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Columna
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Cabeza en Davos y corazón en Porto Alegre

Manuel Pimentel opina que es positiva la existencia conjunta del Foro Económico Mundial de Davos y, como contraste, el de Porto Alegre. En su opinión, es posible que en el futuro más que antagónicos sean complementarios

Por segundo año consecutivo, el Foro Social Mundial se ha celebrado en la ciudad brasileña de Porto Alegre en idénticas fechas que el Foro Económico Mundial de Davos, aunque, como es bien conocido, las posibles coincidencias se han limitado a las cronológicas. Distintos lugares de celebración, distintos invitados y, desde luego, distintas prioridades y objetivos en los temas a tratar en ambas convocatorias.

A los ciudadanos nos ha llegado una visión contrastada entre el foro institucional de los máximos mandatarios económicos y políticos del mundo, reunidos en Nueva York, frente a la diversidad de organizaciones asistentes al foro alternativo de Porto Alegre. Es fácil establecer comparaciones de todo tipo entre ambos foros. Precisamente, la coincidencia en las fechas de su celebración buscaba ese contraste para reforzar la imagen de modelos económicos, sociales y políticos alternativos al llamado neoliberal, genuinamente representado en la celebración de Davos.

Antes de analizar las propuestas de uno y otro foro, deberíamos reparar que ambas han tenido como envoltorio las consecuencias de los ataques terroristas del 11 de septiembre. En Porto Alegre han repetido hasta la extenuación que no están albergando ni ahijando a un movimiento radical ni violento, reforzando el debate interno en la multitud de ponencias y conferencias en las que se ha articulado la convención. Desde la fecha de los atentados, los llamados movimientos antiglobalización han tenido que soportar numerosas críticas y denuncias, al ser acusados por los servicios de inteligencia e interior de muchos países de dar cobijo a movimientos extremistas y anarquistas. De ahí su redoblado esfuerzo en desmarcarse de la violencia.

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Por otra parte, el Foro Económico, que habitualmente se reunía en la pequeña ciudad montañosa de Suiza, Davos, decidió cambiar este año de lugar y hacerlo en la ciudad de Nueva York por un doble motivo: como homenaje a los fallecidos en el brutal atentado y por la dificultad de garantizar la seguridad en la pequeña ciudad suiza. La inestabilidad mundial y el terrorismo han sido considerados por este foro como causas del mantenimiento de la incertidumbre económica.

De los trabajos de Davos en Nueva York hemos oído más o menos lo que nos esperábamos. Necesidad de más libertad para los mercados, matizada, esta vez sí, por un tímido reconocimiento de la necesidad de apoyar a los países más pobres, con algún avance en los procedimientos para aliviar de su deuda externa. A pesar de que Davos sea un importante, y positivo, foro económico mundial, imprescindible en un mundo donde las relaciones económicas están cada día más globalizadas, se echa en falta alguna dosis de autocrítica.

El capitalismo internacional, capitaneado por los países occidentales entre los que está España, tendría que analizar seriamente si es sostenible un modelo internacional de diferencias crecientes, deterioro del medio ambiente e imposibilidad de arbitrar políticas globales de derechos sociales básicos, como alimentación, educación y sanidad. No cabe duda de que el liberalismo democrático occidental ha supuesto un espectacular avance social y económico donde se ha aplicado, pero es necesario que continuemos evolucionando, buscando nuevas fórmulas para paliar algunas de las evidentes injusticias del mundo actual. Por eso, privilegiados foros como el de Davos deben ser utilizados para plantear alternativas de evolución a la realidad actual. Por otra parte, no parece justo, ni inteligente, satanizar estas cumbres económicas ni responsabilizarlas de todos los males de la humanidad. Seamos todo lo autocríticos que tengamos que ser, pero no desmontemos los foros globales que se han ido consolidando.

En Porto Alegre se ha evidenciado en esta segunda convocatoria el esfuerzo de los organizadores por huir del simple concepto de antiglobalización con el que fueron bautizados el primer año. De ahí que hayan querido dotarse de contenidos concretos y propuestas determinadas. A pesar de ello, todavía resulta difícil para un ciudadano medio entender qué es lo que proponen exactamente estos foros alternativos para mejorar la situación mundial.

Todos sabemos que se oponen al modelo neoliberal, pero ¿qué modelo plantean? Probablemente será necesario que transcurra algún tiempo más para que pueda sedimentarse un movimiento tan variado y diverso como el de los colectivos representados y convocados en Porto Alegre. Pronto no valdrá el simple grito contra la globalización, necesitarán propuestas más concretas si desean ir prosperando como movimiento. Ojalá consigan esos avances y puedan elaborar esos programas en sucesivas convocatorias, sería bueno para todos. Este año, además de aspectos organizativos y de debate, se ha observado una especial incidencia en el derecho a la salud y la vida, aspirando a facilitar el acceso a los medicamentos, inalcanzables en amplias zonas del planeta por simples cuestiones económicas.

Quizá pueda parecer una postura cómoda y nada comprometida, pero considero positiva la celebración conjunta de ambos foros, por alternativos que puedan parecer. Es bueno que nos cuestionemos permanentemente el mundo que estamos construyendo y que no dejemos de oír ninguna propuesta que nos permita mejorarlo.

Davos debe continuar, los responsables económicos mundiales precisan foros para debatir y Porto Alegre debe mantener el contraste de su interesante e importante foro social. A lo mejor, en el futuro, es posible que más que antagónicos y enfrentados puedan ser complementarios. Algo habríamos ganado todos, porque, en el fondo, somos muchos los que tenemos la cabeza -y la cartera- en Davos y el corazón en Porto Alegre.

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