuden a reconocerlos. La primera pista es muy típica. Te miran y te dicen: 'En esta empresa tenemos es un problema de comunicación importante; esta gente no se entera de nada'. ¿Cuántas veces ha oído Ud. eso? Pues yo muchas. Y ya estoy harto. Tan harto estoy de ella que un buen día le dije a uno de mis jefes: 'Me vas a perdonar, pero la verdad es que más que un problema de comunicación, nuestro problema es de gestión: ni los objetivos están definidos, ni los planes de trabajo están cerrados, ni las responsabilidades están puestas. Y eso no es comunicación. Eso es gestión. Y ésa es tu responsabilidad'. Con independencia de que, tras aquella machada, abandonase la compañía a los pocos meses, lo importante es saber por qué esa frase es tan nociva. Para empezar, da por hecho que lo importante es contar y no hacer (los hechos son tozudos y no se puede vivir siempre de vender humos o motos), y para seguir, presupone que el error está en los demás ('no se enteran de nada'), y no en uno mismo ('algo habré dicho mal para que no se me entienda').

La segunda pista es también muy elocuente. Te miran con espíritu paterno y te dicen: 'Tranquilo: el tiempo lo cura todo'. Y lo mejor es cuando recurren a esa vieja anécdota del general Franco. 'Ya sabes que, para Franco, había dos tipos de problemas: los que se solucionaban solos y los que se solucionan con el tiempo'. Esta frase también es muy peligrosa.

Y lo es, porque confunde las bondades de la sabiduría gallega sobre la gestión del tiempo (darle tiempo al tiempo) con la magia del mago Merlín: levantarse por la mañana y que las cosas se hayan solucionado solas sin intervención de nadie. No engañe Ud.: lo que deje para mañana, y para pasado, y para la semana que viene, si es verdaderamente importante, tarde o temprano le acechará detrás de la puerta, como las 'pequeñas cosas' de Serrat, 'que te tienen tan a su merced como a hojas muertas'. La tercera pista que alerta sobre este tipo de gestores se resume en otra frase: 'A este tema hay que darle una vuelta'. Cuando te dicen esto es que o te quieren parar el tema o que no les gusta lo que están viendo. Vamos, que parece que si lo mueves mucho, si lo miras mucho, si le quitas tal o cual palabra… el tema se va a solucionar. Y no se dan cuenta que -como dice el refrán- 'aunque la mona se vista de seda, mona se queda'. Y es que, por más disfraz que le pongas a un tema, si es complicado y tiene cuernos, en cuanto te pueda coger, te coge.

La cuarta pista importante es la hiperactividad máxima. Es curioso comprobar cómo hay algunas personas que no tienen un minuto para nada. Tienen una enorme capacidad de generar trabajo, para ellos y para los demás… pero trabajo que ni tiene objetivo, ni tiene importancia alguna. Y es que, querámoslo o no, es más fácil hacer muchas cosas y a toda velocidad que pararse a pensar para qué se están haciendo esas cosas. Y si no me cree, una pregunta: ¿cuántas veces se ha puesto Ud. a recoger la mesa de su escritorio o a hacer de manera frenética trabajos rutinarios, o a hacer miles de llamadas de teléfono, o a sacarse los temas atrasados de su agenda… con tal de no abrir esa carpeta que tantos disgustos le está dando? Y la quinta y última pista suele ser el gran bombo y boato en torno al que se rodean determinadas personas. Recuerdo que, hace tiempo, quien fuera presidente de una de las grandes empresas españolas, me decía con pesar: 'Yo hace tiempo que no piso la calle: me recoge el coche oficial en el garaje de casa; subo al despacho en el ascensor privado; viajo en el avión de la compañía, y, si tengo prisa, me llevan a los sitios en helicóptero'. Aquel presidente, no negaba la evidencia -al menos reconocía que vivía alejado del mundo-, pero lo cierto es que otros muchos llegan a pensar que todo este aparataje de coches y aviones es lo más normal del mundo. Y es ahí donde pinchan en hueso: al final, de puro desconocer el mundo de los vivos, son incapaces de ver lo que a ojos de todos es evidente.

Pues ahí van algunas pistas para reconocer al gestor del botellón. Supongo que enfrentarse a la realidad no es fácil ni plato de buen gusto, sobre todo si lo que ves no te gusta.

Será por eso que la bruja mala de Blancanieves rompió definitivamente el espejito mágico cuando éste le confesó que la más bella del bosque era Blancanieves. A lo mejor, amigo lector, de todo esto nos sale una buena iniciativa: una gran colecta para llenar nuestras empresas de espejos que nos recuerden cada día que la realidad existe. Enfréntese a él y no mire para otro lado. O acaso se quiere parecer a los chavales del botellón?

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