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Bush propone destinar a medidas de estímulo económico casi el 1,3% del PIB

El presidente George Bush dio ayer por fin la cifra que todo el mundo esperaba: el plan de medidas de estímulo económico debería oscilar entre 60.000 y 75.000 millones de dólares. Poniéndole ceros al proyecto, Bush aprovecha su popularidad (90% de apoyo tras los atentados) para "ejercer liderazgo ante el Congreso". Es decir, para intentar poner algo de orden en el intenso debate de los legisladores, que no logran ponerse de acuerdo sobre la receta adecuada para luchar contra la recesión. El presidente mencionó algunas: menos impuestos para particulares y empresas, y ayudas para los parados. Y eclipsó totalmente la intervención en el Senado de su secretario del Tesoro, Paul O'Neill.

El presidente estadounidense, George Bush, dijo ayer que el plan de medidas de estímulo económico debe tener un valor de "entre 60.000 y 75.000 millones de dólares" (de 10,8 a 13,6 billones de pesetas).

Una cifra que incluye bajadas de impuestos y aumentos del gasto público; y que "se sumará" a los 40.000 millones de dólares del fondo de emergencia y los 15.000 millones de dólares de ayuda para las aerolíneas.

Con lo cual la cifra total, sumando lo ya aprobado y lo propuesto por Bush, puede alcanzar los 130.000 millones de dólares (23,5 billones de pesetas y en torno al 1,3% del PIB) en el ejercicio 2002, que empezó el día 1 de octubre.

Dicha cifra superaría lo que el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, consideraba como razonable (100.000 millones de dólares, un 1% del PIB).

Ayudas para todos

Bush confirmó que las medidas barajadas incluyen menos impuestos para los ciudadanos; incentivos y alivio fiscal para las empresas y ayudas para los millones de ciudadanos que están perdiendo sus empleos.

Ofreciendo una cifra de referencia, Bush dice que intenta "ejercer liderazgo" sobre el Congreso. Es decir, aprovechar su popularidad récord (90% tras la ofensiva terrorista) para dictar la pauta en un debate que está resultando muy polémico.

Tres semanas después de los atentados, los congresistas siguen sin ponerse de acuerdo sobre cuál es la receta adecuada para luchar contra la recesión. Y el presidente considera urgente aprobar un plan de estímulo económico "que no sea excesivo ni demasiado corto".

Greenspan ha pedido a los legisladores que se tomen algún tiempo para evaluar los daños sufridos y definir medidas que ayuden a la economía sin poner en peligro la balanza presupuestaria y provocar un aumento de los tipos a largo plazo.

Bush se mostró de acuerdo de palabra. Pero proponiendo "hasta 75.000 millones de dólares" de estímulo adicional eleva el peligro de que la balanza fiscal entre en terreno negativo.

Por lo pronto está claro que el Congreso tendrá que utilizar dinero de la Seguridad Social. Unos fondos que se consideraban "intocables" hasta que los ataques terroristas colocaron al país en situación de emergencia.

Bush recordó ayer que siempre se opuso al déficit fiscal "a menos que haya una emergencia nacional, una recesión o una guerra". Pero Estados Unidos afronta ahora los tres escenarios al mismo tiempo. Con lo cual la prioridad hoy es "garantizar nuestra seguridad, ganar la guerra contra el terrorismo y asegurarnos de que la economía crece y la gente puede encontrar un empleo".

Los congresistas están de acuerdo en que la crisis obliga a cambiar las prioridades presupuestarias. Pero están aprovechando la situación para defender todo tipo de propuestas que habían quedado en el tintero en aras de la prudencia fiscal.

El senador demócrata Max Baucus dijo ayer con evidente sarcasmo que los legisladores han propuesto ya "ideas valoradas en un billón de dólares".

La mayoría creen que será necesario bajar aún más los impuestos a los ciudadanos. Un recorte que se suma a la rebaja de 1,35 billones de dólares en 10 años votada por el Capitolio este verano. Pero hay discrepancias sobre cómo hacerlo.

Además, poner más dinero en los bolsillos de los particulares no ofrece garantías en estos momentos. La Reserva Federal ha bajado los tipos de interés del 6,5% al 2,5% este año y el Tesoro empezó en el verano a devolver dinero de los impuestos. Pero el gasto de los ciudadanos creció sólo un 0,2% en agosto, porque muchos prefieren ahorrar por si acaso se quedan sin empleo.

Los demócratas también piden ayudas para trabajadores y parados. Entre ellas, ampliar el subsidio y cobertura médica a los desempleados; gastar 1.000 millones de dólares en formación y aumentar el salario mínimo.

Muchos republicanos se oponen rotundamente a estas medidas. Pero el presidente está de acuerdo con algunas, con lo cual empieza a hablarse de una alianza de Bush con los demócratas.

Además está estudiándose un amplio abanico de ayudas y rebajas de impuestos para las empresas. Y algunos republicanos han retomado su batalla a favor de un recorte en los impuestos sobre rendimientos del capital.

Cada legislador escucha a grupos de presión diferentes (sindicatos, patronales industriales, firmas de Wall Street, etcétera). Y el apoyo a una u otra medida no depende tanto del partido como de los grupos que tienen más peso en el distrito de cada congresista.

Con lo cual ni siquiera puede aspirarse a un consenso dentro de cada partido al estilo de las democracias europeas que utilizan la disciplina de voto.

 

Las discrepancias entre la Casa Blanca y el Tesoro

El presidente George Bush y el secretario del Tesoro, Paul O'Neill, volvieron a tropezar ayer en el delicado terreno de las relaciones públicas.

O'Neill se vio totalmente eclipsado por Bush, que decidió celebrar su rueda de prensa justo cuando el secretario estaba interviniendo en el Senado.

Los canales de televisión suspendieron de inmediato la conexión con la Cámara y pidieron disculpas a su audiencia con un escueto: "Lo lamentamos, pero tenemos que dejar al señor O'Neill para conectar con el presidente".

Bush no sólo habló en un momento clave, sino que además anunció la cifra que todo el mundo esperaba. Con lo cual el discurso de O'Neill quedó en un segundo plano y los canales decidieron no retomar su retransmisión.

El de ayer no es, ni mucho menos, el único tropezón en las relaciones del secretario del Tesoro con la Casa Blanca.

O'Neill descalificó públicamente al presidente cuando éste se atrevió a opinar sobre el dólar.

El secretario dijo entonces que él era el único que tiene voz en materia de divisa. La Casa Blanca le dio la razón, pero su portavoz dejó claro que a Bush no le había sentado bien su comentario.

O'Neill también ha mostrado "discrepancias" con el vicepresidente, Dick Cheney, y con el asesor económico de la Casa Blanca, Glenn Hubbard (en ambos casos por declaraciones sobre el peligro de recesión).

Todo ello ha hecho que el secretario tenga cada vez menos relevancia pública, a pesar de la grave crisis económica que azota el país. Y ello quedó en evidencia cuando el Congreso convocó al antiguo secretario del Tesoro, Robert Rubin (en lugar de llamar a O'Neill) para tener un primer balance sobre los daños causados por la ofensiva terrorista.

La explicación oficial fue que O'Neill ya había mantenido consultas con los congresistas. Pero esto convenció a pocos.

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