Boyer, el economista que fue político
Dicen que los economistas no son buenos políticos, pero sí son buenos gestores o técnicos. Máxime cuando los políticos no deciden o no se atreven a decidir sopesando en demasía pros y contras, o lo que es lo mismo, el coste electoral de sus decisiones. Para un buen gestor, decidir es menos complejo. Audacia y tesón, perseverancia y rigor. Migue Boyer fue economista, fue físico, fue político, pero fue, sobre todo, un hombre culto, inteligente, audaz y, por encima de todo, liberal. Riguroso, meticuloso, analista y estudioso. Por encima de la media por su brillantez, a veces puede que por algunos entendida como cierta dosis de altivez, supo pronto, al encomendársele en diciembre de 1982 la cartera de economía, lo que tenía que hacer en este desvencijado país incapaz aún de salir de la crisis. Decisión y audacia a raudales, tesón no exento de estoicismo y, sobre todo, voluntad de hierro para hacerlo. Reformas. Cambiar demasiadas cosas. Algunas tales como se conocían en su momento de políticas fiscales restrictivas y para otros bautizadas como liberales. Y para actuar sabía lo lejos que debía quedar la arcadia socialista. Que esa ortodoxia no conducía ni arrumbaba a ningún puerto ni a ningún lugar. Una ruptura con esa ortodoxia que no sería comprendida por algunos socialistas, incluidos en la ejecutiva y en el Ejecutivo, ni tampoco por el todopoderoso en aquel momento sindicado socialista, la UGT.
Rompió con la ortodoxia económica socialista, lo que no fue comprendido por algunos miembros del PSOE
Años duros, angostos, plagados de reto y donde el ímpetu reformador no debía desfallecer. En política el tiempo es algo más que un oxímoron, es realismo, es oportunidad, es estrategia y quizás, solo para los más inteligentes, un ajedrez estratégico. Y Miguel Boyer jugó en ese ajedrez con sus torres y alfiles. Reforma de pensiones, inicio de una complejísima y dificilísima reconversión industrial que marcó un antes y un después y del que todavía hoy muchos reviven en su memoria, astilleros, naval, minas, etc., la reforma de los arrendamientos que llevaría su nombre, el decreto Boyer, pero, sobre todo, supo liberalizar horarios comerciales y permitir una mayor flexibilidad en lo que eran locales comerciales al margen del rigor de la norma de 1964, pero supo también atraer ante todo algo que hoy anhelemos todavía, la inversión extranjera directa. Solo pensar en la rigidez abusiva y vinculatoria con carácter indefinido que suponían los arrendamientos urbanos de locales comerciales, rehenes del albur y capricho de los arrendatarios que les permitían una arrendamiento vitalicio y cuasi hereditario, y ser capaz de desterrar aun con el paso de los años esa práctica y esa cláusula legal, merecen la pena y el balance positivo de este ministro. Eran años con una balanza de pagos que mermaba y dependía en demasía del exterior, con un alto paro, no a las cifras alarmantes de ahora, 30 años después, pero que en aquel momento eran vividos como un drama y un trance bucólico del que era difícil salir. Una inflación abismal que prácticamente en apenas dos años consiguió reducir a la mitad gracias a una inteligente política monetaria. En apenas unos años el equilibrio era una meta alcanzable.
Pasará sin embargo a la historia populista de nuestro país por la expropiación de Rumasa. El emporio de la abeja. Los medios darían más eco a las reivindicaciones y extravagancias del empresario expropiado que a la ratio y realidad de la expropiación, avalada en varias ocasiones por el Tribunal Constitucional. Pero en un país de charanga y pandereta como el nuestro, siempre es más fácil y proclive hacer caso a la sátira costumbrista y falsamente populista que a la razón y los porqués de las cosas. Los caprichos de la historia o la realidad de la vida misma quiso que tres décadas después aquella abeja convertida en nueva siguiera siendo y haciendo, sin embargo, lo mismo. Y como es sabido, el tiempo nos juzga y pone a cada uno en su lugar.
El exministro, apasionado de la libertad, en todas las facetas y actitudes de su vida, dejó y se apartaría de la vida pública política cuando Felipe González, que hasta ese momento le había apoyado y comprendido, no siguió contando con él en su primera remodelación de Gobierno. Sus reformas, necesarias para liberalizar pero sobre todo para modernizar este país y más su economía, fueron contestadas por socialistas que se presumían más puros al socialismo de los libros y de los textos o de aquel programa electoral de octubre de 1982 que no llegó a cumplirse en su plenitud sin embargo. Le granjeó incomprensión y aislamiento. Y quizás cierto recelo y cansancio hacia esa política de palacio y ministeriales.
En los últimos años asesoró a Zapatero y al que fuera presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors
Su paso por el Banco Exterior y por varios consejos de administración de grandes empresas nunca le privaron de su inteligente e incisivo análisis de la situación económica, de recomendar ciertas medidas, de hacer oír su criterio y su reflexión, siempre, eso sí, si le era solicitada. Tal y como hizo José María Aznar, a quien el exministro bendijo su programa político, pero que no dudó en ciernes ni parabienes que se trocaron en distanciamiento y alejamiento cuando la aventura de Irak rayó lo irracional y aquel Gobierno se involucró en lo que nunca debió hacer. En los últimos años asesoró a Rodríguez Zapatero, como también su criterio fue requerido por la propia Comisión Europea de la mano de Jacques Delors, sin duda el último líder que tuvo Europa, para escuchar sus opiniones sobre la Unión Monetaria y Económica. Voz respetada, análisis profundo, convicciones firmes. Un técnico riguroso, un político con decisión que supo decir adiós definitivamente a la política sin vuelta atrás, un economista por encima de todo liberal. El hombre necesario en aquellos primeros años de modernidad y socialismo al que la inteligencia del ministro y su bisturí impidieron una deriva hacia la ortodoxia socialista. Boyer era un apasionado de la libertad. En la que nació en el exilio.
Abel Veiga es profesor de Derecho en Icade.