Y esto del banco malo, ¿quién lo paga?
Probablemente todos tengamos ya en la cabeza que un banco malo sirve para sacar la morralla de los bancos. Pero, probablemente, muchos también se pregunten por qué demonios hay que sacar la morralla de los bancos.
Es una buena pregunta.
El banco malo es una forma de "resetear" el sistema bancario. Un banco tiene activos y tiene deudas, y cuando los activos no valen lo que se pensaba que valían, el banco tiene un agujero porque, lógicamente, las deudas no se reducen como el valor de esos activos (créditos a promotor, suelo, casa terminadas).En estas condiciones nadie presta dinero al banco.
Por eso toca sanear y limpiar el banco, para que vuelva a funcionar normalmente, algo que ahora no hace porque no tiene crédito y, en estas condiciones, tampoco presta. Por mucho que, en un alarde casi insuperable de autocomplacencia, sus directivos digan que "no hay demanda solvente". Pero, en fin, eso es otra cosa.
Las iniciativas adoptadas hasta el momento, hasta siete decretos ley, no han servido para este saneamiento o reseteo del sistema. Es más, el mercado sigue dudando sobre el valor real de esos activos inmobiliarios y esos créditos a promotor que están en el balance de los bancos (algo normal, vista la experiencia de las entidades nacionalizadas). Por lo que toca una nueva limpieza. Y, esta vez y tras muchas dudas, se aplicará el banco malo que ya funcionó en Irlanda. No es que la experiencia sea muy positiva, ni vamos a entrar en valorar cómo se ha gestionado la crisis en España (les resumo: mal).
Supongamos que hay que limpiar el banco A. El banco concedió un préstamo a un promotor inmobilario B por 100 euros (así nos liamos menos). El promotor no pudo pagar, de modo que el entregó al banco la promoción terminada (sí, los promotores pueden hacer eso y los hipotecados no). El banco, en vez de un activo de 100, tiene una promoción valorada en 100.
Las normas contables obligan a provisionar (es decir, descontar) el deterioro del valor de estos activos. Imaginemos que el banco ha aplicado la provisión contemplada en la última reforma financiera, y ha descontado 35 del valor del activo inicial. Pero puede no ser suficiente; puede que el precio de mercado de la dichosa promoción no llegue a los citados 65 euros.Esta brecha entre valor contable y valor de mercado es la que amenaza la solvencia de los bancos. Y si se quiere "resetear" el sistema, hay que eliminar esta brecha. Pero alguien tiene que poner el dinero.
Para proceder a la limpieza, el Gobierno puede o bien exigir mayores provisiones o crear el famoso banco malo. O ambas cosas a la vez, que es probablemente lo que hoy haga el Gobierno: exigir mayores provisiones (por ejemplo hasta que el valor contable de la promoción sea de 50) y, en caso de que el banco no puede poner la diferencia (los 15 euros que van de 65 a 50), traspasar los activos al banco malo.
El banco malo compraría al banco esa promoción de casas, si bien se llevaría también la provisión. ¿Cuál será el nuevo precio? Ese es el gran detalle. Si se hace una valoración a precios de mercado el banco soporta la carga de la pérdida, es decir, la diferencia entre la provisión y el valor de mercado. Imaginemos, por simplificar, que la auditoría decide que la promoción vale 50. El banco malo compra por 50 la promoción, se lleva también provisiones por 35 (por lo que el riesgo real que asume es de 15) y el Estado, o inversores particulares, tienen que poner dinero para financiar esos 50 euros.
Para el banco, la promoción que valía 100 euros se vende por 50. Los 35 euros provisionados inicialmente no afectan a las cuentas del banco (ya estaban descontados), pero los 15 adicionales son una nueva pérdida que el banco tendrá que cubrir de alguna manera.
La clave es, como en casi todo, el precio. Y quién pone la diferencia entre el valor en libros y el valor real de estos activos. Porque si el banco malo compra a precio de mercado, se crea un agujero en las cuentas del banco que alguien tendrá que cubrir. Y si compra al valor en libros, es el banco malo quien ha comprado un activo a un precio inflado. En fin, que, como dijo Josep Pla al ver las luces navideñas de Nueva York, "¿Esto quién lo paga?"