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TRIBUNA

<I>El euro, en el ojo del huracán</I>

La pasada semana ha sido dura para nuestra moneda única. Algunos están llegando a considerar que nos encontramos ante un nuevo ataque especulativo destinado a conseguir la intervención del Banco Central Europeo (BCE) para corregir la pérdida del valor del euro frente al dólar. El ciudadano europeo se pregunta no sólo por las inevitables dificultades de su puesta en circulación, sino cuáles pueden ser las causas que determinan esta debilidad de su futura moneda. En términos de opinión publica, ¿porqué lo hacen también los estadounidenses y aparentemente tan mal los europeos?

Existen explicaciones y raciocinios más o menos elaborados que intentan hacernos comprender que el aterrizaje norteamericano ya no es una 'V' profunda que tocando el suelo nos llevaría a un despegue rápido y potente. Tampoco se trata, nos dicen, de la 'U' con un prolongado seno que permitiría hacer una buena revisión de los motores económicos para remontar lentamente el vuelo hasta alcanzar otra vez la velocidad y la altura de crucero de los últimos 10 años. Nos dibujaron, como última explicación, la pesimista 'L' que iría alargando, alargando, su trazo inferior hasta rozar la recesión y, por tanto, una prolongada crisis de crecimiento.

No nos han faltado explicaciones de lo que ocurre en EE UU. Allí, al menos, tienen la Reserva Federal y al ilustre Greenspan.

En la UE están volviendo a florecer de nuevo tensiones acerca de cómo entender el papel del BCE, si lo hace bien o mal y, por supuesto, ya está en la plaza pública la discusión en torno a la eventual sucesión de Duisenberg. Lo peor que nos podía pasar, teniendo en cuenta lo difícil y dramático que resultan estos debates en el ámbito comunitario.

No se me puede olvidar el Consejo Europeo de Bruselas, abril de 1998, donde se tomó la decisión final sobre la moneda única, se decidió el modelo de las monedas y billetes, y se procedió al nombramiento del flamante primer gobernador del BCE, Wim Duisenberg. Se pretendía un Consejo Europeo corto, brillante y conmemorativo. Fue justamente lo contrario: desordenado y frustrante. La rueda de prensa de Tony Blair, entonces estábamos con presidencia británica, estaba prevista para antes del almuerzo. No pudo ser. La falta de entendimiento entre Chirac y Kohl acerca del futuro gobernador nos llevó a una batalla de desgaste que se prolongó hasta la medianoche. Toda la maquinaria mediática que habíamos preparado se nos vino abajo sin remedio.

La fórmula que se encontró fue extravagante. Duisenberg unos años, hasta que se acerque a la jubilación. Entonces, él mismo, se manifestará fatigado del ajetreo bancario y será sustituido por el francés Trichet, que lleno de energías consolidará el papel fundamental del BCE.

Esta solución contenía inevitablemente el germen de la provisionalidad en una institución europea que precisamente lo que necesitaba era autoridad y estabilidad para iniciar su andadura.

Durante estos años, el propio Duisenberg nos ha hecho saber que tiene una salud de hierro, con el consiguiente enfado de París, que reclama el respeto hacia un acuerdo que en estos momentos parece que no va a ser fácil cumplir. El ultimo semestre ha sido malo para la imagen del euro. La presidencia de turno según las normas, nuestros amigos suecos, no podían presidir el Ecofin al no ser miembros de la Unión Monetaria. Han sido nuestros amigos belgas, siguiente presidencia, quienes sustituyeron a los suecos para todo aquello que tuviera que ver con la unión económica y monetaria. El ministro belga, a su vez, se ha empleado a fondo para mantener un pulso casi permanente y, lo que es peor, notoriamente público, con Duisenberg. El remate ha sido las declaraciones del primer ministro de Luxemburgo revelando que "algunos" colegas le habían sugerido presentar su candidatura para ser el sucesor de Duisenberg a la cabeza del BCE.

Siempre me explicaron que los países del Benelux, Holanda, Bélgica y Luxemburgo, tenían por norma concertarse en su política europea y eran un ejemplo de mesura comunitaria. Me imagino que los mercados financieros tendrán dificultades para explicarse por qué un ministro de economía belga le zurra en público a un gobernador holandés y para resolver el problema se ofrece un primer ministro luxemburgués, al mismo tiempo, el pasado semestre, que el presidente del Consejo Europeo, el sueco Goran Persson, cuenta al mundo que la moneda única no es cosa suya. ¡Demasiada extravagancia!

Las instituciones comunitarias son vitales para el proyecto europeo. El euro estará pronto en circulación y supone un salto de gigante en el proceso de integración del viejo continente. La ampliación está a la vuelta de la esquina. No se puede continuar degradando el esquema institucional de la UE con episodios que ayudan a menoscabar la credibilidad y solvencia de la moneda única. Lo terminaremos pagando.

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