El papel de las instituciones financieras internacionales
Tengo una visión, una visión de un mundo que trabaje mejor, es decir, un mundo en el que todas las personas en todas partes gocen de un nivel de vida más elevado y que vaya aumentando rentas crecientes que procedan de buenos puestos de trabajo para todos los que los deseen.
Al viajar por el mundo durante el último cuarto de siglo he podido comprobar dos cosas. Primero, y más importante, me ha quedado demostrado que los seres humanos en todas partes, con la adecuada educación y formación y con un entorno social estable, pueden realizar, y efectivamente realizan, trabajos que añaden valor a niveles competitivos mundiales.
Esto quiere decir que pueden ser remunerados de forma que se les proporcione independencia y una buena vida según sus propios criterios, para ellos mismos y sus familias. De esta observación concluyo que los seres humanos en todas partes del mundo tienen la capacidad latente de crear un alto nivel de vida.
La segunda observación general es la siguiente: a pesar de la citada anteriormente, la disparidad de niveles de vida entre los pueblos del mundo es tan grande que resulta prácticamente incomprensible.
La pregunta evidente es por qué. ¿Por qué, si las personas tienen la capacidad para vivir bien, existen tantos miles de millones de personas hoy con poca esperanza de disfrutar de la buena vida que sabemos que es posible?
Si se examina la historia económica de los últimos 300 años es fácil concluir que no existe ningún límite absoluto sobre el producto económico mundial.
La prosperidad económica no se basa en que algunos consigan más haciéndose con la parte correspondiente de otros. De hecho, la tarta económica mundial está limitada sólo por nuestra imaginación si la sustentamos en las necesarias instituciones y estructuras sociales, y cuando los seres humanos y los recursos estén organizados para crear valor.
Reconozco que ésta es una perspectiva de altos vuelos, pero mi intención es bajarla al nivel de la calle. Como hábito de reflexión analítica, sin embargo, encuentro útil recordarme a mí mismo el propósito y el potencial de lo que hacemos, para que no nos veamos envueltos en la sopa de letras de los organismos de desarrollo, las ONG y las organizaciones gubernamentales como si su propia existencia fuera el único objetivo.
Quiero bajar estas ideas generales al nivel de la calle y concretar más sobre el desarrollo económico y el papel de las instituciones financieras internacionales (IFI).
Creo que las IFI han sido y son ahora importantes, y que tendrán que ser todavía más importantes en relación con el futuro nivel de vida de los pueblos en todo el mundo.
Para ilustrar el proceso mental que debemos intentar para alcanzar este objetivo, quiero abordar cinco temas interrelacionados.
Tipos de interés para la deuda nacional. Al convertirse el mundo cada vez más en un mercado de capitales único, los tipos de interés para la deuda nacional se han convertido en una medición o parámetro que nos permite comparar las condiciones y las perspectivas en las distintas zonas geográficas y políticas.
Durante todo el tiempo del que tengo memoria, parece que hemos aceptado que las naciones de bajos ingresos están condenadas a tener tipos de interés altos frente a los países desarrollados. Queda implícita en esta noción la idea de que las naciones de bajos ingresos son inherentemente menos dignas de créditos que las desarrolladas.
Nuestras expectativas se concretan cuando las naciones reciben créditos que elevan el riesgo de cobro. Conforme aumente este riesgo, suben los tipos. Pero esta situación no está impuesta; es sólo una práctica a la que nos hemos sumado. De hecho, las naciones de bajos ingresos podrían tener deuda de calidad inversora si se limitaran sus emisiones de deuda a cantidades que pudieran pagar de forma fiable.
No hemos prestado mucha atención a esta cuestión porque tendemos a olvidarnos de la conexión entre los Gobiernos y sus pueblos.
Dicho sin rodeos, los Gobiernos reciben sus ingresos de sus pueblos, y cuando los Gobiernos asumen deuda con tipos de interés superiores a un 20% están obligando a su pueblo a que pague estos intereses, absorbiendo así su capacidad de atender sus necesidades individuales.
Un objetivo de las IFI debe ser colaborar con las naciones en desarrollo para lograr una calificación de calidad inversora para sus emisiones de deuda. Esto no será fácil, pero debe ser nuestro objetivo porque, conforme la deuda de las naciones en desarrollo se aproxime a una de calidad inversora, se va reduciendo el peligro de un derrumbamiento económico, creando una protección contra los efectos de acontecimientos adversos no previstos.
Adecuado equilibrio entre préstamos y donaciones en la ayuda a las naciones en desarrollo.¿Tiene sentido ofrecer un tipo de interés bajo a largo plazo a una nación que ya está endeudada hasta las cejas, con escasas perspectivas de poder amortizar su deuda comercial ya pendiente?
