¿Será suficiente el plan de Draghi para hacer a Europa grande otra vez?

La lucha contra el poderoso euroescepticismo al que pretende combatir con esta refundación económica está servida

Trabajadores en la fábrica de Ford en Almussafes, Valencia, en octubre de 2022.Mònica Torres

Europa ha puesto en buenas manos el diseño del plan para agitar su proyecto político, espolear un crecimiento de la riqueza que sostenga el bienestar made in Europe y superar la debilitada confianza de los ciudadanos en el futuro del continente. Mario Draghi atesora la brillantez intelectual necesaria para desperezar a los políticos e ilusionar a los ciudadanos más euroescépticos. El economista italiano ya salvó una vez el euro, cuando el invento estaba cont...

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Europa ha puesto en buenas manos el diseño del plan para agitar su proyecto político, espolear un crecimiento de la riqueza que sostenga el bienestar made in Europe y superar la debilitada confianza de los ciudadanos en el futuro del continente. Mario Draghi atesora la brillantez intelectual necesaria para desperezar a los políticos e ilusionar a los ciudadanos más euroescépticos. El economista italiano ya salvó una vez el euro, cuando el invento estaba contra las cuerdas, y más vale que repita suerte ahora, porque la empresa es de una envergadura desconocida, con enemigos internos cada vez más poderosos e influyentes.

En el verano de 2012, tras el rescate total de Portugal, Grecia e Irlanda, y el parcial de países demasiado grandes como España, las arremetidas de los mercados financieros contra la deuda europea, fuere Triple A o bono castaña pilonga, eran continuas, y los líderes políticos improvisaban decisiones como pollos sin cabeza. El 26 de julio Mario Draghi, el flemático presidente del Banco Central Europeo, asistió a una rutinaria convención financiera en Londres. Comentó a los líderes que le acompañaban en la Longe Gallery de Lancaster House que empleasen el tiempo que precisaran en sus turnos, que él tenía “poco que decir”.

Cuando subió al estrado llamó la atención sobre cómo el abejorro desafía las leyes de la física, y aunque no está preparado para volar, vuela. Algo parecido a lo que le ocurría al euro, que aunque con torpeza, también vuela. “Pero el euro tiene que volar como una abeja, no como un abejorro”, sentenció. Tras un breve silencio, según los cronistas más atentos, con la mirada concentrada en su atril y sin forzar el tono soltó: “The ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro. And believe me, it will be enough” (el BCE está preparado para hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y, créanme, que eso será suficiente).

¿Será suficiente ahora una inversión anual de 800.000 millones de euros adicional a la ya existente, una integración total del sistema financiero, un nuevo salto cualitativo del mercado interior europeo, una simplificación de las normas regulatorias y una europeización de los grandes proyectos económicos para competir con USA y China y hacer a Europa grande otra vez? Complicado. ¿Podrá este programa integral de refundación económica imponerse al euroescepticismo, a los adversarios interiores a los que pretende combatir?

La brecha abierta por EE UU y por China desde que arrancó el siglo es muy abultada y se ha intensificado mucho en el último decenio, en el que la censura a la globalización ha excitado los ánimos proteccionistas en todo el planeta. La guerra larvada por disponer de soberanía industrial ha desviado el grueso de la inversión hacia América, mientras China camina hacia su autarquía tecnológica y Europa se concentra en mantener a duras penas las posiciones de la manufactura tradicional. Puede parecer apresurado asegurar que los ingentes dineros gastados en los programas Next Generation no han reducido las diferencias con los dos grandes bloques competidores, pero todo apunta a que, diseñados para programas locales (nacionales), no han ejercido el efecto multiplicador esperado.

Draghi en su informe La competitividad europea en el futuro, como Enrico Letta en el suyo sobre cómo reforzar el mercado interior, pone a Europa frente al espejo de EEUU para destacar la creciente pequeñez de la economía comunitaria, atrapada en una productividad muy pobre, una innovación cuasi inexistente, una energía cara, desconectada y dependiente, y un porvenir demográfico deprimente.

En los últimos 25 años el valor de la producción americana ha pasado de superar a la europea en un 17% a hacerlo en un 30%, consecuencia de una productividad exuberante que lleva su PIB por persona un 35% por encima del europeo. Más: Europa perderá dos millones de personas activas al año hasta 2040, desequilibrará la relación financiera de dependencia y no hallará solución con la llegada de migrantes. Más: en los últimos cincuenta años Europa no ha creado desde cero ni una sola empresa que hoy supere un valor de 100.000 millones, mientras que media docena de tecnológicas americanas superan el billón de euros, y la disputa por la IA la tiene de antemano perdida. Más: Europa lidera la transformación verde, pero con precios que triplican los americanos en la electricidad y los quintuplican en el gas por la falta de una integración energética y la losa de una imposición exagerada.

Absorber estos lacerantes déficits no es nada fácil ni siquiera invirtiendo esos 800.000 millones cada año, nada menos que un Next Generation anual, nada menos que el 4,7% del PIB europeo adicional en formación bruta de capital, nada menos que la mitad del presupuesto comunitario de cada año para tal empeño. Lograr los recursos puede ser hasta lo más sencillo, una vez demostrado que el BCE tiene una capacidad de tiro y protección descomunal, y que una especie de Tesoro europeo ha emitido deuda sin estrés para el vasto programa de recuperación de estos años. Otra cuestión es generar la suficiente confianza y convicción en el empresariado privado y los inversores globales para que con su efecto multiplicador dejen pequeño el esfuerzo de emisión de bonos públicos, algo en lo que Draghi confía demasiado ciegamente.

La dificultad está en el creciente euroescepticismo que ha echado raíz en los últimos años precisamente por el desplazamiento de Europa en la economía mundial y las consecuencias explícitas para sus ciudadanos, especialmente los de rentas industriales elevadas. Esa pérdida de riqueza, y la amenaza de perder más, es el origen primero del descontento que ha crecido hasta los niveles peligrosos manifestados en las últimas elecciones europeas. Y tales temores alimentan un nacionalismo o patrioterismo que recela de la inmigración, censura una agenda hacia la neutralidad climática a fecha cerrada con las restricciones y costes que conlleva para la ciudadanía, y ejerce una presión sobre la clase política que la inhabilita para tomar las decisiones necesarias.

Lo que exige más intensidad europea e integración, puede ser neutralizado por la presión de los 27 nacionalismos, con resistencia a financiar programas que benefician siempre a otros sin encontrar reciprocidad fiscal, unos, y demanda sin fin de transferencias, otros. Se ha visto en el pasado y se repetirá ahora, porque partidos xenófobos y abiertamente rupturistas con Europa han abierto brecha en países capitales del proyecto común como Alemania, Francia, Italia, Holanda, Finlandia, Suecia o España, y aunque no tomen las decisiones, las condicionan por la conveniencia de unos líderes políticos menos ambiciosos y audaces de lo necesario para aplicar el nuevo Plan Draghi. Para convertir al pesado abejorro europeo en una laboriosa abeja que pueda hacer a Europa grande otra vez.

José Antonio Vega es periodista.


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