Cisma en el motor por las emisiones en plena tormenta perfecta

Los diferentes actores reman a distinta velocidad y encuentran distintas problemáticas, sin terminar de encajar las piezas del puzle

El CEO de Stellantis, Carlos Tavares.Zorana Jevtic (REUTERS)

El sector del motor vive una tormenta perfecta, a la que no ayudan las propias disensiones que se aprecian entre los principales fabricantes. A la competencia china y a los problemas para el desarrollo e implantación de los modelos eléctricos, se sumaban esta semana las dudas de algunas marcas sobre los objetivos de emisiones de dióxido de carbono fijados por la UE para 2025. Mientras que la patronal (ACEA) y firmas históricas como Mercedes-Benz ven “difícilmente alcanzables” los 93,6 gramos de CO2 de media que deberán emitir los coches que se vendan en el periodo 2025-2029 (actualmente son 115,1 gramos por kilómetro), otros grupos como Stellantis, segundo fabricante mundial, ven “surrealista” una modificación de la hoja de ruta.

En paralelo, la propia Stellantis, Volkswagen o Aston Martin arrastraban al sector en Bolsa a principios de semana, tras rebajar sus previsiones financieras para el conjunto del año. Es la punta del iceberg de un golpe bursátil que se prolonga desde hace meses, jalonado por una creciente crisis fabril, que ha llevado a que firmas como Volkswagen hayan iniciado negociaciones con los sindicatos para llevar a cabo el mayor recorte de empleo en su historia en Alemania, con un posible y más que inquietante cierre de plantas. En el centro del problema, la electrificación y el coche eléctrico. Los fabricantes piensan que ellos han cumplido, con inversiones milmillonarias, pero las administraciones no. Reclaman infraestructura de recarga, incentivos fiscales y ayudas directas a la compra, energía verde asequible o un entorno de fabricación competitivo, entre otras demandas.

Muchas de ellas, a priori, están puestas en razón. Por ejemplo, es evidente que países como España no han articulado bien las ayudas –contenidas en el Plan Moves–, que tardan más de un año en cobrarse y no invitan precisamente a invertir en un eléctrico. Las imágenes en televisión de coches esperando horas para acceder a un punto de recarga en cada operación retorno son, además, el argumento perfecto para disuadir a cualquier conductor.

No obstante, los fabricantes también tienen trabajo por delante, especialmente en lo que afecta a los precios de los vehículos, inaccesibles para muchas familias. La sensación es que los diferentes actores implicados reman a distinta velocidad y encuentran distintas problemáticas, sin terminar de encajar las piezas del puzle. Es lo que tienen las transiciones y las curvas de aprendizaje. Un proceso que, empero, no debería poner en cuestión la meta.


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