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Columna
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Las dos mundializaciones

José Borrell Fontelles sostiene que el Foro Social Mundial ha dejado constancia del enorme potencial del mal llamado movimiento antiglobalización. Asegura que existe una tímida aproximación con el Foro Económico de Davos

Josep Borrell

Contraponer al Foro Económico de Davos y al Foro Social de Porto Alegre se ha convertido en un recurso repetido e inevitable. Pero es cierto que la simultaneidad de ambos encuentros simboliza el enfrentamiento dialéctico entre dos concepciones antagónicas del mundo y que sus participantes constituyen lo más granado del poder político-económico y lo más dinámico de la sociedad civil mundial. Además, es difícil escribir sobre otra cosa mientras se cruza el Atlántico volviendo de Porto Alegre después de haber observado la gran diversidad y riqueza de ese encuentro.

Aunque no ha terminado todavía, el Foro Social ha dejado constancia del enorme potencial del mal llamado movimiento antiglobalización, que en realidad pretende evitar que las fuerzas del mercado determinen todos los aspectos de la vida. A ese movimiento se le reprochaba su carácter contestatario, su esencia anti, asociándolo equivocadamente a actitudes violentas como las que marcaron su momento fundacional en Seattle y en Praga y Génova después. Se le atribuía una falta de capacidad de análisis y propuestas que le limitaba a un simple papel de agitación amplificado mediáticamente. Por eso Porto Alegre II representa un momento importante para la sociedad civil internacional movilizada pacíficamente a través de las ONG, y al margen de los partidos políticos tradicionales, en torno a toda una serie de problemas tan concretos como graves que en Porto Alegre se han estructurado en 26 grandes temas. Sobre cada uno de ellos se ha celebrado una conferencia inicial, organizada por una o varias ONG expertas en el tema, seguidas de una gran cantidad de seminarios y discusiones de grupos que han involucrado a miles de participantes.

Esos temas articulan la crítica a lo que se ha consagrado ya como la mundialización neoliberal y a sus negativos efectos sociales y ambientales. Aunque la organización del Foro se ha comprometido a publicar una síntesis de los debates y un inventario de las propuestas que de ellos han surgido, será realmente difícil que de esos intensos días de discusión multipolar surja nada parecido a un Programa de Porto Alegre que se convierta en una propuesta de acción política por los cauces democráticos habituales. Pero viendo cómo se ha desarrollado el Foro Social se comprende que tampoco sea ese su objetivo.

Aunque a veces el escenario masivo-festivo y la retórica de algunas intervenciones parecía retrotraernos a esas viejas asambleas de facultad de los sesenta y setenta, hay que reconocer que la calidad de las conferencias y debates, sea por la solvencia teórica de los intervinientes o por las vivencias personales que aportaban, ha sido más que notable. Muchos líderes de la izquierda institucional desearían recibir análoga atención, en calidad y en cantidad, por parte de un público joven que está cada vez más ausente de la vida política partidaria.

Por otra parte, las tesis que movilizan a los de Porto Alegre han hecho mella incluso en los reunidos en Davos-Nueva York, como reflejan las declaraciones de George Soros al señalar el peligroso crecimiento de las desigualdades y advertir que no podemos dejarlo todo en manos del mercado. En realidad, el rechazo a la mercantilización competitiva del mundo, considerado por algunos como el remedio a todos los males, es la esencia de Porto Alegre. Así se refleja en su eslogan El mundo no es una mercancía y en su defensa de la necesidad de sustraer la provisión de elementos fundamentales de la vida, como el agua, a la lógica del beneficio. Habiendo basado buena parte de mi vida política en la distinción entre derechos y mercancías, ese discurso no me resulta en absoluto ajeno.

A esa aparente y tímida aproximación de las posiciones de ambos foros han contribuido, sin duda, los acontecimientos que se han producido desde sus anteriores ediciones. En particular la crisis argentina, la recesión y las oscuras perspectivas de la economía mundial, el hundimiento de las Bolsas, la crisis de los valores tecnológicos, el fenómeno Enron y el temor al terrorismo globalizado han resquebrajado la altiva confianza de algunos.

En realidad, ideologías y dogmatismos aparte, es difícil no reconocer que la mundialización neoliberal no ha beneficiado a todo el mundo, que no ha implicado un crecimiento fuerte y regular, que los pobres son más pobres y que tanto el crecimiento económico como la mejora de las condiciones de vida se ha ralentizado en los últimos 20 años, durante los cuales el liberalismo se ha convertido en el alfa y omega de las grandes instituciones internacionales y se han liberalizado los flujos financieros y de mercancías.

Multitud de datos se podrían citar, si cupieran en estas líneas, para ilustrar cómo durante ese periodo el crecimiento mundial ha disminuido y las desigualdades planetarias entre el Norte y el Sur han aumentado. Ciertamente esa correlación no implica necesariamente una relación de causa a efecto. Ni tiene tampoco sentido volver a una supuesta edad de oro del nacionalismo y el proteccionismo, y a las guerras coloniales que les han acompañado. Pero cada vez más gente cree que después de 20 años de desarrollo capitalista la situación de nuestro mundo requiere políticas de regulación y redistribución mundiales. Si alguna vez llegan a existir, será gracias a movilizaciones como las de Porto Alegre, que los sindicatos y partidos políticos que se reclaman de la izquierda harían mal en ignorar.

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