<i>Crimen y castigo, guerra y paz </i>
Vivimos tiempos de tribulación y desasosiego. La ignorancia absoluta del futuro, la falta de referencias en la calle produce incertidumbre. Por eso es bueno analizar claves que van a ocasionar, cuando se despejen las incógnitas, mayor estabilidad y tranquilidad en el planeta.
El ataque terrorista brutal y masivo último ha representado otra quiebra más en el entramado de las sociedades democráticas desarrolladas, precisamente por el empleo abusivo por los delincuentes de modos normales de comportamiento y libertades y derechos que se reconocen a todos los ciudadanos.
De ahí podemos pensar como lícita la actitud de que, para eliminar el mal, los Estados democráticos puedan o deban abandonar los paradigmas de su concepción del hombre y sus derechos esenciales. La respuesta es necesariamente negativa. Conceptos como guerra al terrorismo, cambio de valores, deben ser examinados con precisión e imparcialidad.
No puede darse en puridad una guerra al terrorismo, la guerra es necesariamente entre Estados. Cosa bien distinta es la guerra como amenaza y posible realidad para imponer, forzosamente, a ciertos Estados normas esenciales de comportamiento en relación con el terrorismo, para no perjudicar gravemente el desenvolvimiento de las sociedades de otros Estados. En lo demás, el terrorismo debe tratarse dentro siempre de la ley y el Estado de derecho, porque, aunque nos duela admitirlo, los terroristas también tienen derechos, y hay que respetarlos.
Y ahora llegamos al cambio cuantitativo de las ideas. Un ataque terrorista feroz y masacrante no es más terrorista que un asesinato con un coche bomba. Puede que sirva, sin embargo, para movilizar los recursos humanos y económicos, y de mentalidad, que requiere la extirpación de los refugios del terror. Y, ¡ojo!, no valen dobles morales, porque recordemos que no ha mucho países democráticos negaron extradiciones de terroristas a España.
Luego las sociedades democráticas deberán y podrán dotarse de los medios de prevención y castigo del terror que sean necesarios, dentro siempre de la ley. Ley que, ya sea en esos casos u otros, tiene, no debe, que aplicarse con rigor. Un delito cometido por muchos no hace que sea menos delito o que no lo sea y que quede, por tanto, en la impunidad.
Habrá que dotar los medios necesarios para combatirlo. El argumento de decir que para qué actuar contra los delitos masivos si, total, no hay muertos ni heridos. Estoy pensando, por ejemplo, en las manifestaciones a favor y de apoyo a delincuentes. Son o no son delito. Y si lo son, que lo sean con todas las consecuencias.
En todas las situaciones en que se producen casos límite es donde hay que procurar seguridad al ciudadano. Para que pueda desenvolver su vida en libertad. Pensando en casos límite, no puedo apartar de mi cabeza la situación en el avión secuestrado por terroristas y estrellado por sus pilotos o pasajeros para evitar una catástrofe. La vileza de unos y el heroísmo de otros. Unos amenazando entre dos males inmensos y otros teniendo que decidir entre males. Saber la inminencia de la muerte, pero impedir otras.
Confieso que soy optimista en cuanto al próximo futuro, la lucha, que no guerra, contra el terror. Por supuesto que será larga, tal vez dure siempre. Mientras existan dictaduras, pobreza, ignorancia, abuso, se generará odio y manipulación. Pero la lucha será eficaz. No se trata de ocupar un territorio o imponer un Gobierno, se trata de exigir reglas de conducta, buscar delincuentes y castigarlos.
La conjunción internacional no elimina el terrorismo, pero ahora se percibe, generalizadamente, algo que existía y tenía que brotar algún día. Por eso ahora podemos sentirnos mucho más seguros, desconcertados tal vez ante el desarrollo de los acontecimientos, pero que se van a dilucidar rápidamente. Y al darnos cuenta del mal que padecemos es cuando podemos combatirlo. Y, no olvidemos, que engañarse a uno mismo nunca nunca es bueno.