¿Burbuja sí o burbuja no?
Cada cierto tiempo, los mercados financieros necesitan un relato: una historia sencilla para explicar lo que ocurre
Cada cierto tiempo, los mercados financieros necesitan un relato. Una historia sencilla que sirva para explicar –o justificar– lo que ocurre, aunque la realidad sea mucho más compleja. Hoy, esa historia se resume en una pregunta que aparece en casi todos los informes, comités de inversión y análisis: ¿estamos o no estamos en una burbuja?
Llevo semanas leyendo argumentos muy elaborados en ambos sentidos. Informes que defienden con vehemencia que vivimos la mayor burbuja tecnológica desde el año 2000, y otros que sostienen, con idéntica convicción, que esta vez todo es distinto, que la r...
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Cada cierto tiempo, los mercados financieros necesitan un relato. Una historia sencilla que sirva para explicar –o justificar– lo que ocurre, aunque la realidad sea mucho más compleja. Hoy, esa historia se resume en una pregunta que aparece en casi todos los informes, comités de inversión y análisis: ¿estamos o no estamos en una burbuja?
Llevo semanas leyendo argumentos muy elaborados en ambos sentidos. Informes que defienden con vehemencia que vivimos la mayor burbuja tecnológica desde el año 2000, y otros que sostienen, con idéntica convicción, que esta vez todo es distinto, que la revolución de la inteligencia artificial lo cambia todo. En el fondo, el mercado parece necesitar decidir si estamos ante el todo o la nada.
Pero la realidad –como casi siempre– es más incómoda, más gris, y menos narrativa. No todo es burbuja ni todo es justificación. Lo que tenemos hoy, con bastante claridad, es un mercado caro, por evitar el eufemismo de las “valoraciones exigentes”. Eso no significa necesariamente que haya una burbuja. Significa, simplemente, que los retornos esperados a largo plazo serán más bajos. Y que toca algo más de cautela.
Llamar “burbuja” a cualquier exceso de valoración es tentador, pero impreciso. Una burbuja implica euforia desmedida, dinero fácil, expectativas desconectadas de la realidad y capital entrando sin disciplina. Y aunque hay sectores que muestran síntomas de entusiasmo —sobre todo en torno a la inteligencia artificial— el contexto actual es muy distinto al de otras épocas. Sin duda alguna el mercado está complaciente, pero no necesariamente eufórico.
La inversión en inteligencia artificial está liderada por grandes corporaciones que generan beneficios reales y cuentan con balances sólidos. Empresas que financian su inversión (si, quizás excesiva) en capex (gastos de capital) con flujos de caja de negocios consolidados, no con capital riesgo o deuda especulativa. Esto marca una diferencia importante con episodios anteriores, como la burbuja puntocom. No estamos viendo startups sin ingresos multiplicando su valor por diez. Estamos viendo gigantes tecnológicos reinvirtiendo parte de sus beneficios en una tecnología que, guste o no, ya está transformando la productividad y la estructura de muchas industrias.
Eso no significa que no haya excesos. Los hay, y algunos precios descuentan expectativas que difícilmente podrán cumplirse. Pero confundir valoraciones exigentes con una burbuja es tan simplificador como inútil. Porque entre el entusiasmo irracional y la burbuja inminente hay un espacio amplio: el de la gestión del riesgo.
Y ahí es donde creo que debe centrarse la conversación. No se trata de adivinar si esto es o no una burbuja, sino de gestionar riesgos en un mercado caro. De reconocer que el punto de partida condiciona los retornos futuros, y de actuar en consecuencia, sin dramatismos.
El problema de los discursos maximalistas –tanto los optimistas como los pesimistas– es que conducen a decisiones extremas: o estar completamente dentro o completamente fuera; o seguir subido a lo que ha funcionado pensando que será eterno, o salirse de todo por miedo a que se desplome. Ninguna de esas posturas suele funcionar bien a largo plazo.
Gestionar no es acertar el punto exacto del ciclo. Gestionar es mantener el equilibrio cuando los relatos se van a los extremos. Porque en el mismo mercado donde algunos múltiplos se han disparado, siguen existiendo compañías con valoraciones razonables, balances sólidos y potencial de crecimiento real. Y muchas de ellas no tienen nada que ver con la inteligencia artificial, ni con las grandes tecnológicas.
Ahí, precisamente, seguimos viendo oportunidades. En pequeñas y medianas compañías, en sectores más tradicionales, en negocios que no dependen del relato dominante. Empresas que siguen generando caja, creciendo con prudencia y cotizando a precios atractivos.
El mercado no es un bloque monolítico. No todo está caro ni todo está barato. Y por eso, más que comprar o vender una historia, conviene mirar con calma dónde se está asumiendo riesgo y dónde se está siendo pagado por asumirlo.
Las burbujas atraen titulares porque son fáciles de entender y prometen desenlaces espectaculares. Pero la realidad de la inversión es mucho menos cinematográfica. La mayoría de las veces no hay explosiones ni desplomes súbitos. Lo que hay son ajustes, compresiones de múltiplos, transiciones lentas. Y esas transiciones, bien gestionadas, pueden ser fuente de rentabilidad.
En definitiva, el mercado está caro, pero no está en una burbuja generalizada. Y eso ya es un matiz importante. Porque no exige salir corriendo, pero sí obliga a ser selectivo.
Yo prefiero hablar de riesgos, no de burbujas. Prefiero reconocer que las valoraciones elevadas reducen el margen de seguridad, pero también que el mercado sigue ofreciendo oportunidades si se busca con criterio. No hay que comprar el relato de la euforia ni el del pánico. Hay que gestionar en medio. Y ese, aunque menos llamativo, suele ser el sitio donde se gana dinero a largo plazo.