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LA ATALAYA
Columna
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Cada vez peor

Veinte siglos después, las palabras del Apóstol de la Paz siguen vigentes: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". O, en el caso de la situación en Oriente Próximo, que dispare el primer tiro. Porque, aunque no sea popular, habrá que reconocerlo: nadie tiene la verdad absoluta en la gravísima crisis de la región. Y no contribuyen nada a rebajar la temperatura las fáciles presunciones de culpabilidad contra Israel y la exención a los palestinos de toda responsabilidad en la violencia. Volviendo al Evangelio, hay que dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. No se puede seguir hablando de los lugares comunes de David contra Goliat y de la lucha entre las piedras y los F-16 -por cierto, craso error de Ariel Sharon, que ha provocado las primeras fisuras en el Gobierno de unidad nacional-, cuando los muertos judíos se acercan al centenar. A pesar de la puntería de David, las hondas no causan 100 muertos.

Los lame ducks (patos cojos, en el argot político norteamericano) siempre cuentan con gran simpatía entre los que no profundizan en el estudio de los problemas. Es el caso de Arafat y la Autoridad Nacional Palestina (ANP), presentados ante la opinión pública como las víctimas de las agresiones israelíes. Los resultados del análisis son otros. Que la represión israelí a la Intifada ha sido contundente y desproporcionada, nadie lo pone en duda. Lo que pocos explican es que Israel no es un Estado cualquiera. Es una entidad nacional amenazada de extinción por tres guerras de supervivencia en su medio siglo de historia. Rimbombantes declaraciones aparte sobre el derecho a la existencia del Estado judío por algunos Gobiernos pro-occidentales de la zona y de una ANP, cada vez con menos apoyos en la población, la realidad es que el sentimiento árabe mayoritario es el deseo de arrojar a los israelíes al Mediterráneo. El que no quiera ver esta realidad es que está ciego.

Arafat tiene el mérito de haber creado una conciencia nacional palestina donde no existía y que ni siquiera se planteaban los Estados árabes de la zona, que en 1948, 1967 y 1973 lo que pretendían, junto a la desaparición de Israel, era la anexión de Palestina a sus países. El verdadero drama de los Estados del Próximo y Medio Oriente es su poca historia y el hecho de que deban su existencia a la lucha de poderes entre las potencias coloniales que se disputaron la hegemonía de la zona. Israel desaparece como Estado vasallo de Roma en el año 70 y los demás países sólo afloran como Estados a partir del siglo XIX, Egipto, y después de la Primera Guerra Mundial, en el XX, el resto. No olvidemos estos hechos al analizar la situación.

Las perspectivas actuales no invitan al optimismo. La desesperación palestina y la inseguridad israelí, a pesar de su potencia militar, complican la situación. Israel no cumple las resoluciones de la ONU. Pero no hay que olvidar que esas resoluciones se refieren al concepto de paz por territorios. E Israel no ve que la cesión de territorios, de los que Barak llegó a ofrecer más del 90%, le reporte paz alguna, aunque los políticos israelíes están convencidos de que, antes o después, la orilla occidental pasará a manos palestinas. El mundo debe exigir a Sharon, como lo hace, moderación y templanza. Pero también debe demandar a Arafat que cese en sus intentos suicidas de convertir a la Intifada en el prefacio de un conflicto generalizado en la zona.

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