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LA ATALAYA
Columna
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La pesadilla de Pinochet

Nadie lo dice, pero todos lo piensan. El verdadero servicio que Augusto Pinochet podría prestar a su patria, Chile, a la que tanto dice querer, es morirse. Pero, claro, eso depende del Altísimo, al que Pinochet se encomienda en sus oraciones y misas diarias. Y el Altísimo no parece estar por la labor, especialmente después de su inusitada resurrección tras la reclusión forzosa en Londres por orden de Baltasar Garzón.

La realidad es que el ex dictador aparece como una reliquia de la guerra fría, felizmente superada en 1989 con la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento de la Unión Soviética. Una reliquia viva, aunque de otra galaxia infernal, a la que hay que imputar, de acuerdo con los casos probados por la justicia chilena, cerca de 200 asesinatos en las siniestras acciones de la caravana de la muerte, como parte de unas operaciones de limpieza política en las que, según datos de la ONU, desaparecieron unos 3.500 ciudadanos.

Este columnista entrevistó a Pinochet en el Edificio Diego Portales, sede en 1979 de la Presidencia por estar en obras el Palacio de la Moneda, destruido en el golpe de Estado de 1973, y la impresión, tras muchos años de profesión y múltiples entrevistas con toda clase de personajes políticos, fue nefasta. Pinochet se limitó a entregar al cronista unas declaraciones mecanografiadas, en las que defendía su atentado contra la legalidad republicana de Salvador Allende con unos argumentos más propios de los años treinta que de finales de los setenta. Era el periodo álgido de la guerra fría y todo parecía valer, de acuerdo con la nefasta teoría del dominó, tan querida por Nixon y Kissinger.

El dictador no aceptó repreguntas y la seudoentrevista duró apenas 10 minutos, fotos incluidas. A la salida, este periodista fue preguntado por un edecán si tendría inconveniente en saludar al secretario de la Presidencia, general René Valdés, quien durante dos horas le interrogó sobre la Guerra Civil y el régimen de Franco, verdadera guía espiritual del régimen militar chileno. Intenté demostrarle que el paralelo entre España y Chile no podía establecerse por la disparidad de causas y situaciones. Ni América Latina era la Europa de los años treinta ni Chile había tenido una guerra civil durante tres años, sino una sublevación militar que triunfó en 24 horas. Los argumentos no valieron de nada. Los militares chilenos creyeron que estaban ante una nueva Cruzada contra el Satanás comunista.

Traigo esta anécdota a colación porque, desde la distancia y el cariño que siente el cronista hacia Chile, Pinochet y sus cada vcz más escasos partidarios se empeñan en estar anclados en un pasado que no se volverá a repetir. El ex dictador tendrá que pasar el lunes por las horcas caudinas de someterse al interrogatorio del juez Juan Guzmán, paradigma universal del magistrado ejemplar, y seguramente será justamente procesado, a menos que se le someta a la humillación de ser declarado demente o incapaz. Salvo los ex compañeros de Pinochet en la cúpula militar y el ala mas fascistoide de la derecha chilena, nadie apoya al ex dictador en su pretensión de eludir con trampas la acción de la justicia chilena. Ni siquiera la mayoría de las Fuerzas Armadas, ni el líder de la derecha chilena, Joaquín Lavín, están dispuestos a dar la cara por una reliquia del pasado sangriento de Chile. Ese gran país merece que, de una vez por todas, la verdad sobre los horrores de la dictadura se conozca en su integridad, que los culpables paguen sus culpas, que la concordia civil se restablezca y que Chile siga liderando a los países de Iberoamérica en la prosperidad y el bienestar.

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