El presidente Bush ha propuesto que modifiquemos la ayuda para que en el futuro el 50% del dinero facilitado por los bancos de desarrollo sea en forma de donaciones, pasando de la práctica actual de un 98% en préstamos y un 2% en donaciones.
El principal argumento de los que se oponen a esta propuesta parece ser que la virtud de los préstamos es que enseñan a las naciones en desarrollo importantes lecciones sobre cómo llevar sus asuntos. Sin embargo, la condonación de los préstamos de los países pobres con un alto nivel de endeudamiento convierte esta noción en una burla.
En lugar de acrecentar los infortunios financieros de las naciones en desarrollo, aumentándoles la carga de una deuda que no pueden pagar, debemos admitir abiertamente que algunos países necesitan donaciones. Me apresuraría a decir, asimismo, que esto no significa dar regalos a despilfarradores. Por donación me refiero a una cantidad de dinero donado con un propósito concreto y con resultados medibles, que obre a favor del crecimiento y de un nivel de vida más alto para la población. Algunos de los que critican la alteración del equilibrio entre préstamos y donaciones lo ven como un complot inicuo para reducir el total de la ayuda facilitada.
Por el contrario, creo que los contribuyentes del mundo, quienes en última instancia son la fuente de toda la ayuda al desarrollo, responderán con más ayuda si los mandatarios podemos demostrar que sabemos lo que estamos haciendo mediante resultados medidos por niveles de vida crecientes en las naciones en desarrollo.
Crear en los países en desarrollo condiciones que den como resultado el establecimiento y crecimiento de una dinámica económica del sector privado. Si un país está considerado como bien gestionado financieramente, se realizarán en él inversiones sosegadas del sector privado en lugar de depósitos especulativos que buscan riesgos altos y ganancias a corto plazo. Los inversores pacientes del sector privado crean un efecto multiplicador que conduce a mayor empleo y a la existencia de empleos más estables.
Una gestión fiscal nacional prudente es clave, pero ha de estar respaldada por un entorno social estable, evidenciado por un claro estado de derecho, por un sistema de contratos legalmente aplicables y por la protección frente a la extorsión y otras formas de robo de capitales. Para una economía verdaderamente dinámica, estas condiciones no son discrecionales, sino deben ser el eje de la atención de los Gobiernos, los organismos y los esfuerzos serios de desarrollo.
Cuando se realizan estas afirmaciones en los foros de desarrollo, todo el mundo asiente con la cabeza, pero las circunstancias del mundo real no guardan una relación tan estrecha con esta fórmula. Hasta que estos fundamentos no se implanten y entren en funcionamiento, la eficacia de la ayuda al desarrollo sólo será una pequeña fracción de lo que debería ser.
Aprendizaje progresivo. A lo largo de los últimos 50 años, se han gastado cientos de miles de millones de dólares en nombre del desarrollo económico. Frente a una serie tan numerosa de países ayudados que no muestran todavía indicios fuertes de cambios positivos, creo que debemos estudiar los hechos y las experiencias para averiguar dónde han producido grandes resultados nuestros esfuerzos y, de igual importancia, dónde son nulos o han experimentado una regresión. æpermil;sta es una importante tarea que espera la atención de los analistas.
Examinar y refinar los sistemas y las herramientas para ayudar a los países que pasan por tiempos difíciles. Voy a utilizar Argentina como caso de referencia. A principios del año pasado, cuando comenzamos a examinar los datos financieros de Argentina, encontramos que tenía una deuda nacional de aproximadamente 130.000 millones de dólares y una corriente de ingresos capaz de soportar quizás 100.000 millones de dólares.
Considerando lo que podían hacer, examinamos sus instrumentos de deuda y encontramos que el país había renunciado a sus derechos de reestructuración.
Debemos aprender de esta experiencia e intentar convencer a los países en desarrollo de que cuando emitan deuda no cedan su tan importante flexibilidad fiscal a cambio de unos pocos puntos básicos de ventaja.
Otra lección que hemos aprendido es también la necesidad de crear el proceso de una reestructuración controlada cuando un país pasa por malos tiempos.
Un serio debate ha comenzado a raíz de la demanda de que se cree un proceso de quiebra. Se tendrán que dar respuesta a muchas de las preguntas antes de poder implantar un sistema factible. Creo que debemos seguir adelante con esto lo más rápidamente posible, pero también opino que si somos capaces de llevar a cabo el desarrollo económico de forma más idónea tendremos que recurrir a esta herramienta con poca frecuencia.